Mitos, falacias y racionalizaciones sobre la pobreza y la desigualdad

I. Sin compasión En la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires hay un proyecto de ley que propone subir las penas, y gravar con multas y llevar a prisión de hasta cinco días, a quienes ofrezcan en los semáforos limpiar…

I. Sin compasión

En la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires hay un proyecto de ley que propone subir las penas, y gravar con multas y llevar a prisión de hasta cinco días, a quienes ofrezcan en los semáforos limpiar los vidrios de los automovilistas, y los que se proponen para limpiar y cuidar los carros estacionados.

Qué dirían sobre ello dos de los mayores escritores del género humano, Charles Dickens y Víctor Hugo que también se preocuparon, pero con otro enfoque, del tema de los pobres y los excluidos.

En su difundida Oliver Twist (1839), Dickens, denuncia con la mayor dureza el tratamiento de los desfavorecidos por las elites. Llama en otros escritos a la economía “una ciencia sin alma”.

Víctor Hugo en su inmortal Los miserables (1862), que ha conmovido a los públicos de todo el mundo, narra cómo el joven Jean Valjean, el personaje central, robó una lonja de pan para dar de comer a sus siete hermanitas hambrientas, y fue condenado a cinco años de prisión.

Probablemente ambos se sorprenderían que más de 150 años más tarde hay quienes piensan que la solución para los jóvenes que están fuera del sistema educativo y del mercado de trabajo, y tratan de ganar su lonja de pan limpiando vidrios de autos, o ayudando a estacionar, es la misma en algunas elites actuales, la cárcel.

También se asombrarían de las declaraciones de un líder político conservador del interior de la Argentina, que expresó que el haber creado una protección para las mujeres pobres embarazadas, “promovía sus embarazos ”.
Era la primera vez que se daba una cobertura médica a las madres que no tienen ningún seguro de maternidad, ni ninguna licencia por embarazo o parto, porque no forman parte de la economía formal.

¿Qué sugería el político de referencia? ¿Que la sociedad, y el Estado no deberían preocuparse por esas madres? ¿Que deberían como en el siglo XIX, la época de Dickens, y Víctor Hugo, dejarlas libradas a su suerte? ¿Y que además peor, aun, que si se ocupa, estaría fomentando el embarazo según su increíble hipótesis?
Estas aproximaciones al tema de la pobreza, ya denunciadas un siglo y medio atrás, están asimismo en colisión directa con la de la Encíclica Caritas et Veritate (2009).

Recogiendo la doctrina social de la iglesia afirmó monseñor Francis Chuullikatt, embajador de El Vaticano ante la ONU, en la Asamblea General de la misma (25/10/2010):

“Cualquiera sea la forma que asuma la pobreza, es un insulto a nuestra humanidad común… La persona humana privada de las condiciones básicas para vivir decentemente está humillada y debe por tanto ser ayudada a recobrarse”. Y resaltó: “Tenemos los medios para poner fin a la pobreza, pero ¿tenemos la voluntad de hacerlo? Esa es la pregunta”.

Propuestas como las de prohibir los trabajos que surgen de la marginalidad, sacar de las calles a los que “afean el paisaje” y remueven la conciencia de los automovilistas, con su presencia, descalificar la protección básica a las madres pobres, siempre acompañadas de pretextos no probados, son una parte central silenciosa del mensaje de antivalores subyacente en las políticas económicas ortodoxas que dominaron América Latina en los ‘90, y que hoy están causando fuertes sufrimientos sociales en sociedades europeas.

La OIT informa (20/10/2011) que bajo las recetas neoliberales, el desempleo juvenil abierto que era en Irlanda del 9% en el 2009, pasó a fines del 2010 a 27.5%. Pero si se considera los que “se esconden en el sistema educativo o esperan en el hogar” es 46.8%. En Grecia, bajo la misma fórmula, el producto bruto cayó un 5.4% en el 2010, un 6.6% en el 2011, y un 7% en el 2012.
Las políticas ortodoxas han sido acompañadas por la difusión de una serie de razonamientos, sobre los orígenes y causas de la pobreza, y justificatorios de las desigualdades.

El “algo habrán hecho”, que fue la coartada de algunos sectores frente a los asesinatos masivos de las dictaduras militares en el Cono Sur, tuvo sus equivalentes económico-sociales en razonamientos primarios, como “si son pobres por algo será”, “no avanzan porque no les gusta trabajar”, o “toda protección social promueve la vagancia”. Ellos culminan en alambicadas elaboraciones de que es inevitable que haya sufrimientos en el desarrollo, pero el derrame posterior los solucionará, tesis nunca comprobada en ninguna realidad histórica.

