Segunda carta de Bonnelly a Balaguer

El 19 de julio de 1978, Bonnelly escribió una segunda carta, contestando a Balaguer, con la cual se cerró la polémica. En la presente, Bonnelly explica que “la presidencia me fue a buscar a mi casa. Y la acepté, por su carácter de transitoria&#8230

El 19 de julio de 1978, Bonnelly escribió una segunda carta, contestando a Balaguer, con la cual se cerró la polémica. En la presente, Bonnelly explica que “la presidencia me fue a buscar a mi casa. Y la acepté, por su carácter de transitoria y con el compromiso, que cumplí religiosamente, de realizar unas elecciones libres”. “Después de todo, usted y yo hemos de convenir en que la Presidencia no es suya, y en que usted no tenía derecho a regalársela a nadie.” Con este último enunciado Bonnelly se refiere a la frase de Balaguer en la que expresó que “usted olvida el hecho de que quien esto escribe fue quien le hizo Presidente.”

Señor Presidente:
A nadie debe sorprenderle que en los primeros acordes de su carta, Doctor Balaguer, resuene un satírico menosprecio de mi cultura juvenil.

No me lastima esa punzante ironía, si recuerdo que era aquella época en que usted daba a la luz pública su “Tebaida Lírica”, en que, en una prosa muy sobrepujada, calificaba a todos los intelectuales dominicanos de “imbéciles,” de pachecos a quienes cultivaban el estro poético, entre los cuales usted se decía sobresalir, como un inspirado Apolo modelado por las divinas manos de los dioses.

A tanto llegaba para esa fecha su auto-concepto, que en un estallido, en un arranque de narcisismo repudió hasta haber nacido en un suelo, el nuestro, indigno de que en él se meciera su cuna.

Hay algunas cosas, Doctor, en que me asombro de su asombro.

Causa estupor, en efecto, que usted se admire de que yo esté enterado de que usted ha consagrado algunas de sus horas de estudio a la filología y a la semántica.

¿Es que no fue usted el que me envió, utilizando los buenos y cordiales servicios del señor Ramón Font Bernard, parte de sus obras completas, entonces en prensa, entre las cuales figura “Apuntes para una Historia Prosódica de la Métrica Castellana”, para mi gusto, como para el del buen catador en estos asuntos, Ramón Menéndez Pidal, la más valiosa de sus pocas obras serias?
Obviamente, con sincera pena lo digo, el autor de ese valioso aporte a la literatura no ha logrado desembarazarse de aquel sentimiento de superioridad que lo ha venido trabajando a lo largo de su vida.

Por otra parte, creo que le asiste la razón, Doctor Balaguer, al solo ponderar mi capacidad de “redactar largos memoriales para la sustentación ante la justicia de jugosos casos civiles”: era la única que usted había calado a fondo por haber sido en mi bufete donde, recién salido de las aulas, dio sus primeros pasos en el ejercicio de la profesión que pronto abandonó para satisfacer su auténtica y única vocación: la de político.

Es de sobra conocido, de igual modo, que durante mi largo ejercicio profesional se formaron junto a mí Edmundo Batlle Viñas, Pablo Alberto Pérez y Manuel R. Sosa Vasallo. Todo se sometía al estudio de todos y al análisis de todos. Siempre he trabajado en equipo.

Sí, Doctor Balaguer, siempre he laborado dando y recibiendo ideas de amigos y colaboradores. Por propia experiencia sabe usted también que nunca he sido avaro en distribuir los escasos conocimientos que usted me acuerda.

A este respecto debe usted tener presente aquel domingo o día feriado, a principios de la década del 40, cuando usted viajó expresamente a Santiago para consultarme. Estaba usted entonces interesado en un caso que iba recurrir en casación y usted necesitaba, según me expresó, mis consejos profesionales.

Para que usted ubique bien la ocurrencia le recuerdo que mi bufete estaba en la planta alta de la calle Duvergé, muy cerca de la calle Comercio, y que allí revisé el proyecto de memorial y redacté y mecanografié personalmente, el procedimiento que debía seguirse. Laboramos juntos, en colaboración según mi hábito, desde la mañana hasta muy entrada la tarde.

No recuerdo que usted me dijera en esas circunstancias que mi prosa fuera insípida o cauta.

Sí, Doctor Balaguer, siempre me ha gustado conocer el pensamiento ajeno.
Contrario a usted, Señor Presidente, que ha disfrutado de la fortuna -que no envidio- de asociar en su prosa los primeros estéticos con la efusión de su encarnizada ojeriza.

Contrario a usted, Doctor Balaguer, que en una ocasión, que no he olvidado, antes de iniciarse su primer período presidencial, el del año 1966, encontrándome en Jarabacoa, dijo, en respuesta a una pregunta: “Joaquín Balaguer no tiene más consejeros que Joaquín Balaguer.”

