Exaltación y semblanza de Dinápoles Soto Bello (1)

Durante la década de los sesenta del pasado siglo más de un centenar de estudiantes dominicanos ingresaron a las aulas del entonces Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, México, el famoso ITESM, el mismo que hoy se conoce…

Durante la década de los sesenta del pasado siglo más de un centenar de estudiantes dominicanos ingresaron a las aulas del entonces Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, México, el famoso ITESM, el mismo que hoy se conoce como Tecnológico de Monterrey o simplemente TEC, fundado por el trágico visionario Eugenio Garza Sada. Es el mismo que hoy cuenta con 33 campus distribuidos en 25 ciudades del país y se posiciona entre los mejores centros de enseñanza privada del mundo. Se ha extendido, además, a países como Panamá (que sustituyó al nuestro, por cierto).

Muchos de esos estudiantes hicieron historia por el excelente desempeño académico, entre ellos Dinápoles Soto Bello y su cofrade y paisano siembra hielo Miguel Gil Mejía.

A Gil Mejía le debemos, entre otras cosas, la creación de la Asociación de Dominicanos ExaTec que ha permitido mantener, a una gran parte del numeroso grupo, amistades y relaciones que se remontan a más de cincuenta años. La Asociación financia un plan de becas mediante la realización de torneos anuales de golf y otras actividades para obtener recursos de las empresas patrocinadoras. Esos recursos nutren un fondo, “gracias al cual un grupo de jóvenes dominicanos han realizado, desde el 2006, estudios profesionales en diferentes carreras de importancia para el país, tanto en el Campus Monterrey del Sistema Tecnológico, así como en el Campus Toluca, Querétaro, estado de México, y otros de los 33 centros del sistema”. La filantrópica Asociación ExaTec ha sido distinguida con varios reconocimientos, como el Premio Santander a la Innovación Empresarial.

A Dinápoles le debemos, aparte de su cara de buena gente, el ejemplo de una vida consagrada a la docencia y la decencia, le debemos una amistad que nos honra y enaltece, le debemos todo el cariño, toda la solidaridad que merece un ser humano que inspira simpatía, admiración y respeto. Más ahora que ha llegado, parcialmente quizás, al fin de su largo magisterio y obtenido la más justa distinción y la mayor satisfacción, la del deber cumplido cabalmente:
El 24 de junio del año en curso, la “Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra y la Academia de Ciencias de la República Dominicana (ACDR), ofrecieron los detalles de un acuerdo suscrito entre ambas instituciones, en el marco de la puesta en circulación de los libros Biografías I y II de la doctora Yrene Pérez Guerra y un reconocimiento al profesor Dinápoles Soto Bello.

“Durante el encuentro se exaltó la trayectoria del profesor Dinápoles Soto Bello y sus aportes al desarrollo científico en la sociedad dominicana. ‘Un hombre de fe, maestro por vocación y cultivador de los valores que le dan sentido a la vida. Que ha sabido conjugar estos aspectos con la ciencia como planes que definen su visión integral del mundo’, expresó durante su intervención, monseñor Agripino Núñez Collado, presidente de la Fundación Madre y Maestra.

“Hice investigación empujado por la fuerza de la vocación junto a la motivación de acoger e incentivar la ciencia”, afirmó el profesor Soto Bello quién es también Miembro Fundador, Laudatio Académica, Premio Nacional de Ciencias 1986 de la Academia de Ciencias y Profesor Emérito de la PUCMM.”

La semblanza de la que hoy se comenta y publica la primera parte, la de Dinápoles Soto Bello (“un Bello de baja intensidad, moderadamente Bello”, según la RAE), fue escrita a la carrera con memoria de elefante para consumo de los dominicanos ExaTec por Eulogio Santaella, uno de los más cercanos amigos del agraciado. Es una semblanza informal y festiva y necesariamente eulogiosa (dije eulogiosa).

Santaella evoca con notoria emoción los sueños, las metas y los logros de Dinápoles y los demás compañeros, y evoca también un ambiente y una época, los años verdes de nuestras vidas, los años largos, aquellos años en que nuestras vidas eran proyecto y entre proyecto y proyecto pasaba una eternidad, los años que para muchos fueron intensamente felices y fructíferos, aquellos años en que fuimos estudiantes en Monterrey.

