El último gavillero, de Joel Rivera

Una vieja herida que escindió hasta el día de hoy la región oriental de la República Dominicana es abordada, con afán evidentemente curativo, por el escritor petromacorisano Joel Rivera en su novela Cáceres Plasencia: El último gavillero, con&#8230

Una vieja herida que escindió hasta el día de hoy la región oriental de la República Dominicana es abordada, con afán evidentemente curativo, por el escritor petromacorisano Joel Rivera en su novela Cáceres Plasencia: El último gavillero, con la que reconstruye las terroríficas vivencias de hombres, mujeres y niños durante la primera ocupación militar de los Estados Unidos al país, acontecimiento que cumplirá un siglo el próximo año 2016.

Se trata de una novela intensa, que logra domeñar el interés del lector en sus 137 páginas, desmitificando personajes hasta colocarlos en la realidad de la condición humana, que nunca puede escapar a los factores de fuerza mayor de los que hablara Aristóteles en su Ética y a las circunstancias, insistentemente referidas por Ortega y Gasset.

Los norteamericanos vinieron a cobrar viejas deudas contraídas por gobiernos irresponsables, pero también a consolidar su hegemonía imperial en tierra quisqueyana. De ahí que su crueldad superara incluso la inaugurada a partir del 1492 por los conquistadores españoles. El bautizo de sangre de aquella infame ocupación se produjo en el muelle de San Pedro de Macorís, durante el desembarco, cuando el joven rebelde Gregorio Urbano Gilbert descargó su revólver en la anatomía de un oficial del ejército invasor, quien debió retornar a su tierra norteña convertido en cadáver.

Rivera no intenta hacer un libro de historia, sino una novela sobre los hechos que ensangrentaron al Este durante la ocupación norteamericana desde el 1916 hasta el 1924. Cáceres Plasencia, como personaje principal, se diferencia de los demás jefes rebeldes en que se mantiene en pie de guerra hasta el final, mientras sufría las deserciones y claudicaciones de los mismos que le reclutaron para las “gavillas”.
El autor juega con las fechas y los nombres, cambiando por Camacho el apellido del dictador Trujillo, quien se formara con los invasores persiguiendo “gavilleros”. Cien años de iniquidad, pudo ser el título.

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