A Pedro Peix, In Memoriam

Lo conocí en los años ‘80, cuando Andrés L. Mateo, Tony Raful y él hacían ‘Peña de tres’ en la Radio Televisión Dominicana. A través del poeta Enriquillo Sánchez, y dentro de la función pública que ejercía entonces, me fue dable…

Lo conocí en los años ‘80, cuando Andrés L. Mateo, Tony Raful y él hacían ‘Peña de tres’ en la Radio Televisión Dominicana. A través del poeta Enriquillo Sánchez, y dentro de la función pública que ejercía entonces, me fue dable contribuir al sustento material de aquella tribuna educativa irrepetible.

Pedro ha muerto a los 63 años. Su cultura y su talento retórico, su imaginación y su sensibilidad artística le permitieron modular una capacidad expresiva sonora, profunda, alada, vibrante. Había en aquel lenguaje una alzadura de ensueños y de incendios, un desenfrenado tropel de delirios y de pasiones. Con tal bagaje, y a contrapelo de pudores y remilgos, Pedro fue capaz de remontar hasta la cima de nuestro pequeño Olimpo literario.

Fuimos amigos cercanos durante largo tiempo. Luego, al correr la vida, su existencia se tornó cerrada y ritual, con claves cotidianas de una regularidad ajena. El paso ceremonial por la calle El Conde, la visita periódica a la Cafetera, el registro semanal de los estantes en la librería Cuesta; todo aquello llegó a constituir su única zona visible, lo único que podía advertirse de aquella figura hierática y solitaria.

Pienso, sin embargo, que Pedro, en el fondo, nunca desertó de la vida. Habría de ser su naturaleza quien lo apartara de un ambiente que, ante sus ojos, resultaba hostil y discrepante. Al final, la decisión fue sencillamente huir de una realidad que él, inhábil para tomarse las cosas no tan en serio, o quizá sin arte para reírse de sí mismo, no podía conjurar. Los accesos de enfado vital, inclusive, lo llevaron a refugiar sus iras bajo un epígrafe de ‘contradictor de paradigmas’.

En un ensayo acerca del pensador argentino Macedonio Fernández, Pedro sentenció: “Hay escritores que después de muertos siguen viviendo por las calles de su ciudad. La gente los ve pasar fugazmente en el temprano celaje de la tarde, o saliendo de alguna tienda lóbrega, hablando con las sombras de los balcones perdidos, o los ve cruzar de una acera a otra, saludando con un adiós de piedra en los labios…”.

Hace años que no me asomo a la calle El Conde, ni deambulo por sus aceras arrugadas. Pero pronto iré, y será un atardecer y habrá llovido cuando encuentre a Pedro, que ahora se pasea junto a Tomasín y a Gilberto en una ausente caminata inextinguible: acaso en el trayecto que nos devuelve a la eternidad de las sombras.

Los hitos
Cuento de Pedro Peix (fragmento final)
“Al fin, Tapia, al fin hemos salido de este infierno!”, era tanta tu alegría que ya no sentías los huesos que habían asomado por la piel de tu mano derecha, el mismo sudor sanguinolento que había impregnado tu cuerpo, que había manchado tu chaleco y tu pantalón, horas antes blancos e impecables, sin una gota de anís ni siquiera una brizna de ceniza, tal como te había contemplado tu amigo Oro de León en aquella estancia que nunca imaginé que fuera el punto de partida de tantos infortunios, en verdad, compadre, que de haber sospechado la más recóndita conjura, no te hubiera dejado partir de este solaz que ahora el azar ha circundado de afrentas, pero me alegra comprobar una vez más tu suerte, compadre, desde siempre la he admirado y bendecido, no sabes cuánto hubiera dado por sacar nuevamente del armario el sable y la espuelas de los primeros años, pelear como entonces y ofrecerte mis propias vísceras para escudarte de cualquier encrucijada, ya muy atrás la has dejado mientras oyes el chirriar de las ruedas, su pesado y torpe rodar, al cual no haces caso, porque estás feliz, entusiasmado con la implacable represalia que vas a desatar, envanecido tal vez por tu aura invulnerable, por esa nueva sensación que experimentas al sentirte súbitamente un ser predestinado, “me sobra destino, Tapia, ¿entiendes?, me sobra destino”, lo viste brillante y sudado, ya sin sombrero, más negro que nunca sentado en el pescante, casi encorvado sobre las riendas que apretaba firmemente con los puños, más bien doblado sobre su regazo como si un fuerte dolor lo oprimiera, quejumbroso, abatido, ensangrentadas las hombreras del uniforme, de esa forma lo viste, de espaldas a ti y luego volteándose, sin soltar las riendas aún envueltas entre las llagas de sus manos, lo oíste musitar con esa voz ronca que tanto conocías, “vivo o muerto, don Pepe, yo siempre estaré a su lado”, esas palabras te llegaron al corazón, justas, limpias y certeras como las seis balas que el cochero Tapia Luzbel descargó sobre el pecho del Presidente, una tras otra, impasiblemente, al tanto que hacía caminar la victoria rumbo a la ciudad, murmurando para sus adentros, “yo también, don Pepe, era uno de los conjurados, yo también, general, soy un hijo de la guerra”.

Responso para un cadáver sin flores
Cuento de Pedro Peix (fragmento)
Oh, Alonso, como quisiera espantar tu muerte con esta rosa que tengo entre las manos; la he traído para ti; de aquel rosal que tú me enseñaste cuando ya sobre mi corazón empezaba a levantarse un pecho de mujer. Bajábamos los montes tomados de la mano, y el crepúsculo también parecía rodar con nosotros, tan aprisa, tan aprisa, Alonso, que al llegar abajo, la noche ya se cruzaba en nuestros labios. Sé que desde entonces has tenido otras mujeres; lo sé y lo presiento; todas parecen estar aquí mismo, o tal vez mucho más atrás, sí, detrás de mi llanto, escondidas entre la ansiedad de la gente. Ahora mírame, Alonso, tengo a tu hijo, pegado a mi cintura; este hijo que lo hicimos juntos, bajo la sombra de un almendro acosado, rápidamente y sin una caricia de por medio, mientras los perros te buscaban y ladrando, parecían olfatear nuestros cuerpos apretados; este hijo que lo sentía crecer con los temblores de la guerra, y que lo dejé todo ese tiempo en mi vientre sólo para quedarme con un poco de tu carne y de tu sangre; este hijo tiene ahora tu nombre y tu silencio; él también te mira, es la primera vez que te mira, Alonso, y te mira muerto.

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