En la gran discusión pública en EE.UU. sobre el futuro del país se ha puesto en el centro la confrontación de los modelos éticos subyacentes a los modelos económicos. Michael Cain, representante de los sectores más conservadores, dijo sin ambages que “los desocupados no deben ser celosos de los muy ricos, si están en esa situación es culpa de ellos”. También en la misma línea propuso para frenar la inmigración ilegal construir entre EE.UU. y México un muro totalmente electrificado con cargas mortales.

Un líder conservador en la propuesta de recortar drásticamente los programas sociales y de protección médica, Ryan, interrogado sobre qué haría si estuviera ante él una persona sin recursos ni seguro, enferma grave, y por sus cortes no hubiera cobertura, contestó que debía arreglárselas, porque era su responsabilidad haber llegado a ese estado.

Hay una guerra de “valores” subyacentes tras las alternativas económicas en juego.

Sin embargo, muchas de las coartadas racionalizadoras del modelo ortodoxo siguen en pie y aparecen con frecuencia, como lo muestran los pronunciamientos frente a los limpiavidrios, los trapitos, las mujeres pobres embarazadas y otros semejantes.

Tienen el impacto demagógico de la solución fácil, y que no exige nada a nadie, alejan la atención de la búsqueda de soluciones reales y éticas y cultivan una ética de la insolidaridad.

Es necesario llevarlas al debate y confrontarlas, para que no obstaculicen el camino a la búsqueda de soluciones reales.
Veamos algunas de las falacias más usuales.

II. El mito de la pobreza como fatalidad inexorable

Las políticas económicas ortodoxas aplicadas en los 90 en diversos países de la región generaron impactos totalmente regresivos en términos de pobreza. El caso argentino fue muy ilustrativo. Argentina fue un anticipo del “fundamentalismo de mercado”, como lo llama el Premio Nobel Stiglitz, que habría de causar a fines del 2007 daños severos a la economía americana, catalizando la actual crisis económica mundial.

Políticas como la desprotección total de la pequeña y mediana empresa, la reducción indiscriminada del funcionariado público, la privatización a ultranza, con condiciones con frecuencia muy cuestionadas, la concentración del crédito y otras llevaron, a que la tasa de desocupación llegara al 23% al final de los ‘90. El desempleo juvenil subió de 21.7% en 1990 a 39.5% en el 2000. La pobreza se duplicó, y alcanzaba a fines del 2002 a casi el 58% de la población.

El presidente de los ‘90, Menem, reaccionaba ante la interrogación periodística sobre por qué seguía subiendo la pobreza en lo que llamaba “Argentina potencia”, señalando que “pobres hay en todos lados”, y que “pobres hubo siempre”.

Sintetizaba la idea de que la pobreza es inevitable. Por ende es ajena a toda responsabilidad de las políticas públicas, y siquiera de las sociedades. En algún momento, ubicado mucho más allá en el tiempo, se reducirá como efecto del ya mencionado “derrame económico” que el modelo que preconizaba traería a todos los sectores.

El razonamiento de la “inevitabilidad” y por ende “de la falta de responsabilidades” sigue muy presente en la visión usual.

Se cae, en cuanto se lo confronta con la realidad. No hay pobreza en todos lados.

En Noruega, casi no existe, y lo mismo sucede en los países nórdicos en general. En Japón es del 4 por ciento. Puede erradicarse totalmente de una sociedad.

Por otra parte, como sucede normalmente con los mitos son útiles para eludir las gradaciones. No es lo mismo tener un 58% de pobreza como Argentina en el 2002, a tener 18% como en Costa Rica. Las diferencias significan millones de personas con vidas comprometidas severamente y grados mínimos de libertad real.

La otra parte del mito, la permanencia de la pobreza en el tiempo, tampoco resiste el cotejo básico con los hechos. En la Argentina de inicios de los ‘60, con diversos problemas, bajaba de un dígito, era más de cuatro veces menor a la que tenía el país cuando terminaron los ‘90. Así que no resulta cierto que la “hubo siempre”.

Cuando se cae el mito aparecen las responsabilidades. En países con las potencialidades de la Argentina, la pobreza es un constructo histórico-social. Sus niveles estarán ligados a la calidad de las políticas gubernamentales y las actitudes y acciones de la sociedad.

