Hasta los obispos escriben cartas injerencistas… (1)

En enero de 1971, se inauguraba la catedral de La Altagracia, en Higüey, preciosa construcción que en ese mes la Santa Sede declaró como Basílica, que ha sido la única edificación religiosa de ese tipo construida en el mundo en el siglo XX.…

En enero de 1971, se inauguraba la catedral de La Altagracia, en Higüey, preciosa construcción que en ese mes la Santa Sede declaró como Basílica, que ha sido la única edificación religiosa de ese tipo construida en el mundo en el siglo XX. Para dicho acto, el Obispo de Higüey, monseñor Juan Félix Pepén, invitó al Papa Paulo VI y a treinta obispos de América Latina y Estados Unidos. Entre los invitados estaba monseñor Antulio Parrilla, de la Compañía de Jesús, obispo de Ucres, Caguas, Puerto Rico, quien rechazó la invitación con la carta que reproducimos más adelante, haciendo duros comentarios al régimen de Balaguer, y a la supuesta connivencia de la iglesia con el gobierno. La carta de Parrilla, que él distribuyó a todos los medios locales y de Puerto Rico, recibió numerosas críticas, entre las que estaban las de P. R. Thompson, que se dirigió a Parrilla en términos muy cordiales, fuera del estilo vitriólico que era capaz de utilizar, recordándole la frase dicha por el propio Jesús de “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. En la próxima entrega de Página Retro reproduciremos la carta que le contestó José E. García Aybar, que se asemeja más al tono desconsiderado de Parrilla. Vale decir que todos los otros obispos invitados, incluso los de Puerto Rico, aceptaron la invitación, asistieron al evento, y que el Papa envió un mensaje al gobierno bendiciendo la República Dominicana, para lo cual envió en su representación al obispo primado de Venezuela, monseñor José Humberto Quintero. En cuanto a Parrilla, era conocido por sus ideas independentistas y su preocupación por alcanzar la justicia social, criticando al “imperio” (léase Estados Unidos), porque era de opinión que saqueaba los recursos naturales y los cerebros de los pueblos con los cuales tenía relaciones. Monseñor Pepén indicó que su contestación sería en privado. En abril de ese mismo año, monseñor Parrilla llegó a Santo Domingo para dictar charlas de cooperativismo en la Universidad Autónoma de Santo Domingo y en la CASC, Confederación Autónoma de Sindicatos Cristianos. Parrilla era de opinión que el cooperativismo era la fuente primaria para atacar el sistema colonial prevaleciente y fuente también de la justicia social. Monseñor Parrilla no fue admitido en el país, ni siquiera se le permitió abandonar el avión en el que llegó. Pocas horas después se le devolvió a Puerto Rico y se le canceló la visa local. El director de Migración era Juan Estrella Rojas, y preguntado Balaguer sobre el impedimento al sacerdote, indicó que se habían aplicado reglas generales para la obtención de este documento. Parrilla murió en enero de 1994, sin haber venido nunca al país. Es importante recordar que en 1960, en plena Era de Trujillo, cuando se cometían asesinatos y apresamientos por oposición al régimen, Monseñor Pepén, siempre reconocido como un pastor humilde, fue de los firmantes de la Pastoral que se leyó en todas las iglesias del país en enero de ese año. Y la pastoral a la que alude Parrilla que Pepén firmó en 1969, en plenos Doce Años, se refiere a una valiente denuncia hecha por el obispo de Higüey, conocida como la Pastoral de Pepén, por problemas de terratenientes y de campesinos de su región, siendo estos últimos los que recibieron el espaldarazo del canónico, por lo que parece que a Parrilla se le fue la mano en sus comentarios sobre Pepén. A pesar de que varios sacerdotes dominicanos también protestaron en el mismo sentido que Parrilla, los devotos de La Altagracia que visitaron a Higüey en ese año, pasaron de 70 mil.
La carta de Parrilla dice así:

“He recibido tu invitación para la inauguración de la basílica de La Altagracia el día 21 de enero. Para mí sería muy fácil y cómodo excusarme por no asistir, pues del día 10 al 24 del corriente estaré ocupado en México, pero no sería honrado ni a tono con los reclamos de mi conciencia el alegar esta razón. De no estar comprometido en la nación azteca tampoco asistiría.

“Perdona que te hable con franqueza y te exponga los motivos de mi ausencia a un acto que para mí y para muchos cristianos resulta un antisigno eclesial y una acción contraria al espíritu del Evangelio, las consignas conciliares y los postulados de Medellín.

“Te escribo porque te tengo un gran aprecio. He leído con gran regocijo las valientes denuncias que hiciste el 26 de enero de 1969 en contra de la opresión de los campesinos y el Documento Pastoral de la Cuaresma de ese mismo año que tus excelentes sacerdotes emitieron con tu consentimiento.

“Me extraña que ahora se produzca el incomprensible triunfalismo de recibir, de un gobierno y de un régimen que ha mantenido y reafirmado la opresión institucionalizada que tú con tanta vehemencia has condenado, una fastuosa catedral para una demarcación diocesana pobrísima como la tuya, o un monumental santuario para una nación en que, según una profética denuncia de unos sacerdotes dominicanos hecha en septiembre de 1969, “sólo un 10 por ciento de la población está integrada al proceso de desarrollo y participación democrática” y donde casi un millón de campesinos viven en la miseria o en gran desvalimiento económico.

“La Iglesia ya no puede identificarse ni con gobiernos que mantienen un status favorable a unas oligarquías privilegiadas, y mucho menos con esos mismos grupos de latifundistas que oprimen tantos hombres y mujeres buenos y nobles, pero que en su indefensión y subdesarrollo están incapacitados para liberarse de las coyundas sofocantes que les imponen los grandes hacendados.

“La iglesia ha de estar libre de unos y otros para poder salir invariablemente y con real efectividad en defensa de los pobres y explotados y huir como de influencia malsana de las conveniencias de esos poderes exactores, y estar dispuesta al viacrucis de la persecución, si por ello sucediere por amor de Cristo y del Reino de Dios.

“Probablemente alguien me acusará de intromisión indebida en los asuntos de la Iglesia dominicana. Rechazo anticipadamente la acusación. Me mueve la caridad que nos urge el Concilio Vaticano II al exigirnos el tener inquietud y solicitud por la Iglesia Universal y por las iglesias particulares.

“Hace poco más de un año presidí la celebración de la liturgia eucarística en solidaridad con los chicanos en la ciudad de Los Ángeles, quienes protestaban precisamente por la construcción de un templo lujosísimo de más de tres millones de dólares, mientras la colonia mexicana recibía a duras penas unas migajas que caían del banquete de los amplísimos recursos de la Arquidiócesis que disfruta habitualmente el elemento blanco mayoritario.

“Otra vez en Lima protesté indignado cuando a un grupo de obispos visitantes se nos mostraron los “tesoros arquitectónicos” y los altares dorados de los templos de la ciudad, así como también las custodias cubiertas de pedrerías de museos polvorientos frente a una muchedumbre de niños pobres, descalzos, hambrientos y en harapos.

“En mi patria hay también “basílicas” en medio de arrabales de pobres que también viven en la más abyecta miseria, como monstruosos insultos a su sensibilidad. También he protestado por ello.

“Es sumamente doloroso que se utilice la tradicional devoción que tienen nuestros pueblos por la Madre de Dios para elevar unas obras monumentales que ya no honran auténticamente, si es que algunas vez lo hicieron, a María.

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