Las autoridades responsables de la política criminal del Estado celebraban en estos días la cifra según la cual ha descendido dramáticamente la tasa de criminalidad de 26 víctimas por cada 100 mil habitantes en años recientes a sólo 16.
Un éxito, y efectivamente, muchos comunicadores igual lo celebraban. Sólo que la población simple no termina de aceptar esa información, porque no se compadece con su percepción de lo que se vive cada día.
Con la escalada desatada por la delincuencia, esos números y la tenue percepción de que podríamos estar más seguros, se han ido por la borda. La sucesión de hechos violentos y la temeridad con que actúan los criminales nos han acrecentado los miedos.
La seguridad ciudadana, en definitiva, es una cuestión bastante compleja. Y no es que las autoridades no hagan sus tareas. En los últimos meses, y especialmente a partir de la implantación del 911, el apoyo a las operaciones de la Policía, la adquisición de nuevos equipos y el esfuerzo de los organismos de seguridad, ha habido un mejor enfoque, pero parece que eso no es suficiente. Subyacen factores que no resulta tan fácil de controlar.
Es una realidad que el crimen está organizado. Que existen bandas, pandillas, organizaciones estructuradas a nivel nacional, por rama delictiva, con tecnología, inteligencia y recursos económicos para cometer crímenes. Y usualmente actúan con vínculos internacionales. Son divisiones del horror. También podrían tener presencia hasta en los organismos llamados a combatirlos.
El crimen es parte de la sociedad. La sociedad los crea y los multiplica en cada barrio, en cada desempleado, en cada niño sin escuela, en la falta de oportunidades. Dolorosamente, el crimen organizado se convierte en una opción.
La prevención, el control o la represión están muy determinados por los métodos de trabajo y la calidad investigativa de los organismos de seguridad del Estado.
Trabajar para modificar las condiciones que propician el surgimiento de los grupos criminales de alta peligrosidad, es una materia que va más allá de los medios tradicionales. La sociedad no puede continuar siendo una máquina reproductora de delincuentes y de injusticias. Además de prevenir y reprimir, hay que ir más allá.