A la memoria de Samuel S. Conde Sosa y Orlando Haza del Castillo, dos singulares amigos.Orlando Haza, mi querido profesor y camarada, formuló el ‘ars poética’ de la ‘pavería’. La doctrina de Orlando reclamaba el concepto de que un pavo genuino, de raza (conste: que los hay falsificados y apócrifos), necesitaría en buenas dosis, primero, la capacidad para reírse de sí mismo. Esto así, además de requerir juicio suficiente como para entender, por ejemplo, que la lengua mechada era mucho más excitante, nutritiva y necesaria que la lengua española.

Pavos ilustres, de antología, hubo y hay muchos: aquí y fuera. Orlando y don Virgilio Díaz Ordóñez intercambiaban piezas pavas por correo, y ambos vivían en la misma calle en Washington. García Márquez fue un pavo insomne, eximio e innato (quien lo dude, que se lea ‘El avión de la bella durmiente’). Don Samuel Conde, aunque no ejerció de lleno este noble oficio, fue dueño de una suerte de pavería tranquila (digamos: precavida), como ocurría en criaturas de su sabiduría y de su mansedumbre.

A don Samuel dirigí una carta ‘protopava’ (era aún inédita la propedéutica creada por Orlando) en ocasión de un frustrado encuentro en Jarabacoa (con la carretera en construcción) en el que escucharíamos a Ricardo Wagner junto a Julio Ravelo de la Fuente, Néstor Sánchez Cestero y mi hermano Bobby.

Según supe, la inocente misiva fue leída por él, con alborozo, en el Directorio del BHD. Luego, copias de la carta circularon vivamente entre pavos y ‘cronopios’ (variedad de pavo ecuménico descubierta por el gran pavo argentino Julio Cortázar). A los bondadosos que aún me acompañan en este punto del relato, en memoria de don Samuel Conde les transcribo la carta:

Querido don Samuel:

Deploro no haber podido asistir a su sesión wagneriana de Jarabacoa. Quiero, además, exponerle la odisea de mi viaje a ese apacible refugio montañés. Para simplificar la historia, apelaré al recurso cronológico. Percibirá, así, que no todos los hechos ocurrieron ese viernes, 25 de abril de 1986.

Montecristi, 4:30 p.m./ Bajo una ardiente protesta de Mera, Muñoz y Fondeur, decido concluir la velada y dirigirme a Jarabacoa. Como testimonio de simpatía hacia usted, unánimemente se decide que sea yo portador de una muestra del excelente ‘pipián’ que hemos ingerido.

Me acompaña una caja conteniendo Parsifal, Lohengrin, Tannhäuser, la Tetralogía (con Von Karajan), Tristán e Isolda, El holandés errante, Los Maestros Cantores; también de Wagner, la Grosse Sonate en La Mayor y la Fantaisie en Fa Menor; y, además, dos trabajos de Pierre Boulez: su ‘Le Marteau sans Maître’ y el Concierto para Orquesta de Bartók, con Boulez y la Filarmónica de New York.
Santiago, 6.30 p.m./ Luego de un trayecto con lluvia intensa, deposito a mis acompañantes (Mera, Fondeur y esposas) en la casa de Aney Muñoz. A las 7.00 p.m. salgo con destino a Jarabacoa. En ese momento pienso que llegaré a la casa de los Conde alrededor de las 8.30 de la noche.

Carretera de Jarabacoa, 7.30 p.m./ Llueve todavía. Hemos cruzado el lugar donde está la Virgen. La superficie de la carretera es muy resbaladiza. Un kilómetro y medio después, el tránsito está obstruido. Un autobús lleno de músicos (luego supe que constituían un grupo denominado El Zafiro y que tocarían un baile en Jarabacoa) está atorado en el lodo y ha chocado con un jeep que le hace campaña política a Ángeles Suárez.

Mi vehículo (una Van Ford, vieja y automática) también se atasca. Todos los músicos, con zapatos blancos y ropa abigarrada, tratan de empujar su vehículo bajo la lluvia pertinaz.

Carretera de Jarabacoa, 8.30 p.m./ Los músicos han logrado retirar el autobús del centro de la vía. Nuestro vehículo no tiene suficiente tracción para salir del fango. Decido, entonces, trasladar las pertenencias esenciales (maletín, caja de discos, scotch, etc.) a mi unidad de apoyo: un Patrol Nissan, 4×4. La lluvia continúa. Con dificultad cruzamos y prosigo el viaje a Jarabacoa.

Jarabacoa, 9.30 p.m./ Nos detenemos en el Campamento de Obras Públicas. Necesitamos una motoniveladora y camiones para distribuir material granular en el tramo problemático de la carretera (dos kilómetros, poco más o menos) y, además, para rescatar nuestro vehículo y remolcarlo hasta un sitio a partir del cual el pavimento esté firme.

El Encargado del Campamento llega a las 10.10 p.m. Le ordeno, entonces, buscar operadores para los equipos y dirigirse al sitio del conflicto. Deben remolcar la Van hasta el Campamento, porque, luego de depositarme en la casa de los Conde, el chofer del jeep bajará a buscarla. Todo luce muy simple. La situación está conjurada. Ahora puedo mirar el mapa e iniciar la búsqueda de Bayreuth.

