La viabilidad del país que queremos (1)

Dando valor a la máxima de que: “todo mal tiene su bien oculto”, el asunto de los inmigrantes haitianos, ha tenido la bondad de unir a los dominicanos, sobre un tema. Por su manera folklórica de enfrentar problemas, de forma poco directa, era…

Dando valor a la máxima de que: “todo mal tiene su bien oculto”, el asunto de los inmigrantes haitianos, ha tenido la bondad de unir a los dominicanos, sobre un tema. Por su manera folklórica de enfrentar problemas, de forma poco directa, era esta la “crónica de una muerte anunciada”, parodiando al inmenso García Márquez. Ningún gobierno, a partir del 1961, quiso enfrentar el problema de manera frontal y casi todos los políticos fueron “guavinosos”, eludiéndolo.

Nuestra idiosincrasia lleva a creer que con “no mirar pa’llá” las cosas no ocurren y que siempre habrá la posibilidad de la intervención de Tatica la de Higüey, en nuestro favor y protección. Previsores, no somos; la cautela no vive aquí; la prudencia hace tiempo que se mudó de la personalidad criolla, “cayéndole atrá” a la cordura, a la sensatez, al discernimiento y al “seso”, que se habían “juido”, discretamente. Los febreristas del 1844, se impusieron y adelantaron a los que entendían la separación de Haití por otras rutas. Creyeron y pusieron en práctica la idea de una nación dominicana viable, posible, libre e independiente, dentro del esquema geopolítico de entonces. Hoy, debemos revisar la idea del país que queremos y dar pasos necesarios y apropiados, para lograrlo. Por la ruta que vamos, enfrentaremos enormes retos que requieren de acciones y sacrificios más allá de nuestras capacidades como nación. La cultura criolla indica: “fiesta y mañana gallo”, sin mirar consecuencias, cifras, tendencias, ni ponderar los esfuerzos de otras naciones por robarnos los éxitos.

Es tiempo de la reconsideración y el rediseño del desarrollo. En la producción local llevamos una aventajada ruta de desindustrialización, con paradojas tales como el que el mayor problema no es lograr recursos, si no la estrechez de mercado y los factores que tienden a disuadir la aventura de atreverse a producir. Se habla de exportar, en procura de imprescindibles divisas, pero decirlo es lo único fácil del proceso. Todo conspira para que la mejor intención, unida al ingenio e iniciativa criolla, sucumba apenas se intente. Es tiempo de decidir entre, ser el Chile del Caribe, en referencia a su milagro económico, o conformarnos con cifras académicas que no “alcanzan pa lo chiquito”, de un desarrollo de modelo no sostenible. La confianza es el motor de la inversión y se corre el riesgo de perderla junto a las utopías que sostienen a los que soñamos con cambios estructurales para un mejor país. El liderazgo extraviado y de norte confundido, alcanza el ámbito privado, lo político y el de la dirigencia en casi todos los órdenes. Nuestros problemas medulares son: falta de institucionalidad, lo flexible y acomodable (para no llamar de otra forma) de nuestro sistema jurídico y la permisividad. Paradójicamente el enemigo del accionar gubernamental, son las “otras” instituciones del propio gobierno, donde priman planes e intereses personales.

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