Por más ética empresarial

I. Se terminó la fiesta El Foro de Davos de enero, 2012, reunió a 2,700 de los empresarios más ricos del planeta. Los recibió el fundador y director del Foro Klaus Schwab, con una declaración que habría sonado inaudita…

I. Se terminó la fiesta

El Foro de Davos de enero, 2012, reunió a 2,700 de los empresarios más ricos del planeta. Los recibió el fundador y director del Foro Klaus Schwab, con una declaración que habría sonado inaudita cuando se inició, hace 10 años: “El capitalismo en su forma actual ya no encaja en el mundo. No hemos sabido aprender de las lecciones de la crisis de 2009. Urge una transformación global y debe comenzar con la aplicación de un nuevo sentido de responsabilidad social”.
Un baño de realismo para el 1 por ciento que concentra el 43 por ciento de la riqueza de todo el planeta. Así, no va más.

La OIT ha indicado que hay no menos de 200 millones de desocupados, cifra récord, y que en los próximos diez años habrá que crear 600 millones de empleos productivos para “garantizar la paz social”.

¿Cómo se hará? No será con la receta ortodoxa, que está agravando todo en donde se aplica.

Además, la gente se pregunta cada vez más por qué los sacrificios se reparten tan mal. Qué derecho hay.

En el discurso de Obama inaugurando el Congreso 2012, la Casa Blanca sentó al lado de la esposa del presidente a la secretaria del multimillonario Warren Buffett, destacándola. Obama la mencionó. Paga una tasa de impuestos que es el doble de la de su jefe, gracias a los desgravámenes para los muy ricos.

Benefician ex profeso al 1 por ciento. Como reclama la opinión pública, las brechas de remuneraciones son amplísimas.

No es solo en EE. UU. En Gran Bretaña, el ex gerente de British Petrolices, la productora del mayor derrame de la historia, Hayward, ganó en 2010, 63 veces lo que ganaba un empleado promedio de su propia empresa. En 1979, la relación era 19 a 1.

Eso rebota finalmente en diferencias abismales en los años de vida. En el barrio rico de Queen’s Gate, en Londres, la gente vive en promedio 88 años. Muy cerca, en Tottenhaum Green, al lado de donde se produjeron las revueltas sociales, la esperanza de vida es 71 años.

Con razón advierte el informe base del Foro de Davos: “En los países desarrollados, como los de Europa Occidental, EE. UU. y Japón, el contrato social que se daba en décadas recientes como establecido está en peligro de ser destruido”. Ha estallado la desconfianza profunda en modelos económicos que no dan respuesta y magnifican las desigualdades.

Obama en su discurso invocó como un tema central la necesidad de una economía justa, que permitiera la movilidad social.

Según diversas fuentes estadísticas hay un gran cambio en la percepción de la opinión pública en EE. UU. Pasó de la creencia casi absoluta en que todos podían llegar arriba, a captar la realidad aplastante de las enormes desigualdades y el estancamiento de la movilidad social.

Los cuestionamientos se centran cada vez más en el rol concreto de las empresas y especialmente de los grupos financieros.

Se está discutiendo todo: cómo operan, la falta de transparencia, la aplicación rígida de la maximización de las ganancias de corto plazo, la tendencia a la especulación, las remuneraciones descomunales de los gerentes, los despidos salvajes, la acción contra los sindicatos.

Un tema fundamental del cuestionamiento es que la práctica de algunas de las principales empresas está violando uno de los principios del capitalismo, la relación entre desempeño y remuneración. Se supone que tiene que haber reglas racionales que premien el buen desempeño, y desalienten la mala gerencia. Eso no está funcionando. Los ejecutivos que hicieron quebrar Lehman Brothers, Bearn and Stearn, casi quiebran también Merryll Linch y ASG (y muchos otros casos, en que implosionaron empresas líderes de muchísimos años) recibieron pagos exorbitantes.