Así, el hecho de que Costa Rica haya tenido en el último medio siglo niveles de pobreza menores a la mitad de los de América Latina, tiene que ver con el establecimiento de políticas sociales de largo plazo, en áreas como educación y salud. Es uno de los pocos países de la región que ha tenido “políticas sociales de Estado” en este campo, que se han continuado con sus especificidades en diversas administraciones.

En Chile, la dictadura militar, a pesar de progresos económicos, llevó a que la pobreza se duplicara. Entre el inicio y el final de la era de Pinochet pasó de un 20% a un 40% de la población. La democracia, hizo de ella una prioridad, y el Gobierno Bachelet finalizó con un 13% de pobreza.

III. El mito de que la responsabilidad de la pobreza es de los pobres
La argumentación toma múltiples formas, pero el argumento central es que hay ciertas características en el comportamiento de los pobres que generan, y mantienen la pobreza. Puede llenarse con prejuicios variados: beben demasiado, tienen poca inclinación a esforzarse, no les interesa educarse.

Tras el mito subyace implícito, la pobreza sería un problema de conductas individuales. Si se superaran estos rasgos, desaparecería. En definitiva sería, culpa de sus mismas víctimas. El mundo simplificado que ofrece el mito es muy diferente del real. En América Latina hay actualmente 170 millones de pobres. Casi uno de cada tres latinoamericanos está por debajo de la línea de la pobreza. Puede alguien atribuirlo a comportamientos personales. No resulta evidente que hay ausencia de oportunidades de cambio para un amplio sector de la población.

En el 2009, según los estimados de la Cepal se agregaron ocho millones más como consecuencia de los efectos de la crisis mundial, entre ellos la caída de las exportaciones, de las inversiones, del turismo y el descenso de las remesas migratorias. ¿Dónde está la culpabilidad de los pobres?

El tema es inverso. Una de las dificultades mayores de la situación es que muchos de los pobres están viviendo en “trampas de pobreza”. En sociedades tan desiguales como las latinoamericanas tiende a conformarse el “accidente de nacimiento”. Según el estrato social, la región geográfica, y las condiciones del hogar donde se nace, habrá posibilidad de recibir buena educación y protección en salud, o sucederá lo contrario.

El niño que nace en un hogar pobre, estará expuesto a riesgos de salud más severos, en muchos casos trabajará desde pequeño, sus padres pueden darle una dedicación limitada porque su esfuerzo está en la supervivencia diaria, tendrá altas probabilidades de no terminar el colegio secundario.

Sin secundaria completa será difícil, actualmente, sea contratado por ninguna empresa de la economía formal, aunque sean empleos no calificados. Deberá subsistir en la marginalidad y la informalidad, con trabajos precarios y sin protección.

Si no median políticas públicas activas que rompan las “trampas de pobreza”, probablemente los grupos familiares que conforman van a reproducir destinos similares. Así, en la región, si se toma el grupo de hijos de padres que terminaron la universidad, el 91.4% de esos hijos finaliza la secundaria, y el 71.7% la universidad. En cambio en el grupo de hijos de padres con primaria incompleta, sólo el 31.7% logra completar la secundaria, y un porcentaje ínfimo, el 2.9% termina la universidad.

La gran funcionalidad del mito, es que al culpabilizar a las víctimas deja libres de responsabilidades a los otros actores de la sociedad.

IV. El mito de la oposición entre “Dar pescado” y “Ayudar a pescar”
Las políticas sociales son cuestionadas con frecuencia en el país a partir de esta expresión casi mágica. Ayudar, otorgar subsidios a niños, jóvenes, u hogares en pobreza y pobreza extrema sería fomentar el “asistencialismo”. Eso debe ser combatido y debe ponerse todo el esfuerzo, en cambio, en proporcionar trabajo.
La pobreza tiene una característica muy especial. Muchos de los efectos que produce no son reversibles después. Como demostró la Unicef si no se ayuda ya a un niño con hambre, su cerebro será afectado, no se formarán las conexiones interneuronales, y tendrá atrasos para toda la vida.

Se debe ayudar con la mayor urgencia posible, pero al mismo tiempo hacerlo a través de políticas y programas que empoderen, capaciten, creen oportunidades productivas y laborales. Esa es una de las metas centrales de la buena gerencia social. Hoy los más de 80 programas de transferencias condicionadas, existentes en casi toda la región, instrumento que por su efectividad se ha extendido rápidamente, tratan de combinar ambos grupos de objetivos.

El ataque masivo a las políticas de ayuda lleva a desacreditarlas, y las debilita.
No solucionan el problema, pero son imprescindibles para proteger ya mismo a los desprotegidos.

