Cristóbal Joaquín Gómez Moya

Este interesante personaje, conocido como “Joaquín el ciego”, nació en La Vega en el 1848. En su juventud, una conjuntivitis bacteriana severa le produjo la ceguera, pese a haber consultado con médicos como el Dr. Emeterio Betances, que le…

Este interesante personaje, conocido como “Joaquín el ciego”, nació en La Vega en el 1848. En su juventud, una conjuntivitis bacteriana severa le produjo la ceguera, pese a haber consultado con médicos como el Dr. Emeterio Betances, que le señalaron que sus lesiones no tenían remedio. Su enfermedad le alejó de su familia y al regreso de Santo Domingo, tras consultar con Betances, tuvo que ser acogido por unas señoras amigas, que se dedicaban a hacer dulces. Para no ser carga para esa casa, se pasaba el día moviendo las pailas de dulce con un cucharón. Se vio entonces en una situación de pobreza tal, que sólo tenía un pantalón y una camisa, sin embargo, no aceptaba regalos de nadie. Había nacido en una familia acomodada y pese a la situación en que vivía se manejaba con la mayor dignidad. Un día pasó un campesino vendiendo tabaco, y le compró algo para hacer unos cigarros para sus amigas, como una manera de agradecer lo que habían hecho por él. Liaba tan bien el tabaco, que pronto se corrió la voz de que Joaquín el ciego hacía cigarros muy buenos y que los vendía a un centavo. Con lo que le sobró compró más tabaco y fue progresando económicamente, llegando a tener una farmacia.  Su pasión era la medicina y hubiera querido estudiarla, pero por su situación contrató un joven que le leía los textos de Patología Interna, de Pediatría y de Obstetricia. Hacia 1871, año en que contrajo matrimonio, ya preparaba sus “botellas” que tenían fama en todo el Cibao. En el 1916 se desató una epidemia de disentería en la región del Cibao, y el remedio que Don Joaquín preparaba salvó numerosas vidas, de acuerdo incluso a los médicos de la época. Su negocio creció y la farmacia fue ampliada para preparar las infusiones que se enviaban a todo el Cibao. Visitaba a sus pacientes en compañía de sus hijos que le guiaban, y tenía particular atención hacia los niños. Para sus remedios utilizaba lo que había en ese tiempo, Ipecacuana, Bicarbonato de Sodio, Ruibarbo, Sal de Glauber y el aceite de Ricino. Además instruía a sus pacientes en el tipo de dieta que debían llevar. En su ejercicio llegó a tener pacientes tan distinguidos como Doña Trina de Vásquez, esposa de Horacio Vázquez, a quien trató junto a reconocidos médicos, que aunque se opusieron al principio a que fuera llamado, tras oírle aceptaron el tratamiento que Don Joaquín sugirió, y que llevó a la paciente a una notable mejoría. En una ocasión trató a una señora con fiebre muy alta con baños fríos, lo que produjo el asombro de los habitantes de La Vega.  Por su limitación con la visión agudizó otros sentidos y debido a su natural inteligencia, conseguía hacer diagnósticos precisos y recomendaciones acertadas. Sus negocios de farmacia, de tabaco y un alambique, le produjeron grandes beneficios y una acomodada posición económica. En 1922 fundó el Asilo San Joaquín y Santa Ana, el cual dotó de todas las comodidades y se ocupó de que tuviera independencia financiera. Ese asilo  era para niños huérfanos y además ofrecía sus consultas y remedios a los que no podían pagar por sus servicios. Pese a las adversidades que hubo de enfrentar, se sobrepuso a todo y fue un hombre útil a la sociedad, generoso con los más necesitados, amén de un padre de familia ejemplar. Falleció en el 1934 por una enfermedad pulmonar y su entierro, según relata el Dr. Antonio Frías Gálvez,  “fue una de las más grandes manifestaciones de duelo que ha habido en la ciudad de La Vega. El pueblo, en todas sus categorías y clases sociales estaba presente. Todo aquel que se ausentó por dos horas a sus labores diarias lo hizo, para acompañar por última vez a su amigo Don Joaquín, hasta la Capilla del Asilo San Joaquín y Santa Ana, donde habían de reposar por siempre sus mortales restos”. 

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