La disconformidad masiva y creciente, que llevó a que los indignados fueran la figura del año 2011 de Time, significa una erosión muy importante en la legitimidad de las empresas.

Un economista duro, Michael Porter, prevenía ya sobre el problema que Davos llevó al centro, en el Harvard Business Review (enero de 2011): “El sistema capitalista está sitiado. En los últimos años las empresas han sido consideradas, cada vez en mayor medida, la causa de problemas sociales, ambientales y económicos. Y gran parte de la población cree que las empresas han prosperado a expensas de la comunidad. La legitimidad de las empresas ha caído a niveles nunca antes vistos en la historia”.

En este ambiente, la demanda histórica por responsabilidad social empresarial (RSE) crece a diario.

¿Qué se está pidiendo, en concreto?

II. ¿Qué es RSE?
En un artículo (13/9/62) cuyo título no dejaba lugar a dudas, “La responsabilidad social de las empresas es mejorar sus ganancias”, Milton Friedman decía que pedirles otra cosa era perjudicar su trabajo. Friedman fue el padre de la escuela de Chicago y asesoró a Pinochet. Era la etapa de la “empresa narcisista”, encerrada en sí misma.

Surgieron presiones sociales para que la empresa saliera de esos marcos estrechos y tomó fuerzas la “empresa filantrópica”. Crecieron las contribuciones de las empresas a causas muy específicas.

Fuerzas históricas emergentes exigen hoy que la empresa vaya mucho más allá. Que produzca una ruptura paradigmática con las visiones anteriores y se transforme en la empresa con alta RSE.
¿Qué es? Por lo menos lo siguiente:

a) Políticas de personal que respeten sus derechos y favorezcan su desarrollo
La RSE empieza por casa. Para que las empresas puedan pregonar RSE deben ejercerla con su propio personal. Son imprescindibles condiciones dignas de trabajo, remuneraciones justas, posibilidades de avance, capacitación.
Pero al mismo tiempo hay otros temas críticos, como la eliminación de las discriminaciones de género, de la actitud negativa hacia las mujeres embarazadas, el equilibrio familia-empresa.

b) Transparencia y buen gobierno corporativo
La información debe ser pública y continua, los pequeños accionistas deben ser escuchados, los órganos de dirección deben tener idoneidad y ser controlables, se deben eliminar los conflictos de interés. Un capítulo especial es el de las remuneraciones a los altos ejecutivos.

c) Juego limpio con el consumidor
Se espera que los productos sean de buena calidad, los precios razonables, y es decisivo que los productos sean saludables. Hay gruesos problemas en este campo. Van desde los efectos altamente nocivos de las “fast foods”, con sus contenidos de grasas ultrasaturadas, hasta los recientes juicios masivos a laboratorios farmacéuticos líderes por comercializar medicamentos con contraindicaciones serias.

d) Protección del medio ambiente
Esto va desde convertir las empresas en limpias medioambientalmente, hasta colaborar de múltiples formas con la crítica agenda actual.

e) Integración a los grandes temas sociales
La expectativa es que la empresa privada colabore intensamente con las políticas públicas, en alianzas estratégicas con ella y la sociedad civil, en el enfrentamiento de cuestiones esenciales para el interés colectivo, como son por ejemplo, en América Latina, la deserción escolar, el mejoramiento de la educación, la reducción de la mortalidad materna y la mortalidad infantil, la inclusión de los jóvenes marginados y otras cuestiones similares. La empresa privada, además de aportar recursos, puede contribuir con alta gerencia, canales de marketing, espacios en Internet, tecnologías avanzadas, y muchas de sus tecnologías específicas.
No se pide que reemplace a la política pública, sino que sea un aliado creativo y constante de ella.

f) No practicar un doble código de ética
Las multinacionales no deberían aplicar un código de RSE en sus países centrales y otro distinto en países en desarrollo. Sería grave que, como ha sucedido en diversos casos, apliquen RSE en sus casas matrices y empleen mano de obra infantil o degraden el medio ambiente en sus inversiones externas.

