Sobre cultura, con José Bobadilla

Mahler L. Bonifacio Flores José Bobadilla, Sto. Dgo. 1955. Poeta, narrador, ensayista, docente, funcionario público. Premio Nacional de Novela Ml. de Js. Galván 2007, Premio Nacional de Cuento…

Mahler L. Bonifacio Flores

José Bobadilla, Sto. Dgo. 1955. Poeta, narrador, ensayista, docente, funcionario público. Premio Nacional de Novela Ml. de Js. Galván 2007, Premio Nacional de Cuento José Ramón López 2008. Actualmente Asistente Especial del Sr. Presidente de la República Dominicana.

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José Bobadilla es un intelectual dominicano con el que prácticamente puede hablarse de cualquier cosa, siempre en la seguridad de que lo tratado será interesante y aleccionador. Sin embargo, esta entrevista se orientará por una de sus más señaladas preocupaciones profesionales, pues la cultura como tema, ha sido un eje fundamental en su desempeño público ya que fue uno de los primeros coordinadores del área dentro de su partido, el PLD, y luego pasó a formar parte del equipo que creó el actual Ministerio cuando entonces (1996) se llamó Consejo Presidencial de Cultura. Desde esos lejanos días cuentan en su haber muchas ejecutorias, hasta hoy, donde es parte del Despacho del Sr. Presidente de la República.

Consultado José Bobadilla, nos dijo así:

MB.-   ¿Cultura, en definitiva, qué es? 

JB.-    Cultura es, antropológicamente hablando, el acervo que contiene todo lo que el hombre hace de manera tangible o intangible transformando el medio y se convierte en un valor (de uso) para su comunidad. Desde este punto de vista, muy general por necesidad; cultura es desde un chiste hasta un transbordador espacial; desde una simple goma de mascar hasta una ópera de Verdi. Desde luego, donde se han contabilizado por lo bajo hasta ciento setenta definiciones al respecto, cualquier cosa que digamos cuyo eje conceptual se circunscriba a las coordenadas que establezcan una estructura que involucre: acervo, creaciones mentales y físicas, arquetipos expresados en normas y costumbres; nos servirá sin la menor duda para responder su pregunta.         

            Puede ayudar mucho retrotraernos al origen agrario del término, ya que la acepción, digamos que mental (evito decir espiritual), es una metáfora que surgió de la faena de trabajar la tierra, precisamente cultivarla; de

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aplicarse a lo atinente al plano de las ideas (de lo intangible), así como de su materialización en los productos generados por una tecnología tan específica como decir de un momento dado, ya que la cultura, en función de conjunto de haberes de una sociedad o medio determinado, tiene un presente que es el resultado de un proceso definible como historia, así como de un futuro en el cual se proyecta como la posibilidad de algo que está continuamente reajustándose, es decir construyéndose.

            Por lo tanto no tengo ningún miedo de expresar, sin importarme un bledo a qué escuela me adhiera o pueda pertenecer, trátese de Voltaire, Herder, Tylor, Engels, Boas o quien usted quiera, hay muchos, muchísimos más; que cultura, conocido lo expuesto al principio, es el acopio de todas las maneras, los modelos o los patrones reunidos en una suma que establece el pensamiento y el uso práctico de un patrimonio conceptual que se expresa en la multiplicidad de bienes producidos en un contexto particular o universal.

            Nuestro pensamiento no surge de la nada, tiene un origen precisable en un esquema heredado que sin embargo de continuo se está regulando con los aportes implícitos o explícitos de sus usuarios, quienes experimentan su realidad cultural y la recrean, dándole validez de permanencia o haciéndola crecer (progresar) según las necesidades que plantea la experiencia social o individual de vivir.

            Dentro del imperativo de este juicio, el hombre es tanto sus ideas como la materialización de las mismas en todo aquello que podemos llamar objeto (lo concreto). Un hombre es su palabra y el hecho tangible que la misma produce. Soy el poema pensado y soy el poema escrito; soy la idea de la luz artificial y soy asimismo la bombilla eléctrica.

