Manuel Arturo Peña Batlle

Con esta entrega terminamos de analizar la carta de Peña Batlle a Mañach, motivo de estas cinco Páginas Retro.

Manuel Arturo Peña Batlle

Antes de seguir con la carta de Peña Batlle a Mañach, es imprescindible reseñar las relaciones que existían entre República Dominicana y Cuba en 1943, y que explican el porqué del asunto. Estas explicaciones las podemos encontrar en el artículo&#82

Manuel Arturo Peña Batlle

En los párrafos siguientes de la carta a Mañach, Peña Batlle se refiere ampliamente a la relación de República Dominicana con Haití y vamos a reproducir muchos de los conceptos emitidos por él entre 1920 y 1929. Pero antes de empezar nuestra…

Manuel Arturo Peña Batlle

Los párrafos de la carta a Mañach que reproducimos en esta entrega de Retro evidencian el nacionalismo que caracterizó su norma de vida. Éste se reflejó desde los primeros artículos de prensa que publicó en 1922, a sus 20 años de edad, hasta&#8230

Manuel Arturo Peña Batlle

En estos días ha estado circulando por Internet una carta que Manuel Arturo Peña Batlle escribió en referencia a una crónica titulada “Jornada de las Islas”, de la autoría del cubano Jorge Mañach, crónica que ha sido imposible de localizar.&#82

Con esta entrega terminamos de analizar la carta de Peña Batlle a Mañach, motivo de estas cinco Páginas Retro.Alterando un poco el orden cronológico de los acontecimientos, debemos indicar que la carta de Peña Batlle a Mañach tiene fecha del 6 de noviembre de 1945, unos ocho meses luego de una reunión en Chapultepec, México, a la que habían asistido ambos cancilleres. Esta reunión se celebró al momento de finalizar la II Guerra Mundial. La delegación dominicana estuvo encabezada por Peña Batlle, y allí, en varias ocasiones, se atacó duramente a la República Dominicana, que puso en situación comprometida a la delegación norteamericana, cuando, en su discurso, uno de los miembros de la misión, Joaquín Balaguer, habló de los grandes demócratas en este continente: Roosevelt y Trujillo.

Volviendo a años anteriores, en 1935, Trujillo nombra a Moisés García Mella, a Manuel Gautier y a Casimiro N. de Moya, en la Comisión de Fronteras. Peña Batlle dejaba de ser miembro porque era un “desafecto”… no se había inscrito en el Partido Dominicano. En ese año, hubo un supuesto complot en el que participarían Amadeo Barletta, Oscar Michelena y Juan Alfonseca. Se intensificó la persecución y asesinato de varios desafectos y el 25 de marzo, Peña Batlle, que había estado 10 años fuera de la política, se inscribió en el Partido Dominicano, entre otras cosas, por presiones a los Vicini, con quienes trabajaba, de confiscarles todas sus propiedades. Quince días después de haberse inscrito, Peña Batlle habló en un mitin de loas a Trujillo, en el cual especificó que él, Peña Batlle era un “hombre de pensamiento”, y que había entendido que Trujillo era un nacionalista. Para confirmar su “pensamiento” es interesante leer la carta que Peña Batlle, siendo Secretario de Trabajo en noviembre de 1949, escribe al Secretario de la Presidencia sobre la “visita del Padre Cipriano Cavero, en relación con el proyecto para la formación de dirigentes obreros” publicada en el libro Instituciones Sociales, de la Fundación Peña Batlle, págs. 221 y siguientes, en que el firmante hace una amplia explicación en la creación y fomento de sentimientos sociales en las masas trabajadoras compatibles con los fundamentos de nuestra organización institucional y nuestra nacionalidad.

En julio de 1935, Trujillo indicó que no aceptaría la propuesta de que a la capital se le pusiera su nombre. Surgieron voces rogándole que lo aceptara. El único que escribió felicitando a Trujillo por su “gesto de desprendimiento” de que no aceptaría, fue Peña Batlle, en un artículo publicado por el Listín, el 22 julio. Peña Batlle fue marginado del gobierno, y se produjo de su parte un silencio total por el período 1936-1941, lo que confirma que cuando las negociaciones y las justificaciones de los sucesos de 1937 con relación a la masacre de los haitianos, Peña Batlle no estaba en el gobierno. Esta ausencia gubernamental de Peña Batlle podemos confirmarla revisando la “Cronología de Trujillo” de Fernando Infante y el libro de Juan Manuel García, “La matanza de los haitianos”, en que el nombre de Peña Batlle no se menciona durante el período 1930-1941. En su obra, García examina ampliamente las Memorias de la Cancillería dominicana de 1937, y puede comprobarse que la justificación estuvo a cargo, principalmente, de Joaquín Balaguer, Canciller interino; y del luego titular Julio Ortega Frier, que redactaron los documentos necesarios y que fueron llevados a Washington, Méjico y Cuba por Manuel de Jesús Troncoso de la Concha, Max Henríquez Ureña y Moisés García Mella, respectivamente.