A esta rara innovación y a esta sobreestimación, obedece el que, por espacio de doce años de gobierno, usted, Señor Presidente, en práctica contraria a todos los estadistas del mundo, que no dejan de reconocerse hombres falibles, nunca haya tenido una sola reunión con su gabinete, que nunca se haya asesorado para interpretar la historia y ni aún para recordarla, en toda su integridad, como lo demuestra la carta que usted acaba de remitirme.

Usted, Doctor Balaguer, desde el vértice de su autoridad crítica, califica mi oración fúnebre sobre Rafael Estrella Ureña de “insípida”. Ya para esa época nuestras estimativas literarias y sentimentales diferían.

Era, desde luego, “insípida”, si se pone en cotejo con el excesivo dulce –dulce a lo cursi—con que se azucaraban las ponderaciones con que se exaltaban otros líderes.

Fuimos muy pocos, y esto es de público conocimiento, los que permanecimos leales, inclusive en los días negros de sus desgracias, al recuerdo de aquel hombre, amable hasta la candidez, inteligente y perspicaz, amo de un verbo, que por su vigor de convicción, calaba en las conciencias y derramaba luces orientadoras, y fue, valiente, muy valiente, hasta la temeridad.

Deseo en este punto subrayar otra equivocación suya: la de que fui Diputado al régimen recién instaurado. Es cierto, pero usted omite – con voluntaria preterición—el significar que fui Legislador de la oposición, continuamente amenazado y que antes de que me obligaran por la fuerza a renunciar, como lo hicieron con otros Diputados, el 22 o el 23 de enero de 1932, como consta en la edición del Listín Diario de esa fecha, presenté mi dimisión afirmando que me mantenía en las filas del Partido Republicano que había presidido ese gigante de la tribuna que se llamó Rafael Estrella Ureña.

Entre los actos más notables de mi oposición se cuenta mi negativa a que el Rector de la Universidad fuese designado por el Poder ejecutivo, actitud en la cual me apoyaron, los entonces estudiantes, Guido Despradel Batista y Miguel Ángel Gómez Rodríguez.

Fue entonces cuando recibí la información de que el autócrata había dicho: Bonnelly no sabe el cementerio en que lo voy a sembrar.

Exactas, son asimismo, las desventuras y auto de fe que sufrió la obra del Doctor Balaguer, escrita en España, que fue su primera producción en encomio del régimen de Trujillo cuando aún no habían ni asomado siquiera motivos para los superlativos elogios.

Cierto es que en aquellas páginas se alojaron frases laudatorias de Rafael Estrella Ureña. Pero ello obedecía a que todavía, en la madre patria, se desconocía el carácter cesario y celoso del hombre fuerte de la República.

Ello lo demuestra la chispeante y buenhumorada anécdota que desde entonces corre por el país. Osvaldo Bazil, que era a la sazón jefe de nuestra Legación madrileña –no Embajada como dice el Doctor—y que había hecho la presentación del libro, al enterarse del auto de fe puso el siguiente telegrama a Trujillo: “Escribí prólogo, más no leí libro.”

Esclarecidos estos prolegómenos de su carta, que es una franca huida por la tangente, como quiera que nada tiene que ver con el caso, como quiera que son desahogos espigrámaticos para hurtarle el bulto a la verdad histórica, paso ahora a recoger la relación de los hechos que usted hace de la postrera presencia de los Trujillo en el país.

Es inexacta su afirmación de que estuvieron aterrados y de que no porfiaban ya por prolongar el régimen ya caído y del cual se creían herederos.

Usted no puede ignorar, Señor Presidente, porque esto es del conocimiento del gran público, que el 18 de noviembre de 1961 fueron convocados a la base aérea de “San Isidro” todos los jefes militares de la Nación y todos los jefes del tenebroso SIM.

Esa reunión se efectuó con el designio de ultimar detalles y congregar fuerzas al servicio de los Trujillo, para dar el golpe y, por tanto, para derrocarlo a usted.
El golpe fue aplazado por la presencia amenazadora en el Placer de los Estudios de las naves norteamericanas cuya permanencia en nuestras aguas territoriales, contrario en todo y por todo a lo que usted afirma, no tiene otra explicación que la de desbaratar el levantamiento de los postreros vestigios de la que usted apellida “familia dinástica”.

Ante esta situación, el General Pedro Rodríguez Echavarría, partió de San Isidro a reintegrarse a sus funciones de la Base Aérea de Santiago, no sin antes haber pedido al General Fernando Sánchez hijo, alias (Tunti), Jefe de Estado Mayor, refuerzo aéreo para su base. Allí se le unió el general Rodríguez Méndez, a quien la jerarquía militar golpista había trasladado a Dajabón, pero éste, desviándose de su destino permaneció en la ciudad de los Treinta Caballeros.
Continúa en la próxima entrega.

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