El devastador terremoto de Ecuador

Eran las 7 de la noche del sábado 16 de abril de 2016 cuando los residentes en los pueblos del noroeste ecuatoriano comenzaron a sentir un movimiento del suelo que inmediatamente se transmitió a las paredes de las casas, y a partir de ahí todo…

Eran las 7 de la noche del sábado 16 de abril de 2016 cuando los residentes en los pueblos del noroeste ecuatoriano comenzaron a sentir un movimiento del suelo que inmediatamente se transmitió a las paredes de las casas, y a partir de ahí todo fue un letal crujir de paredes que provocaba el espanto de toda la ciudadanía, y hasta la energía eléctrica se espantó y escapó, dejando a esas poblaciones a oscuras en medio del colapso de miles de viviendas cuya arquitectura de vuelos y delgadas columnas aisladas es inadecuada para suelos flexibles en zonas de alta sismicidad como la costa occidental del continente americano.

El movimiento lo producía un fuerte terremoto de magnitud 7.8, con epicentro cercano a Pedernales, e hipocentro a 20km de profundidad, el cual estuvo rompiendo la corteza terrestre bajo la placa suramericana durante unos 45 segundos, y para la inmensa mayoría de los residentes en Pedernales, en Portoviejo, en Manta, y en muchas otras comunidades costeras, esos 45 segundos fueron equivalentes a largos minutos de terror, pero para quienes quedaron atrapados bajo los escombros las horas y días de espera para el rescate lucieron meses, como el caso de Yadira, una mujer rescatada 3 días después en Manta y quien desde la camilla que le conducía a un hospital dijo que pensaba que había pasado por lo menos un mes enterrada bajo los escombros.

De inmediato viajamos a Ecuador para ver de manera directa porqué un sismo de magnitud 7.8 había destruido unas 10 mil edificaciones que los ecuatorianos creían resistentes y muy seguras, pero que fueron extremadamente frágiles ante las fuerzas sísmicas transversales generadas por las ondas sísmicas de corte (Vs) liberadas a 20km de profundidad, ondas que viajaron muy rápidamente y pasaron a través de las rocas rígidas sin hacer daño a las edificaciones construidas sobre ellas, pero que lamentablemente, como siempre ocurre, se amplificaron localmente en cada lugar donde encontraron gruesas capas de arenas, de arcillas, o de rellenos costeros de pobre calidad, y esa amplificación se convirtió en gran destrucción de vidas y bienes de la población.
En Manta, Portoviejo y Pedernales se observan cortes carreteros donde queda expuesta una secuencia de lutitas calcáreas y margas muy bien estratificadas, pero muy meteorizadas en el horizonte superior, y ese espesor de meteorización ha contribuido a formar gruesos mantos arcillosos y limosos sobre los cuales se asienta una parte importante de la población, sin saber que cuando el suelo bajo nuestra edificación es flexible, y se combina con un cinturón de alta sismicidad, la construcción jamás debe responder a los criterios arquitectónicos y estructurales tradicionalmente utilizados en zonas donde no ocurren sismos, sino que, por el contrario, debe ser de rigor, y hasta de obligatoriedad por ley, construir con lo máximo de la ingeniería sismo resistente, aunque en principio se enoje alguna gente, pero cuando se trata de salvar vidas, los enojos personales son indiferentes.

Ha sido muy penoso ver hospitales de la zona sismoafectada totalmente agrietados y totalmente inutilizados, cuando se supone que todos los hospitales construidos en zonas sísmicamente activas obligatoriamente deben ser sismo resistentes, pues de qué nos vale tener hospitales si el día de un terremoto, cuando tenemos a decenas de miles de heridos que requieren atención urgente y simultáneamente, los hospitales están inutilizados y la gente se nos muere por hemorragias, por contusiones, por infartos, por fallas respiratorias, etc., y todo porque en la ingeniería generalmente subestimamos los riesgos sísmicos, sobre estimamos las resistencias de las estructuras que construimos por los métodos tradicionales, y nos negamos a evaluar la respuesta sísmica de los suelos flexibles antes de diseñar las estructuras, lo cual termina produciendo luto, dolor, tristeza, y hasta eterna frustración en las personas que sobrevivieron a la tragedia sísmica, aunque la tragedia no la produce el sismo, sino las malas construcciones levantadas sobre suelos flexibles de malas respuestas sísmicas.
Terrible fue ver el pueblo de Pedernales destruido casi en su totalidad, como si le hubiesen lanzado una bomba nuclear, como terrible fue ver que las carreteras construidas sobre arcillas y arenas se abrieron de tal manera que hasta se tragaron autos que en esos momentos se desplazaban por ellas, y mientras todos los puentes funcionaron bien, todos los aproches fallaron por flexibilidad, y tanto las grietas de pavimento como las roturas de aproches dificultaron la rápida llegada de las unidades de socorro para asistir a los atrapados bajo escombros.

Es necesario que todas estas negativas experiencias sufridas por los pueblos costeros del noroeste ecuatoriano sean analizadas y sus soluciones incorporadas en los nuevos códigos de construcción de edificaciones residenciales, de escuelas, de hospitales, de carreteras, y de puentes, ya que nuestra meta debe ser aprender de cada terremoto hasta entender todas sus posibles acciones, y así diseñar y construir estructuras capaces de resistir sus fuerzas máximas para tranquilidad de las futuras generaciones.

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