            Pero, y es lo comúnmente aceptado, cuando hablamos de cultura, aceptamos como un irrevocable lugar común su sublimación. Es decir, me explico: confinamos el término a las humanidades, a las ciencias, al estudio y al desarrollo (por extensión) de la tecnología. Entonces cultura es preferentemente lo bello, en su elevada complejidad estética; a la comprensión sistemática de la realidad en su naturaleza; a lo que logramos gracias a esa comprensión haciendo del estudio un fin concreto, un resultado práctico. ¿Está nadie en capacidad de enumerar, punto por punto, el larguísimo camino que le tocó a la humanidad llegar a un objeto, ahora tan común que resulta anodino, como lo es un teléfono celular? Supongo que tal vez sí y que seguramente no. Pero bien, quedémonos en esta especie de cielo en la vida que es el arte, la historia (como recuento y

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reflexión); la ciencia, en la maravilla imponderable de sus magnitudes vitales. Y así llegamos al consenso de un valor tenido por todos como una cima, como un territorio de exclusión de lo banal, de un ámbito en todas sus caras más relevantes y trascendentes, e irrecusable y a su vez sagrado.

            Llegados aquí nos encontramos con un patrimonio, con una herencia que al darle sentido y contenido a lo habitual debe ser preservada para sabernos mejores, para ser deliberadamente ricos al estar dotados de la capacidad de ver y de engrandecernos gracias a un legado que nos confiere la posibilidad del deleite y del conocimiento y a un tiempo nos catapulta al reto de plantearnos metas mayores. Entonces, desde la base de ese patrimonio, que es obligación social preservar; sentar la base y sus facilidades para que a partir de los estímulos artificialmente provocados o circunstancialmente aleatorios, nuestro hombre, lo dominicano, quiera y pueda crear, expandiendo lo recibido gracias a las contribuciones que lo presente esté en capacidad de lograr. 

MB.-   Sin duda, en su definición no hay sorpresas. La cultura es preferentemente el arte, la ciencia, las humanidades. Esa superestructura que corona lo humano como su mejor atributo y posesión. ¿Pero, y un Ministerio para esto, qué es, puede o podría ser? En nuestra pregunta puede haber una pretensión técnica. 

JB.-    De la que, por razones de espacio me cuidaré de afrontar. En consecuencia diría escuetamente que es el organismo encargado, en su relevante complejidad, para el área descrita. ¿Cómo hace su labor o debe llevarla a cabo este organismo? Hay términos claves que dan la respuesta. Por ejemplo, un patrimonio logrado. Ello implica una tarea absoluta de preservación. Pero el mismo extiende su horizonte hacia un patrimonio que se construye; un patrimonio que es promesa, un patrimonio por cumplir. Aunque acabo de expresarlo, si hablo de patrimonio en evolución, lo que conceptualmente es un disparate, pues un patrimonio es un resultado, nunca lo que está en vías de serlo; debo hablar de creadores del mismo, de los protagonistas de la acción creadora, en fin, del escritor, del científico, del artista.

            Un Ministerio de Cultura no sólo se ocupa de preservar lo que existe y sea su objeto, sino que es fundamental propiciar todo lo necesario para que surjan creadores, para proteger el acto de crear al estimular y darle apoyo a los mismos, para incentivar la creación. Y todo ello es un campo minado de peligros dada la orfandad consuetudinaria que es el triste resultado de validar en los hechos la rutina de lo mediocre en contra de las exigencias

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de lo excelente, en contra de lo que nos obliga a otras formas de vida definitivamente elevadas… de lo que nos impone pensar.

            Pero tan importante como lo primero, en sus dos vertientes, es igual en valor la tarea de la divulgación, cuyo primer propósito, digamos que resorte mágico, es: EDUCAR, en mayúsculas, negritas y subrayado. Como ejemplo podemos afirmar que una pared de libros sea bella, incluso muy bella, a juzgar por lo deslumbrante que sean sus lomos. Bien, eso es lo primero que vemos. Pero ¿y qué pasa si tomamos uno de esos libros y al abrirlo nos encontramos que están escritos en tágalo o en finlandés? Por hermosa que sea la impresión que nos produzca verlos puestos en un tramero, ahora se prefiere decir anaquel; ninguna otra cosa podremos hacer que contentarnos con admirar únicamente por fuera lo que está ante nosotros; jamás entrar a su mundo interior, que es el único mundo posible y deseable en un libro, y de igual manera para cualquier otra obra de arte.