Dinápoles Soto Bello en la memoria de Eulogio Santaella
Esta semblanza no estaría completa si no habláramos de la llegada de Dinápoles a nuestra Madre y Maestra. Son tantos los años que él ha estado con nosotros que por momentos llegamos a creer que él nació en este Campus, pero la historia es otra. Dinápoles nació en Baní y siendo un mozalbete fue a vivir a la ciudad de Santo Domingo donde formó mancuerna con otro joven también proveniente de la provincia Peravia y cuyo nombre debe ser mencionado para que esta historia tenga sentido. Este joven, hoy anciano, se llama Miguel Gil Mejía. Ambos amigos no siguieron la senda del desarrollo comercial que enaltece a los banilejos porque ni antes, ni después, ni ahora ellos tuvieron vocación de comerciantes. Lo que les faltó de esa condición les sobró a ambos en inteligencia para comprender los números. Su paso exitoso por la Escuela Normal los llevó a la Universidad de Santo Domingo. Allí, durante todo su tiempo de estudiantes se habló de esas dos lumbreras que cursaban la carrera de Ingeniería Civil. Años después Dinápoles y Miguel salieron del país en la segunda ola de estudiantes dominicanos que fueron a formarse en el Instituto Tecnológico de Monterrey. No iban ellos becados por la Corporación de Fomento Industrial sino como continuación del plan de becas que a través de la Secretaría de Relaciones creó el gobierno del Prof. Bosch. Ya en Monterrey las dos lumbreras se separaron. La vocación por la Ciencia Pura, por la Física y la Matemática, que siempre había mostrado Dinápoles encontró un cauce para desarrollarse en el pénsum de la Licenciatura en Ciencias Físicas y Matemáticas que en ese entonces no existía en la República Dominicana. Sin entrar en detalles podemos decir que en Monterrey él continuó su exitosa carrera como estudiante y, además, desarrollaba múltiples actividades extra curriculares que incluían la dirección del periódico de la colonia dominicana en Monterrey.
Dinápoles no sólo era físico y matemático sino que también era poeta, escritor en prosa, filósofo y humanista. En tiempos en que la juventud estaba seducida por la epopeya de la violenta revolución de la Sierra Maestra, Dinápoles patrocinaba otro tipo de revolución: la que estaba contenida en la doctrina social de la Iglesia. No se limitaba a estudiar las encíclicas de contenido social sino que tenía como mentor ideológico al sustancioso escritor doctrinario León Bloy quien profesaba y predicaba un catolicismo ortodoxo, a veces irreverente.

La llegada de Dinápoles a Santiago es una consecuencia indirecta de los esfuerzos que tanto la UASD como la Madre y Maestra llevaron a cabo en la segunda mitad de la década de los sesenta, orientados a identificar talentos dominicanos que se estaban formando en el extranjero para incorporarlos a sus respectivos cuerpos docentes y de esa forma poder crear nuevas carreras técnicas, que eran inexistentes en la República Dominicana. Por nuestra parte, el decano de Ingeniería, Ing. Víctor Sagredo, fue a Monterrey a tratar de ubicar parte de esos talentos. Al momento de marcharse encargó, para darle continuidad a sus labores de scout, a Eulogio Santaella. La competencia para esas tareas estaba representada por Miguel Gil Mejía quien actuaba como una especie de agente encubierto de la UASD, ya que él adoraba a la que consideraba que era su Alma Máter. Miguel estuvo al tris de engatusar a Michael Roy para que se enrolara en la UASD. Por suerte, en el 1967 los esfuerzos iniciales de Sagredo culminaron con la incorporación a esta Universidad de quienes vinieron a fortalecer nuestra Facultad de Ingeniería: Luis Arthur, Emilio Castro, Eulogio Santaella y nuestro gran amigo haitiano Michael Roy, quien vino a dirigir el centro de cómputos de la Universidad. Un centro de cómputos sin equipos, sin cerebro electrónico, como se decía en aquella época. Sólo había unas cuantas perforadoras y lectoras de tarjetas, impresoras y cerebros humanos de alto nivel. Toda la información se procesaba en Santo Domingo en la computadora del Grupo Vicini y luego usando el cerebro electrónico del Hipódromo Perla Antillana, porque las carreras de caballos, en aquellos tiempos de “Felo Flores” se celebraban únicamente dos días: los Miércoles y Domingos. Todo parece jocoso y hasta falso. Pero esto fue real.(Eulogio Santaella).

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