V. “Y yo qué tengo que ver”

Los ‘90 cultivaron el individualismo a ultranza. Cada persona tenía el destino que se buscaba. El Estado, que es en definitiva acción colectiva, debía ser “mínimo”. Las preocupaciones debían estar centradas en ser exitoso, escalar, acumular. Los que quedaban en el camino era un problema de ellos, o en todo caso que se ocupe alguna entidad especializada. Se desarrollaron valores como la misma idea de “perdedores” y “ganadores” que llevaron a la insensibilidad frente a la pobreza.

Las personas aprendieron a ver el “espectáculo” de la pobreza, como ajeno, y de la misma categoría que cualquier otro hecho de la naturaleza.

Pasaban frente a los niños de la calle, los ancianos pidiendo caridad, los sin techo, viéndolos sin verlos, perdiendo la posibilidad de hacer contacto con su figura humana. Muchos perdieron una calidad esencial del ser humano que lo hace tal, la de “indignarse” frente a las injusticias.

El mito de “yo qué tengo que ver”, es incompatible con los valores morales y espirituales del país, y con lo que se espera de un ciudadano integral.

El texto bíblico dice categóricamente en el Levítico (19:16): “No desatiendas la sangre de tu prójimo”. Todas las espiritualidades en actividad en el país, reclaman “hacernos los unos responsables por los otros”.

Los mitos reseñados y otros añadibles, operan en la práctica como grandes “coartadas”. Frente a la pobreza de los ‘90 la justificaban combinadamente y llevaban a un abanico que iba desde el desentendimiento hasta la insensibilidad. Los discursos racionalizadores desde la cumbre del poder encontraban una sociedad “anestesiada” por los mitos.

VI. La desigualdad, el tema marginado

Hay una gran interrogante abierta en América Latina. ¿Por qué un continente con una dotación de recursos naturales privilegiada y todas las potencialidades para construir economías sólidas, e inclusivas, ha generado tanta pobreza?
La región es diversa, y hay múltiples situaciones nacionales, pero un factor común y altamente destacado en los análisis es que sus elevados niveles de pobreza están fuertemente ligados al hecho de ser el continente más desigual de todos.

El tema de la desigualdad, crucial para el continente, está envuelto, como el de la pobreza, en falacias que se arraigaron firmemente en el apogeo de la cultura neoliberal que acompañó y sostuvo las políticas ortodoxas. Ellas siguen contaminando los hoy cada vez más activos debates sobre desigualdad, y es útil encararlas para elevar la calidad de la discusión.
Entre ellas:

a) La desigualdad no afecta mayormente el crecimiento
En sus versiones más extremas la falacia argumenta incluso que lo favorece, y esa posición circuló en la región en los momentos más crudos de aplicación de la ortodoxia. Si hay concentración y polarización, habría un grupo reducido que ampliaría sus capitales, tendría fuerte poder de inversión y dinamizaría la economía invirtiendo.

En las presentaciones más moderadas se postulaba que las desigualdades son parte del camino al progreso económico, y que una vez que la economía crezca a altas tasas, se suavizarían solas.

La experiencia comparada y la nacional han mostrado que la falacia sirve para legitimar el crecimiento de la desigualdad, pero es muy frágil en los hechos.
La acumulación en unos pocos no garantiza reinversión productiva, por el contrario, crea todo orden de incentivos para el consumo suntuario y la fuga de capitales hacia paraísos fiscales.

Lo que sí es efectivo, es que las altas

desigualdades reducen los mercados nacionales, limitan las tasas de formación de ahorro nacional, bajan la productividad, afectan negativamente el sistema educativo generando deserción en amplios sectores y limitando la oportunidad de educación de calidad a grupos restringidos, y debilitan seriamente la cohesión social.

b) La falacia de la inevitabilidad
Las altas inequidades se presentan con frecuencia con el argumento de que así es la realidad. No obedecerían a la voluntad humana, sino que serían parte inexorable de cualquier curso histórico. Se las critique o no, serían una especie de condición impuesta externa.

La falacia exime de responsabilidades por ellas. La realidad, por el contrario, muestra que son un producto claro, de las prioridades y políticas que una sociedad elige adoptar.

Hay políticas dirigidas a mejorar la equidad, y hay políticas que la deterioran. Una asignación universal a los niños hijos de trabajadores informales como la puesta en acción en Argentina, Bolsa Familia en Brasil, Juntos en Perú, significan una transferencia de ingresos hacia algunos de los sectores más carenciados que mejora la equidad.