III. ¿Por qué avanza la idea de RSE?

La idea de RSE progresó fuerte en los últimos años. The Economist, por ejemplo, que veía muy críticamente a la RSE, considera que “ha ganado la batalla de las ideas”, y que “con el tiempo será simplemente la manera de hacer negocios en el siglo XXI”.

Más de 8,000 empresas líderes han firmado el Pacto Global propuesto por la ONU, que manda aplicar principios básicos en derechos humanos, libertad sindical, trabajo forzoso, erradicación del trabajo infantil, abolición de discriminaciones, medio ambiente y corrupción.

Numerosos países aprobaron el ISO 26.000, que establece lineamientos para la RSE. La idea ortodoxa de que la empresa solo tiene que ganar lo máximo y no debe rendir cuenta a nadie más que sus dueños ha sido confrontada por la teoría de los involucrados (stakeholders), que dice que tiene que ser responsable ante público muy variados, como sus empleados, los consumidores, los pequeños inversores, los medios, las diversas expresiones de la sociedad, y otros.

Todas esas ideas han enfrentado y enfrentan enormes resistencias, pero avanzan impulsadas por la pérdida de legitimidad de la empresa “egoísta” tradicional. Hay importantes fuerzas históricas que reclaman un cambio profundo en la concepción de la empresa privada y de su rol. Entre ellas se destacan:

Una sociedad civil movilizada

En la lucha por democracias reales, los ciudadanos exigen ética a los políticos, pero también cada vez más a los empresarios.

Las ONG y la opinión pública han librado en los países desarrollados extensas luchas, como la que llevaron adelante en defensa de la salud pública contra una de las concentraciones empresariales más poderosas, la de la industria del tabaco. Sin esas luchas, los millones de muertes anuales que produce el cigarrillo serían aún muchas más. Han sido fundamentales en derrotar la tesis propiciada por empresas contaminantes de que no hay un peligro medioambiental real.

Los pequeños accionistas defraudados

Los pequeños accionistas están en total ebullición frente a la caída de las grandes instituciones financieras de Wall Street, y de otros países desarrollados, con grandes pérdidas para ellos. Exigen, a través de los fondos de pensiones y otras organizaciones en que han invertido, un cambio sustancial en las reglas de juego, en el que el buen gobierno corporativo controlado es una reivindicación central. Entre sus protestas están ahora las enormes retribuciones de los altos ejecutivos, muchas veces autofijadas, porque cooptan a los consejos directivos, en cuyo nombramiento influyen, y la mencionada disociación entre su rendimiento y lo que cobran. Así, dicen los directores de dos grandes organizaciones que trabajan con pequeños inversores, Fidelity World Wide Investment y la Asociación de Aseguradores de Gran Bretaña (The New York Times, 23/1/12): “Los niveles inapropiados de remuneración de los ejecutivos han destruido la confianza pública y llevado a una situación donde se percibe que todos los directores están sobrepagados”. Los ánimos de los pequeños inversionistas y de la sociedad se caldearon en Inglaterra cuando se supo de los planes para pagarles millones a los altos ejecutivos del Banco Barclay, aunque el precio de las acciones del banco haya caído en un 30 por ciento el año pasado. El Royal Bank of Scotland anunció que pagaría a su jefe de inversiones una gran suma, aunque el banco declaró que iba a despedir a miles de empleados. Los pagos a los ejecutivos de las cien empresas mayores en Gran Bretaña crecieron en promedio 49 por ciento en 2010, cuando las remuneraciones de los empleados lo hicieron solo un 2,7 por ciento.

Consumidores responsables

En tercer término se halla el avance del consumo responsable. En los Estados Unidos, como en otras economías desarrolladas, crece el “consumidor verde o ético”. Se estima en no menos de 110,000 millones de dólares en EE.UU. el mercado de consumidores que cuando compran tienen en cuenta si la empresa es saludable, amigable con el medio ambiente y sus niveles de RSE.