Con estas Páginas Retro hemos querido contribuir a ratificar que debemos recordar y apreciar a Manuel Arturo Peña Batlle como uno de los más destacados pensadores dominicanos, cuya memoria debe ser de orgullo nacional ya que nunca sacrificó su pensamiento en aras de un discurso político.
Últimos párrafos de la carta:

Cuando por tercera vez, volvieron los dominicanos a usar la estadidad en 1924, el país acababa de sufrir una dura prueba. Ya no teníamos derecho a ignorar a donde nos llevaban la incapacidad y el desorden. Sin embargo de esto, incurrimos en un error fundamental: antes de cumplirse el primer año de la restauración reiteramos la convención financiera que en 1907 nos vimos obligados a suscribir para quitarnos de encima los barcos de guerra de varias naciones europeas, acreedores exigentes e impacientes. Este paso impremeditado nos creó una situación dificilísima cuando, cinco años después, en 1930, en medio de una pavorosa crisis económica universal, nos vimos en el caso de comenzar a pagar las nuevas deudas de la imprevisión y la insensatez. Piense usted, ministro, lo que significaba para este país iniciar el pago de una deuda usuraria, en momentos en que nuestro presupuesto de un año a otro, se redujo de unos catorce millones de pesos a apenas siete millones. Piense, además, en que esa violenta transición económica se redujo cuando el país se levantaba nuevamente en armas y la montonera, otra vez, sembraba el desconcierto y el escepticismo en el espíritu público. Fue entonces cuando advino el General Trujillo al poder.

No quiero extenderme en las consecuencias de este hecho, caro amigo, porque es mi deseo que venga usted mismo al país, a comprobar, con su penetrante sentido de observación, de qué manera se han echado en la República Dominicana las bases de una futura y auténtica democracia.

Le confieso, Ministro, que yo no le tengo miedo a las ideas. Mis convicciones dominicanistas son profundas, pero, desde luego, no soy un reaccionario. Comprendo los puntos de vista de la política haitiana en su conflicto permanente con la política dominicana. Haití es un país de unos veintisiete mil kilómetros cuadrados, con una población de más de cuatro millones de habitantes, tan grande como la de Cuba. No hay posibilidad de que esa población en territorio tan exiguo y tan pobre pueda crear medios normales de subsistencia: la tierra haitiana está en aterrador proceso de erosión que cada vez hace más difícil una adecuada conjugación del medio y del hombre. La industrialización de ese país es poco menos que imposible. ¿De qué manera podrán los cuatro millones de haitianos de hoy resolver sus problemas vitales? ¿Cuál es el porvenir de esa población? La primera respuesta es categórica: Haití no puede ni podrá resolver sus propios problemas fundamentales. Inmediatamente surge esta segunda afirmación: los problemas haitianos pesan tanto sobre nosotros como nuestros propios problemas. La depauperación, la miseria y la incapacidad productiva de cuatro millones de seres arrinconados en un extremo de la isla, sin capa vegetal explotable, sin subsuelo útil y sin riqueza industrial posible, constituyen, necesariamente, para nuestro país una permanente y trágica amenaza de penetración masiva hacia los centros feraces y productivos de la isla, que no podemos, que no debemos, que no queremos descuidar los dominicanos de ahora so pena de conspirar nosotros mismos contra la felicidad y la tranquilidad presentes y futuras de nuestro pueblo.

Esta situación se refleja, a su vez, en el orden político. Hace trescientos años que está planteada y mantiene en plano perpetuo de anormalidad el desenvolvimiento de lo que puede llamarse la democracia dominicana. El lastre de esa situación ha sido y será muy pesado. ¿Qué hacer? ¿Nos fusionamos con Haití? ¿Sería ése, Ministro, su consejo sincero y cordial? ¿Mantenemos la dualidad existente en la isla desde el siglo XVII? ¿Cuánto nos costará a los dominicanos, en sacrificio, el afianzamiento de esa política? ¡Ayúdenos, Ministro, con su clara mente y su buen corazón, a despejar esas sombrías incógnitas, tan pesadas para los débiles hombros de esta modesta colectividad nacional que es la República Dominicana!

Es obvio que esta carta, escrita para el amigo, no está destinada a la publicación. La pongo en sus manos como la mejor prenda de mi afecto, de mi admiración y de mi respeto hacia usted.
Le abraza,
Manuel Arturo Peña Batlle. 

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Antes de seguir con la carta de Peña Batlle a Mañach, es imprescindible reseñar las relaciones que existían entre República Dominicana y Cuba en 1943, y que explican el porqué del asunto. Estas explicaciones las podemos encontrar en el artículo que escribió Jorge Renato Ibarra Guitari, investigador cubano, y que apareció en el Boletín del Archivo General de la Nación, Año LXIX, Número 119, de septiembre-diciembre 2007, páginas 649 y siguientes, titulado “La solidaridad cubana por una República Dominicana libre de la dictadura trujillista en el contexto de las Américas (años 1944-1945).”