Programas como “Un niño, una computadora” aplicado muy exitosamente en Uruguay, y “Conectar igualdad” en Argentina, democratizan el acceso a las nuevas tecnologías.

Proyectos como los establecidos por los Ministerios de Educación de diversos países del UNASUR, que dan oportunidades de completar la secundaria a quienes no pudieron finalizarla, y los acercan al mercado laboral, también la mejoran.

En cambio políticas financieras como las ortodoxas en la región, que condujeron a la desaparición de numerosas cooperativas de crédito, y a la concentración del mismo en pocas instituciones financieras, y a una polarización en el acceso a créditos, agudizaron las inequidades.

c) La falacia de que la desigualdad no es derrotable
Se argumenta que aun aceptando la no deseabilidad de las altas desigualdades, no habría manera de combatirlas. Que su complejidad excede a las posibilidades de los instrumentos de política pública disponibles.
Mejorar la desigualdad requiere respuestas en profundidad, integrales, multifacéticas, acordes a su naturaleza, pero la realidad indica que hay países que lo han logrado.

Por ejemplo, en las bases del modelo de Noruega, que encabeza en la última década la tabla mundial de desarrollo humano del PNUD, se halla que la sociedad se ha preocupado de garantizar a todos las mejores condiciones posibles de partida y desenvolvimiento. Ello va desde que a todo niño se le aplica poco después de nacer, el conjunto de las vacunas que necesitará para el resto de su vida, hasta los extensos periodos de licencia por maternidad (15 meses) financiados por toda la sociedad para la madre y el padre, y el alto chance de ingresar y terminar una carrera universitaria.

Se podrá argumentar que allí hay recursos por los ingresos petroleros, pero otros países petroleros como Arabia Saudita, tienen ingresos aún mayores y los resultados son distintos. Hay un tema de prioridades, políticas y actitudes.
Por ello Costa Rica está entre los líderes mundiales en bajas tasas de mortalidad materna e infantil.

Desestimar el peso de las desigualdades en la magnitud de la pobreza y en la economía, considerarlas inevitables, tener una actitud derrotista frente a ellas, son algunas de las falacias que pesan sobre el retraso histórico que ha tenido el debate sobre la desigualdad en América Latina.

VII. Algunas conclusiones

América Latina está en medio de transformaciones fundamentales que han alentado la esperanza colectiva.

En el horizonte se halla la posibilidad de construir efectivamente economías con rostro humano.

Sin embargo, en el centro de la agenda pendiente, está seguir erradicando la pobreza y mejorar la equidad.

Para ello será necesario profundizar las políticas de cambio en curso, y generar otras pioneras, pero al mismo tiempo desmontar los modos de pensar la economía fuertemente anclados en los ‘90, en la mentalidad de diversos núcleos de la sociedad. Ellos llevan a la insolidaridad, la no asunción de responsabilidades colectivas, al individualismo, y en definitiva son obstáculos para construir una región que incluya a todos.

Las soluciones no pasan por perseguir a los “limpiavidrios”, “los trapitos” y todas las víctimas de la exclusión, sino por la restitución de los derechos económicos y sociales conculcados por las políticas económicas ortodoxas a grandes sectores de la población, y por un desarrollo integral y con equidad.

Es la desigualdad, estúpido

“La desigualdad separa a cada uno de los otros en las escuelas, los vecindarios, en el trabajo, en los aviones, en los hospitales, en lo que comemos, en la condición de nuestros cuerpos, en lo que pensamos, en el futuro de nuestros chicos, en como fallecemos. La desigualdad aniquila la voluntad de concebir soluciones ambiciosas para problemas colectivos, porque esos problemas no son más vistos como colectivo. La desigualdad mina la democracia.” George Packer en “Foreign Affairs” (The Week, 28/10/11).

Las recomendaciones de Charles Dickens
“La solidaridad empieza en la casa, y la justicia empieza en la próxima puerta. Un día dedicado a otros, es un día dedicado a uno mismo”.

Falsas coartadas
Mencius, el principal discípulo de Confucio, en visita al Rey Hui de Liang, 300 antes de Jesús.

“Hay personas que mueren de hambre en las carreteras y tú no distribuyes lo que guardas en el granero. Cuando las personas mueren dices ‘no es debido a mí sino que es debido al año’. Cuál es la diferencia entre apuñalar y matar a un hombre, y luego decir ‘no fui yo, fue el arma’’.

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