Ciudadanos activos, accionistas indignados y consumidores responsables están empujando el cambio de paradigma en RSE. Son fuerzas que han llegado para quedarse. Cuanto más progrese el irreversible proceso de democratización que viven amplias áreas del planeta, mayor será su incidencia y presión. Están movilizadas por la profunda decepción que ha dejado el comportamiento ético personal y empresarial de amplios sectores de las elites empresariales. Plantean que algo muy importante debe cambiar.

La Encuesta Edelman entrevistó a fines del 2011 a una muestra de 5,075 personas del 25 por ciento más rico de la población de 23 países, de cinco continentes. Encontró una fuerte caída de la confianza en las empresas en el último año. Bajó en EE. UU. del 54 al 46 por ciento, en Francia del 48 al 36, en Gran Bretaña del 49 al 44 por ciento.

Se hizo a este 25 por ciento más rico una pregunta muy concreta: “¿Las corporaciones deben crear valor accionario que se alinee con los intereses de la sociedad, aun cuando ello signifique sacrificar ese valor?”. La gran mayoría contestó que sí: Alemania 91 por ciento, Gran Bretaña 89, China 89, EE. UU., 85, México 85, Canadá 82, Suecia 81, Argentina 78, India 74 por ciento.
La encuesta concluye: “Las empresas deben alinear los objetivos de ganancias y metas sociales”.

En el campo de las ideas la RSE ha ganado. Es nadar contra la corriente hoy oponerse a ella. La doctrina Friedman fue derrotada. Pero esto no sucede así necesariamente en el campo de los hechos.

IV. La lucha por la práctica de la RSE

No basta que una idea se imponga en el pensamiento para que pase a ser actuada. Lo está mostrando el retroceso creciente de las ideas ortodoxas en economía, que mantienen sin embargo su presencia activa en las políticas de austeridad a toda costa en Europa. Si hay intereses muy poderosos en juego, se resistirán a las nuevas ideas usando todo su poder.

Ello está sucediendo con la protección a ultranza de los intereses financieros por sobre los pueblos en Europa.

Es similar la situación en RSE. Avanza en las ideas, pero tiene muy firmes resistencias en la práctica. Muchas veces no pasan por negar la idea, sino por adulterarla en la acción, haciendo “como si” se estuviera llevando a cabo, o cambiándola por sucedáneos.

¿Pierden las empresas que practican seriamente la RSE? No parece. Investigaciones de todo orden dan cuenta de que a más RSE, más reputación corporativa, competitividad, lealtad de los consumidores, posibilidad de atraer los más capaces a la empresa, productividad laboral y confianza.

La crisis ha agudizado la necesidad de cambios perentorios. Por lo pronto, se pide a las empresas balances sociales en los que den cuenta a toda la sociedad de qué es lo que han hecho en lo social y lo ambiental. Este balance es hoy obligatorio en Suecia para las empresas con más de un 50 por ciento de participación estatal, y en Dinamarca para sus 1,100 mayores empresas. Pero no es solo información lo que se pide. En un ambiente cada vez más tenso socialmente, aumenta la presión por regulaciones que lleven a una mayor ética empresarial.

En la Encuesta Edelman, el 48 por ciento dice que la regulación no es suficiente, versus un 19 por ciento que dice que es demasiada. En todos los países predominan los que dicen que hay que regular más. Son, en EE. UU., 37 por ciento; en Alemania, el 44; en Francia, el 47; en Rusia, el 59; en Gran Bretaña, el 48; en Irlanda, el 59; en Italia, el 56; en España, el 69; en India, el 52, y en China, el 75 por ciento.

La RSE que está exigiendo crecientemente la ciudadanía implica en el fondo replantear el rol de la empresa en la sociedad.