            Sin la educación, clave crucial de todo empeño cultural, cualquier cosa que se intente hacer con el bien cultural está condenada al fracaso, simplemente no sirve, pues lo primero que debe lograrse en el consumidor, en el usuario de un patrimonio, es que él mismo lo entienda, sepa de qué se trata aquello que ve.

            Sigue en el prontuario de urgencias que define, que le da solidez a nuestra visión, el cómo vender la cultura, el bien cultural. Sabemos que la cultura, producirla, hacerla realidad en el hombre y en la vida, es carísima, al mismo tiempo que su aporte resulta imponderable. Lo más importante en un libro no es lo que nos pasa cuando lo leemos sino lo que durante la vida, luego de leerlo, nos sucede después. Acontece igual con la música, con la pintura o con cualquier otra manifestación del genio. La acción de lo bello es crear espacios de cuestionamiento y deleite en nuestro espacio interior expandiendo la conciencia al límite de una majestad que le da substancia y grandeza a lo humano.

            Jamás hay presupuesto disponible para esta área por la circunstancia penosa de que a quienes les corresponde decidir los destinos de los recursos la cultura les parece superflua. Por desgracia, lo primero es consecuencia de nuestra tradicional pobreza; lo segundo ante el golpe devastador de lo primero, es el saldo inevitable de esa misma pobreza: la valoración de lo mental, de lo que expande los predios particulares y sus alcances. Aunque  debería, no quiero abundar en este detalle por demás capital. Basta para cualquier fin que yo, un fulano llamado José Bobadilla lo entienda, y con mis medios proponga alguna acción. Si un ministro quiere exhibir algún

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logro estimable en su gestión, tanto éste como sus colaboradores deben saber de qué manera se producirán los medios indispensables para el efecto. No se trata, lamentablemente, de estar firmes en la creencia de que

el apoyo a la cultura es un deber fundamental del Estado. Eso lo sabemos y lo defendemos. ¿Pero es posible, en sociedades donde una aspirina, un plátano, una mísera vivienda cuestan la vida, así y nada más?

            Como ser realista es una obligación de responsabilidad personal y social, no hay opción de cara al reto de hacer verdad un sueño tan ímprobo que poner muy bien puestos los pies sobre la tierra y encarar sin reparos la situación.

           Reorientemos con sabiduría pragmática los ingresos presupuestados y enfoquémonos en producir con inteligencia y tesón lo mucho que falta y que por su importancia se le debe al país. El Ministerio de Cultura dominicano es monstruosamente grande, pero bien administrado, puede dar un resultado económico más que suficiente, y por lo mismo mucho más que alentador.

                        Lo siento. La verdad en todo lo que pueda hacerse en la vida será por mucho la mejor opción.

                        Siempre habrá tiempo de rectificar. Eso pretendemos. Danilo Medina se ha empeñado en quebrar en mil pedazos una forma de hacer política que, redundando, se ha convertido en cultural. ¿Sabe nadie lo terrible que es lo que acabo de decir? ¿Cómo cambiar una realidad validada en las peores y más atroces prácticas? Como la esperanza es infinita, por lo menos tenemos hoy un Gobierno digno, que se ha dado a respetar, y que con lo que tiene y con lo que puede, se ha empeñado en encarrilar al país en una noción de origen, hablo de Juan Bosch; adecuada al presente, donde hay demasiado por hacer.

MB.-   Podría hablarse mucho más. Usted tiene pocos o ningún pelo en la lengua.

