Muerte en la OISOE

La vida es un viaje hacia la muerte, un paso fugaz hacia la eternidad. La muerte, en cambio, sería el absoluto, lo indescifrable e indefinible que propone un reto a las ambiciones humanas: vencerla.Superar la muerte ha sido parte esencial…

La vida es un viaje hacia la muerte, un paso fugaz hacia la eternidad. La muerte, en cambio, sería el absoluto, lo indescifrable e indefinible que propone un reto a las ambiciones humanas: vencerla.

Superar la muerte ha sido parte esencial de las propuestas de todas las religiones, que lo aseguran según determinados parámetros de vida o comportamiento.

Más, así como la muerte es misterio e infinito, la vida debe ser celebración, fiesta, jolgorio y pasión, con una sola y gran regla a respetar: no dañar a otros. Norma de la cual se desprende un abanico de situaciones: responsabilidad, diálogo, solidaridad, consenso, respeto, ayuda, humanidad, bienestar común –etcétera-.

La vida es lo único que tenemos y, al ser efímera a diferencia de la muerte, debemos aprovecharla al máximo y “vivir”. Abandonarla por convicción propia sería una opción a respetar en algunas circunstancias, pero debería ser un hecho “responsable”, pues podrías romper la regla de “no dañar a otros” con esta acción: tu familia y allegados.

Es decir, dejar la vida para ir corriendo y alegre a los brazos de la muerte, sin ser el violonchelista de Saramago, podría ser en algunos casos un acto de liberación y coraje, pero también de cobardía y estrechez de miras.

En todo caso, la muerte de cualquier ser humano nos reduce a todos. Recordemos el poema de John Donne, (Londres,1572-1631), “Por quién doblan las campanas”: “(…) Ningún hombre es una isla entera por sí mismo//.Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.//(…) Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”.

El escándalo que sacude a la Oficina de Ingenieros Supervisores de Obras del Estado (OISOE), es sólo uno de un amplio rosario que afecta la credibilidad de la misma.

Recientemente un arquitecto que ganó un concurso para rehabilitar una escuela en Monte Plata y quien supuestamente era timado por una “mafia” que opera allí, no soportó la deuda millonaria en que incurrió para la obra de referencia, sumada a los peajes que debía pagar –aparentemente- en la OISOE, llevándolo al suicidio en las instalaciones de la oficina “supervisora”, dejando en la escena una “nota” escrita de puño y letra manifestando la situación.

Ética, moral, transparencia, son palabras huecas e inexistentes, pero no solo en la “supervisora”, parece un mal que corroe la epidermis de gran parte de la administración pública, el problema es “de fondo”. Incluso, quizás lo ocurrido en la OISOE no sea “nada del otro mundo” y pronto otro escándalo lo saque de la mirada pública, lo cual no es bueno para la salud institucional del país, debe haber un real sistema de consecuencias.

No sé si estamos a tiempo de revertir el desplome moral que observamos, pero debemos intentarlo. Para ello es necesario voluntad política y conciencia ciudadana, diálogo, desprendimiento, consenso y palabras cumplidas, para construir entre todos un país diferente, participativo e inclusivo.

Pero nadie quiere ceder ni reconocer lo positivo en el contrario. Entonces, mientras la llamada “clase dirigente” se pone de acuerdo, los demás seguimos sufriendo en el país de las maravillas, donde lo imposible no solo es posible, sino normal.

Se debe investigar a fondo, sin atropellos, sin querer “hacer un caso”, y solo tras un proceso donde se respeten todas las garantías jurídicas a los encartados, imponer las debidas sanciones, de proceder, a ver si empezamos a enviar señales de fortaleza e intransigencia contra la corrupción administrativa.
Este hecho lamentable no debe
repetirse. l

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