V. ¿Cómo está América
Latina en RSE?
El debate entre los líderes empresariales del mundo, sobre si deben cambiar ellos o, por el contrario, son los gobiernos o la opinión pública los que están molestando, está al rojo vivo.
En 2010, el presidente de uno de los mayores fondos de inversión, frente a las denuncias de Obama del rol de algunos empresarios en la crisis, habló de una guerra de Obama contra las empresas comparable a la invasión de Polonia por Hitler.

The Economist, muy leída por los medios empresariales, dice (28/1/12) que “los ejecutivos de los fondos de inversión deben estar esperanzados en que se guarde sus opiniones para sí mismo, porque mala publicidad es lo último que el sector necesita”. El horno no está para bollos con la opinión pública.

Así lo entiende el presidente de otro fondo de inversión líder, Muhamed El-Eirian, de Pinco. Declaró al The New York Times (27/10/11) que simpatizaba con el movimiento Ocupa Wall Street porque “el sistema capitalista tiene que moverse hacia un capitalismo inclusivo, crear más empleo y cortar las desigualdades excesivas”.

Bill Gates llevó al Foro de Davos 2012 un anuncio fuerte. Declaró que su fundación donaba 750 millones de dólares para el Fondo Global para Combatir el SIDA, la Tuberculosis y la Malaria. Creado por la Organización Mundial de la Salud, está en dificultades económicas porque algunos de los países ricos le han cortado sus aportes. El fondo paga los medicamentos antisida a tres millones de personas pobres, ha distribuido 200 millones de redes mosquitero antimalaria, y ha prevenido 4 millones de muertes de tuberculosis. Gates enfatizó: “los tiempos de crisis económica no son excusa para cortar la ayuda a los más pobres del mundo”.

En América Latina los países empeñados en transformar el modelo, como muchos de la Unasur, vienen desarrollando políticas públicas para profundizar un crecimiento para todos. Entre ellas políticas agresivas en campos como la inversión en infraestructura, transporte y energía, el fortalecimiento de la pequeña y mediana empresa, la extensión del crédito, programas dinamizadores del empleo; y han aumentado sensiblemente la inversión en educación, salud y programas compensatorios.

Los pobres, que son más del 25 por ciento de la población de la región, dependen fuertemente de políticas públicas de calidad.

La empresa privada puede ser un aliado estratégico de dichas políticas, pero se necesita un replanteo de la agenda de RSE en la región.

Un alto número de empresas latinoamericanas están aún en la etapa “narcisista” apegadas estrictamente a la maximización del lucro y aisladas de toda rendición de cuentas a la comunidad.

Algunos empresarios del 0,1 por ciento más rico de la región dicen que su única responsabilidad es la alta rentabilidad y que ellos crean trabajo y con eso basta.
En el mundo desarrollado se está planteando actualmente que algunos de los que tuvieron más alta rentabilidad no lo hicieron creando empleos sino al revés, destruyéndolos. Comprando empresas en mal estado, despidiendo masivamente y revendiéndolas. O exportando trabajo a donde pudieran conseguir mano de obra muy barata, sin regulaciones y sin sindicatos molestos.

Por otra parte, ninguna empresa produce trabajo sola. Es muy bueno que lo genere, pero eso es factible porque hay una sociedad que a través de sus contribuciones fiscales, y su esfuerzo, construye caminos, puentes, arma sistemas de transporte, invierte en ciencia y tecnología, educa mano de obra, cuida la salud de los trabajadores. Algunas empresas han avanzado en los últimos años en la “filantropía empresarial”, con contribuciones crecientes, si bien mucho menores proporcionalmente que las que se efectúan en el mundo desarrollado. Eso es un progreso, pero siguen distantes de la asunción de la RSE.

