El cuerpo y el alma

Hace unos años estaba mirando uno de esos programas de investigaciones criminales que transmiten los canales internacionales, de esos que aún suelo ver en las noches. Esa vez, el tema era diferente. Lo recuerdo porque apenas tenía yo 15 años y…

Hace unos años estaba mirando uno de esos programas de investigaciones criminales que transmiten los canales internacionales, de esos que aún suelo ver en las noches. Esa vez, el tema era diferente. Lo recuerdo porque apenas tenía yo 15 años y a esa edad, es fuerte ver un programa de una hora, en el cual personas de diferentes edades hablaban de sus experiencias con la muerte. Varios casos fueron expuestos, y de acuerdo a lo narrado por cada persona, que afirmaba haber estado muy cerca de morir, pero que habían logrado recuperarse, y otros que habían perdido a sus seres queridos en situaciones diferentes, pero, mayormente, en casos inesperados. Uno de ellos presentaba a un grupo de niños jugando fútbol en un campo improvisado, cerca de una carretera, no muy transitada, pero que cuando solía pasar un vehículo, era uno pesado y veloz.

En un momento, la bola se salió del parque y uno de los pequeños no la perdió nunca de vista, la pelota rodaba a toda prisa y el niño atento a su objetivo, no escuchó los gritos de sus compañeros para que se detuviera; tanta era su determinación de capturar la pelota y lanzarla a los jugadores de su equipo, que no vio el camión de combustible que a toda prisa se acercaba hacia él. Tampoco escuchó la bocina del desesperado conductor que trataba en vano de reducir la velocidad. Por un instante…un largo silencio. Los niños y su entrenador quedaron paralizados, la frustración se posó en el rostro del conductor. Hasta que el pequeño que había salido a buscar la pelota, se vuelve hacia sus compañeros, sorprendido porque a pesar de haber tenido su objetivo tan cerca, no logró atraparlo.

A unos pocos pasos vio cómo sus amigos de rodillas en el pavimento lloraban en torno al cuerpo de un niño atropellado. Se acercó a toda prisa…era su propio cuerpo tendido en el suelo. Lloró por él y por todos los que sabía sufrirían al saber la noticia. Al rato, sobre su cabeza una luz brillante le indicaba que era hora de partir.

Pasaron muchos otros casos y todos los recuerdo. Sin embargo, sigo firme en mi convicción de que el misterio de la muerte lo descubre cada ser humano, el día que deja este mundo y no le es posible retornar para revelarlo a los demás.

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