Periplo por la paz

No tenía ningún sentido mantener una línea de hostilidad hacia Cuba. Ya el socialismo real que gobernó la URSS y las democracias populares del mismo eje en Europa Oriental hace 27 años que desapareció. China, el otro gran país que construyó…

No tenía ningún sentido mantener una línea de hostilidad hacia Cuba. Ya el socialismo real que gobernó la URSS y las democracias populares del mismo eje en Europa Oriental hace 27 años que desapareció. China, el otro gran país que construyó un modelo socialista, que implanta su capitalismo de Estado bajo la dirección del Partido Comunista (único), es el socio económico vital de los Estados Unidos.

Racionalmente, la pobre Cuba, que instauró un régimen socialista a 92 millas de las costas norteamericanas, no podía seguir condenada al aislamiento total, y mucho menos a un embargo brutal que el presidente liberal Barack Obama quiere derrumbar con un elevado sentido de la historia.

A Obama tenía que corresponderle, con la colaboración de un hombre de estos tiempos, el Papa Francisco, hacer lo necesario para restablecer las relaciones con Cuba, que no constituye ninguna amenaza para la gran nación norteña.

Tenía que corresponderle a Obama, no sólo por un imperativo de la historia, sino porque está en capacidad, por su formación política y por sus ideas, de comprender las causas que generaron el sistema político implantado en Cuba, lo mismo que las políticas erróneas que aplicó EE. UU para tratar de torcer el rumbo escogido por los cubanos.

Felizmente, Estados Unidos y Cuba avanzan hacia la normalización de sus lazos, en un ambiente de respeto mutuo. De reconocimientos y de compromisos, todo en una hermosa cordialidad.

Todo eso llena de alegría a los pueblos de las Américas, que valoran la inteligencia, el realismo, la generosidad, la comprensión y hasta la solidaridad del presidente Obama hacia el pueblo cubano. Ese comportamiento lo engrandece y lo hace trascender, no ya como el líder que rompió esquemas en su propia Nación, sino como un humanista que candorosamente propicia la conciliación con un Estado pequeño, sin recurrir a los conocidos ímpetus imperiales de otros tiempos.

Es válido reconocer la inteligencia y el sentido práctico del presidente Raúl Castro, que ha sabido llevar en sus hombros la dignidad del pueblo cubano, que nunca jamás se rindió, y pacta razonablemente ante la inevitabilidad del fin de una época.

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