Impera en amplios círculos empresariales la idea de que una empresa es responsable si paga los sueldos y cumple con los impuestos. Eso significa simplemente cumplir con la ley. Lo contrario es infringirla. Pero RSE es mucho más que eso, como se vio. La confianza en la empresa privada es baja en la región. En el Latinobarómetro (2011), cuando se pregunta a los encuestados en 18 países latinoamericanos, la empresa privada sólo tiene un 38 por ciento de credibilidad.

¿Qué se espera de las
empresas en América Latina?
Deben proporcionar “trabajo decente”, con sueldo digno, las correspondientes protecciones en salud, previsionales, posibilidades de desarrollo, equilibrio con la vida familiar. Debe haber transparencia, buen gobierno corporativo, rendición de cuentas, juego limpio con los consumidores, cuidado del medio ambiente, participación en grandes causas de interés colectivo acompañando a las políticas públicas.

Una empresa brasileña, Natura, que produce cosméticos y está presente en quince países, es hoy una referencia internacional en RSE. Aplica en todas sus áreas la idea de gestión sustentable. Trabaja conjuntamente con ONG, cooperativas, emprendedores y líderes sociales y ambientales. Está operando con sus proveedores para generar un “empaquetamiento totalmente sostenible”. Da bonificaciones especiales al personal que encuentra nuevas maneras de reducir su impacto en el medio ambiente. Produce un balance anual triple (financiero, social y ambiental), coproducido con todos los involucrados. Entiende su compromiso en forma muy diferente que las inmersas en el “narcisismo”. Plantea: “Nuestro compromiso excede la cadena de negocios, buscamos contribuir al desarrollo local, la generación de ingresos a proveedores, y la formación de liderazgos de la sociedad civil y el poder público”.

La Cooperativa Obrera de Bahía Blanca, Argentina, que tiene un supermercado que concentra el 60 por ciento del comercio de alimentos de la Ciudad, pone ante todo la salud de los consumidores. No solo vende alimentos saludables, sino que además investiga para desarrollarlos. Con la colaboración del laboratorio de alimentos de la Universidad de La Plata, produjo un pan con omega tres incorporado y otros productos semejantes. Compite exitosamente con las grandes cadenas comerciales internacionales en base a sus altísimos niveles de RSE, coherentes con su perfil cooperativo.

Las pymes son especialmente convocables para la RSE. Tienen una relación muy estrecha con su personal, cuidan sus clientes, quieren ser ciudadanos ejemplares en la comunidad, forman parte integral de ella y les preocupa seriamente su progreso.

Una agenda renovada de RSE en este continente implica también entre los aspectos claves avanzar hacia un nuevo pacto fiscal. El esquema actual es regresivo, con más de dos tercios de la recaudación fiscal provenientes de impuestos indirectos, como el del valor agregado, que grava a la población por igual, independientemente de su patrimonio e ingresos. La falta de equidad se refuerza aún más con la existencia de un alto porcentaje de evasión fiscal en los sectores de mayores ingresos.

La exigencia por parte de la ciudadanía de que se dé un salto en ética empresarial es muy fuerte en la región. La Encuesta Edelman consultó al 25 por ciento de mayores ingresos de Argentina, Brasil y México sobre si debía haber más regulación de las empresas. A pesar de ser el cuartil más rico, con fuerte presencia de empresarios, ejecutivos, y personas vinculadas con las empresas grandes y medianas, las mayorías a favor de más regulación fueron amplias. En Argentina, el 54 por ciento dijo que se requería más regulación, frente a un 25 por ciento que dijo que había la necesaria, y solo un 14 por ciento alegó que era excesiva. En Brasil las cifras fueron similares, 52 por ciento por más regulación, 24 por ciento la consideraba suficiente, y solo 17 por ciento quería menos. En México, 62 por ciento pedía más regulación, 16 por ciento la consideraba suficiente y solo 16 por ciento quería menos.

La presión por más ética empresarial irá en aumento en la región porque los procesos históricos de cambio en marcha la requieren y están potenciando sus fuerzas impulsoras, como la participación de la sociedad civil, el consumo responsable, los pequeños inversores, los sindicatos y los involucrados en general.