Puente Yaque del Norte, 10:30 p.m./ Sigo las indicaciones del croquis y doblo inmediatamente a la derecha. Pienso que voy en la dirección acertada cuando, coincidiendo con el diagrama, cruzo un arroyo. Hemos caminado quizás tres kilómetros. Por la abrupta geometría del camino, sin aludir a la oprobiosa condición de su pavimento, empiezo a dudar, ahora, de que el carro de mi hermano Bobby sea capaz de llegar hasta aquí. Mis recelos se borran cuando aparece la puerta de entrada a una urbanización, tal y como lo señala el dibujo.

Entiendo que se me indica seguir a la izquierda, sin cruzar el pórtico de la urbanización, y así lo hago. Caminamos casi otro kilómetro. La ruta no parece recta como señala el mapa. El sendero es ahora más irregular y resbaladizo. Aún para el jeep es dificultoso transitar. No veo luces de casas ni señal alguna de vida en el sitio. Pienso que estoy equivocado y que el mapa indicaba entrar en el reparto cuya puerta quedó atrás. Decido devolverme.

Entramos a la urbanización, siguiendo poco más o menos un trayecto como el que señala el croquis. Noto restos de asfalto en las calles mal cuidadas. Entonces aparece la casa. Se me ocurre que, al fin, he llegado. Miro el reloj. Son las 11.30 de la noche.

Es una quinta muy bien iluminada, grande, en una colina, con todas las apariencias de estar habitada. Llueve tenuemente. Mi chofer abre el portón de la entrada y subimos hasta la marquesina de la casa. Me extraño de que todo esté en silencio. Tocamos en la puerta delantera, en la puerta trasera; luego el chofer llama, grita, y nadie responde. Las luces están encendidas, pero nadie acude. Decido salir de esta casa inexplicable y volver al pórtico de entrada a fin de orientarme.

De nuevo doblamos a la derecha, según el trayecto anteriormente recorrido. Trato de encontrar el final del camino. Llegamos un poco más lejos, hasta una encrucijada. A la izquierda: una cuesta pedregosa, abrupta y estrecha; a la derecha: un camino angosto, con una empalizada de postes altos y blancos. Ningún signo de vida en los alrededores. El chofer comenta que no se advierten huellas recientes de vehículos. Un nuevo intento y tomamos el camino de la derecha. El jeep avanza unos cincuenta metros. Algunas ramas de árboles estrechan el sendero. No hay espacio para girar. Salimos dando marcha atrás. Son las 11.50 p.m. Decido volver a Jarabacoa.

Jarabacoa, 12.20 a.m./ La Van está esperándonos en el campamento de Obras Públicas. Una docena de personas y un jeep, con una soga, lograron sacarlo del atolladero. Nadie pudo localizar a los operadores de la motoniveladora y el camión. Me informan que la carretera está interrumpida y que numerosos vehículos permanecen atascados desde varias horas antes.

Carretera de Jarabacoa, 1.00 a.m./ Algunos camiones grandes que bajan del poblado (uno lleno de pollos; los otros, con cargas cubiertas) están detenidos en el sitio desde las 11.00 p.m. Un carro grande, norteamericano (atravesado y con los neumáticos totalmente hundidos en la arcilla), el vehículo de los seguidores de Ángeles Suárez (averiado y, también, preso en el fango) y una camioneta llena de repollos (a punto de caer en la cuneta, luego de frenar en aquella superficie como de jabón) impiden el paso. Son unos diez los vehículos que intentan bajar. No puedo contarlos, pero, por las luces, estimo que otros tantos, con intenciones de llegar a Jarabacoa, se encuentran detrás del obstáculo.

Llamo por el radio y la señal no sale. Ya tarde (alrededor de la 1.45 de la madrugada) me responde la Ayudantía de La Vega. Ordeno que envíen una motoniveladora, una pala y camiones cargados de grava. Desciendo de la Van y trato de caminar los cien metros que me separan de los carros entrampados. La pendiente es muy fuerte y el suelo es de aceite. Arrecia la lluvia. Regreso lentamente al vehículo. Estoy sin zapatos y con los pantalones doblados a media pierna. El ingeniero de La Vega llega hasta mí, a pie, cuando son las 2.45 a.m. Su camioneta está al otro lado del obstáculo. Me indica que los equipos vienen de camino y que tardarán una media hora en arribar.

A las 3.40 a.m. se inicia la “Operación Rescate”. Salimos del lugar a las 4.00 a.m. Cuando llegamos a Santo Domingo, poco faltaba para las seis de la mañana del sábado.

Santo Domingo, 11:30 a.m./ Al despertar, cerca del mediodía, llamé a su casa. Así supe que estaba en Jarabacoa. Por la esposa de Bobby me enteré, en la tarde, que él le acompañaba. De todas maneras, el “pipián” quedó a salvo y aquí se lo envío.

Chichi Fondeur, conocedor de su habitual formalismo, me encargó advertirle que no es necesario devolver el recipiente.

Reciba mi más afectuoso abrazo.

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