Nos roban la tranquilidad, ¿Qué hacemos?

La vida es el tesoro más valioso que poseemos, y nos ha sido dada para disfrutarla de forma concienzuda. La vida es eso, el bien más preciado que Dios nos otorga el privilegio de tener, y mediante la cual somos capaces de concretizar sueños y esperanza

La vida es el tesoro más valioso que poseemos, y nos ha sido dada para disfrutarla de forma concienzuda. La vida es eso, el bien más preciado que Dios nos otorga el privilegio de tener, y mediante la cual somos capaces de concretizar sueños y esperanzas, para nosotros y quienes nos rodean.

Sin embargo, nos golpea fuerte en la cara la triste realidad de que para algunos la vida vale muy poco o nada, y cuánto ha llegado a degradarse en nuestros días. Sin querer, cada día asistimos a un ritual dantesco de horror y acciones desalmadas, donde la muerte violenta de un ser humano se vuelve el preludio de otro hecho sangriento que supera el pasado.

La semana pasada, víctima de esta deshumanización que nos envuelve en su manto oscuro y aterrador, otra persona perdió la vida. Nos referimos a la joven Franchesca Lugo. Su muerte duele mucho, porque igual de intensa es la impotencia de quienes nos sentimos tocados por esta pérdida irreparable de un ser humano valioso y productivo.

Cuando una vez más somos testigos involuntarios de estos casos, solemos exigir mayor eficacia en la prevención del crimen y la aplicación de medidas drásticas. Casi nunca nos detenemos a discutir a fondo cómo lidiar con esa ambición desmedida y particular que se adueña de nuestra sociedad, y que desafortunadamente incide en los hechos criminales que con espanto presenciamos y sufrimos día tras día.

Sí, nuestra sociedad ha caído en las garras de una codicia sin control ni límites. El caos parece adueñarse del modo de vida de una sociedad que suponíamos civilizada. Ese es el principal motor de los que optan por la delincuencia como forma de subsistencia, y de aquellos que hacen lo propio incurriendo en indelicadezas desde las funciones públicas y privadas que ostentan.

El afán de tener bienes y dinero ‘a como dé lugar’, cada vez más engulle en sus fauces a los que prefieren diseminar el horror y socavar la tranquilidad de la familia dominicana, en vez de sumarse a los esfuerzos colectivos de quienes anhelamos un mundo distinto.

Recuperar la paz perdida y evitar esas tensiones que amenazan el desarrollo nacional y la convivencia pacífica, ya no puede ser sólo una aspiración, sino la proclamación urgente e impostergable de acciones conjuntas para detener este mal que se expande como fuego en yerba seca.

Me sumaría a cualquier iniciativa dirigida a conjurar estos males, pero sigo insistiendo en que debemos priorizar el factor humano. Aquí hablo de la necesidad de cambiar las estrategias de orientación para ayudar a resistir las tentaciones de adquirir riquezas de forma rápida y deshonesta.

Debemos insistir sobre las virtudes humanas, porque el que las tiene y las practica logra cómo controlar las pasiones y los instintos, e incentivar conductas conforme a la razón y los dictámenes de nuestra conciencia. Educar temprano a nuestros niños e inculcarles esos valores a través del ejemplo.

Apremia recuperar el sentido del trabajo y los resultados proporcionales al mismo. Se hace necesario el valor de la caridad, “amando al prójimo como a nosotros mismos”. Recurrir al valor de la fortaleza, disponiéndonos a hacer el bien y evitar el mal a pesar de las dificultades que nos presenta la vida y ser prudentes en la toma de decisiones. Decía Santo Tomás que la prudencia es la regla recta de la buena acción y la justicia “que nos lleva a reconocer los derechos de los demás y a respetarlos”.

Para hacer posible estas consideraciones es menester practicarlas sin dilación, educarse en ellas. Se necesita disposición, pero también de la ayuda de Dios. Pedir continuamente la gracia e intervención de Su luz divina.

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