Avanza la democratización. La región y el municipio recuperan protagonismo. Muchos grupos excluidos están hoy participando e incidiendo, como los indígenas, las mujeres y los jóvenes. Crecen las organizaciones de base y las ONG representativas. Cuatro de cada cinco latinoamericanos quieren más igualdad. Están en marcha cambios profundos en los modelos económicos, que han llevado a que en Brasil, Argentina y Uruguay, más de una cuarta parte de la población pasara en los últimos ocho años de la pobreza a la pequeña clase media.

En el Foro de Davos 2012 reinó el desconcierto sobre cómo enfrentar la sangría de empleos en Europa, la baja de la actividad económica, los juegos especulatorios desatados incluso ahora sobre las economías en alto riesgo, como Grecia, Irlanda y hasta Italia, los impactos regresivos de los ajustes ortodoxos sobre la producción y la protesta social masiva.

En su contracara, el Foro Social Mundial, realizado en Porto Alegre en los mismos días de enero, hubo un clima opuesto.

La presidenta del Brasil, Dilma Rousseff, disertó especialmente para los 35,000 participantes y les dijo sobre los modelos del Sur: “Nuestros países crecen y reducen la pobreza y la desigualdad social, mientras en otras regiones aumentan la desigualdad y la exclusión y avanza la estagnación”.

Los latinoamericanos quieren construir una economía con rostro humano.
La lucha por más ética empresarial es un episodio fundamental de la construcción de ese modelo que los tiempos están demostrando que es imprescindible y posible.

Hay desarrollos alentadores en el sur de América Latina, como el compromiso de instituciones empresariales líderes de Argentina, Brasil, Uruguay, Chile y otros países con reformas profundas, la formación de organizaciones de empresarios jóvenes por la RSE en diversas provincias (como Moverse en Rosario, Valor en Mendoza y otras), la expansión continua en Brasil del exitoso instituto Ethos, creado por los empresarios para promover la RSE, el establecimiento en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos del Perú, con el agotó de la oficina local del PNUD, del Programa Amartya Sen, que en el 2013 dicto su quinta edición, en la Universidad Ricardo Palma, con la participación de numerosas Universidades peruanas, el establecimiento en Argentina de una subsecretaría de RSE (la primera en el continente), la creación en Argentina por la Fundación Observatorio de la RSE del primer Observatorio de ese tipo, la constitución de la Red Latinoamericana de Universidades por el emprendedurismo social.

Sin embargo, el camino a recorrer es muy largo y las resistencias para hacer “aterrizar” la RSE, importantes. La acción combinada de la ciudadanía, las políticas públicas, las organizaciones de trabajadores y consumidores, las universidades y empresariados nacionales con visión de la necesidad de replantear el rol histórico de la empresa, pueden lograr cambios sustanciales.

Corrupción
“La disposición a admirar y casi idolatrar a los ricos y poderosos y despreciar a las personas de condición pobre y humilde es la más grande y universal causa de corrupción de nuestros sentimientos morales.”
Adam Smith, 1759

Una cuestión de legitimidad
“Los empresarios son solo tolerables mientras que sus ganancias guardan relación con lo que sus actividades contribuyen a la sociedad.”
John Maynard Keynes

Predicciones erradas
En el libro Igualdad y eficiencia… la gran opción, Okun decía en 1975, adoptando la visión ortodoxa usual, que los países deben optar entre igualdad o crecimiento económico, y que por ello el modelo escandinavo (basado en igualdad) estaba condenado a quedar detrás. Treinta y seis años después, Noruega, Suecia, Dinamarca y Finlandia tienen el mejor coeficiente Gini de igualdad del planeta, pero además están entre los líderes en todas las tablas de desarrollo humano, cuidado del medio ambiente, competitividad, progreso tecnológico, igualdad de género… Se equivocó.

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