JB.-    Yo quiero al presidente Medina, mi viejo amigo, con el que tengo un compromiso sin condiciones, pues le creo sin reservas y responsablemente, en honor a su sacrificio personal, pues ser un gobernante en su estilo es ser reo a muerte de un sacrificio de horrores, y me las juego por él.

Del mismo modo amo a mi país, de donde soy, donde nací.

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MB.-   ¿Y el ministro y el ministerio de ahora, el actual?

JB.-    Hay mucho qué hacer. Comencemos por ayudar.

MB.-   Hemos definido, o intentado definir el concepto de cultura así como el de un Ministerio. ¿Y de su incumbente, qué se debe decir?

JB.-    Sus preguntas me hacen sentir como un profesorcito, un leguleyo con ínfulas doctorales, a todas luces cojas, muy a propósito para un papelón. Pero bien, con todo y lo escaso que yo esté en capacidad de ofrecer en sana conversación, diría que lo primero para un ministro de cultura es poseer un conocimiento holístico del tema cultural. Independientemente de que se dedique con profesionalidad a un área, ya sea como escritor, pintor, músico o cualquier otra cosa; es impensable que un Ministro no tenga un conocimiento y experiencia vital de todas las demás manifestaciones del arte. Si alguien es elegido para ser la cabeza de todo, debe estar razonablemente al tanto de todo. De otra manera ¿cómo, de qué forma puede encarar con sensatez elemental la problemática que plantea enfrentar las demandas propias de una vertiente específica de acción?

            Se dirá que tal cosa puede resolverla un buen administrador rodeado de un equipo aceptable. Y yo proclamo que un equipo idóneo siempre es fundamental. Pero la cabeza, por muy bien acompañada que se encuentre, debe estar debidamente instruida, si no, lo que un ministro haga fuera de su área carecerá del interés que todo, al unísono, debe poseer. Y los resultados serán tendenciados, por no decir francamente mediocres, lo que una y otra vez viene sucediendo sin que se haya podido evitar.

            La cultura, entre todas las carteras, es la más difícil de solucionar en términos de quién pueda dirigirla, de a quien se pondrá a cargo de ella. Por ser un área de tanta especialización, jamás tal responsabilidad podría recaer en nadie a la ligera, en un incumbente seleccionado al azar para cumplir con el requisito institucional de cubrir un hueco al que nadie mira, por el que nadie ve.

            Precisamente la Cultura es la diferencia, esa diferencia capital que nos permite entender por qué un país es un gran país, o por qué un país es un pobre país… La cultura es la huella siempre en proceso del alma de lo humano; y lo que vive en lo humano y por ende puede disfrutar, discernir y responder, precisamente, es el alma.         

¿Qué decir de un aporte acreditado o reconocido en un área? Desde luego

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que sí. Siempre debería decirse que un Ministro de Cultura es un hombre de pensamiento, que es un creador de belleza, muy capaz tanto de la reflexión como de construirla para sí mismo y para los demás.

            Siempre será muy útil que haya hecho carrera dentro del Ministerio, de que conciba y ejecute programas y proyectos. Que se le reconozca la capacidad de escuchar, ponderar y decidir. Que sea una persona con un riguroso sentido del orden y que demuestre maestría gerencial y administrativa. La convicción de trabajar en equipo y su disposición para actuar es vital, como debería serlo un temperamento y habilidad política con énfasis marcado en el sentido de la solidaridad, el bien común y la prudencia.

            Es una virtud suprema una probada honradez. Pero también la salud mental suficiente para entender que su primera obligación es social y cualquier acto es una demostración de responsabilidad tan personal como pública.

            Bueno, para terminar, si terminar con un comienzo sobre el tema es posible: nada de queridas, nada de mudarse de barrio, nada de casas nuevas en la playa o la montaña; y nada, absolutamente nada de actitudes arrogantes, siempre estúpidas, que lo sitúan en el centro más penoso de una carencia total de formación en valores y una defectuosa personalidad.

MB.-   Toquemos entonces la puerta de un santo.

JB.-    Mejor diría que la de un hombre cabal que también sea, para lo que hablamos, decididamente capaz.

 

Por: Mahler L. Bonifacio Flores 

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