Mucha gente está alarmada con los resultados del concurso del Ministerio de Educación para seleccionar nuevos profesores. De 36 mil 884 jóvenes concursantes egresados de nuestras universidades como licenciados de la enseñanza sólo 11 mil 479 pasaron la prueba. Dicho de otra manera, la gran mayoría, 25,405 reprobaron, un porcentaje de 69%.
Si los ciudadanos comunes y los expertos prestaran atención a las deficiencias del sistema educativo quizás no habría lugar para alarma. Si así fuera, los resultados serían otros. Pero preferimos desentendernos de los problemas más graves de la República y nos conformamos con hablar, sin que los responsables, a todos los niveles, cumplan sus tareas.
Es que el sistema educativo, con énfasis en la enseñanza pública, está colapsado, y hay que auxiliarlo. El 4%, por ejemplo, ha sido un gran empuje, pero no basta con construir todas las aulas que sean necesarias. Eso es bueno y hasta correcto, porque pese a tantas aulas levantadas, siguen las demandas y denuncias de locales escolares insuficientes o en pésimo estado.
Hace falta que se revise toda la organización de la enseñanza. Comienza por la calificación de los educadores. Todo el mundo quiere hacer una carrera universitaria, sin que tenga la preparación requerida. Estudiantes que no logran avanzar en determinadas áreas, terminan en la “licenciatura en Educación”. Parece que resulta más fácil, cuando aprender a enseñar debería ser un riguroso ejercicio reservado a los más calificados.
Pese a ello, la mayoría de las universidades los gradúan, como a otros profesionales, sin las calidades bajo el perverso convencimiento de que “pasan aquí”, pero “la sociedad los quema”.
Ahora, afortunadamente, se están organizando concursos para ingresar al sistema educativo. Si se desarrollan con la seriedad debida, continuaremos viendo resultados parecidos.
El país tiene que sincerarse. Evaluar incluso al personal en las aulas y ver cómo se reestructura la educación, para empezar a producir cambios. Evitar el círculo vicioso en el cual profesores no calificados evalúan y gradúan transfiriendo sus debilidades hasta los centros de educación superior, desde donde egresan con los mismos vacíos con que entraron, y así, hasta el infinito.
Eso no puede ser.