Según apreciamos en ese artículo, en el momento de la carta de Peña Batlle, abril de 1945, el presidente de Cuba era Ramón Grau San Martín, antitrujillista, y Mañach era el canciller, conocido de muchos intelectuales dominicanos, incluso de Peña Batlle, con quienes se trataba.

En abril de 1945 concluyó la Segunda Guerra Mundial, lo que significó la derrota de los regímenes fascistas y favoreció el repudio de las dictaduras en América Latina. En ese año, Juan José Arévalo era el presidente de Guatemala; Rómulo Betancourt de Venezuela; Grau de Cuba y Élie Lescot de Haití. Todos contrarios a Trujillo, en cuyos países los exiliados dominicanos desarrollaban amplias actividades en contra del régimen local.

En 1943, el Ministro Cubano en República Dominicana, José Sánchez Arcilla, advirtió a su gobierno que Trujillo amenazaba con una ruptura de relaciones en protesta por los ataques verbales que hacían desde Cuba. Asimismo se enfriaron las relaciones de Estados Unidos con República Dominicana y se facilitaron complots contra el régimen nacional, destacándose Juan Bosch, incrementándose la solidaridad cubana con la causa dominicana que se había establecido tan temprano como 1930, cuando Cuba dio asilo a muchos dominicanos.

Como vemos, existieron causas más que suficientes en 1945 para la carta de Mañach, que, independientemente del momento que se vivía en República Dominicana, y de que Peña Batlle en ese momento era un funcionario del gobierno, recibiera una contestación dominicanista de nuestro canciller; quien se mantuvo firme en su defensa de los intereses nacionales, no necesariamente del régimen del momento.

En nuestra próxima entrega, quinta y última, reseñaremos el desempeño de Peña Batlle en el gobierno de Trujillo, a menudo tan injustamente calificado sobre la base de datos falsos, específicamente con relación a los incidentes de 1937, por falta de estudios serios de investigación sobre la actuación íntegra que fue su norma de vida y que no abandonó nunca, ni siquiera en su relación con el dictador. Su pensamiento filosófico nunca sufrió el contagio del discurso político que utilizó durante el tiempo que participó como funcionario en la Era de Trujillo.

Sigue la carta:
En el camino de nuestra reintegración los dominicanos hemos hecho conquistas imponderables a la sombra del actual régimen de Gobierno: hemos logrado deslindar, geométrica y socialmente nuestro territorio después de trescientos años de confusión y promiscuidad; hemos conseguido, al mismo tiempo impulsar, afianzar, liberar nuestra economía hasta el punto de que ya somos tan fuertes respecto de Haití que muy difícilmente podremos, en el futuro, confrontar los peligros de la política de fusión desarrollada por los estadistas occidentales.

Esa solo ventaja compensa, Ministro, con creces, el que hayamos hecho un poco el sacrificio del espíritu gregario en que habíamos desenvuelto nuestra democracia entre 1900 y 1930, con la bochornosa caída del 1916 cuando fuerzas de ocupación norteamericana iniciaron el gobierno militar que nos rigió hasta 1924.

Aún a trueque de hacerme aburrido quiero seguir aclarándole nuestra situación. Desde el 1844, año de la libertad, hasta 1861, vivimos prácticamente guerreando con Haití. La nuestra fue la guerra de independencia más larga de América. Desde el 61 hasta el 65 estuvimos en guerra con España, adueñada de su antigua provincia por propia decisión de los dominicanos: guerra de independencia también. Restaurada la República, entramos en funciones de estadidad y ya en 1886 habíamos experimentado más de quince administraciones y otras tantas revoluciones o asonadas. Nuestra democracia se nutrió de la montonera. En el año 1886 se afianzó un período de ahogada tranquilidad bajo la férrea voluntad del General Ulises Heureaux que nos gobernó hasta el 26 de julio de 1899, día en que fue asesinado en una de las poblaciones del interior de la República. Durante ese largo período padecimos todos los rigores de la tiranía infecunda y vegetativa. A la muerte del General Heureaux, el país sufrió una convulsión espantosa que duró diez y seis años. En ese lapso no pudimos mantener el equilibrio y volvimos a la montonera por nuestros propios pasos. Pero, desde luego, el mundo civilizado tendría que requerirnos alguna vez por nuestros errores. Éramos un país endeudado y que no podía pagar y nos exigieron, al fin y al cabo, el cumplimiento de nuestras obligaciones: en 1907 hipotecamos las aduanas y nos tragamos la amargura de ver a un país extraño hacerse cargo del cobro de las rentas aduaneras y de la administración de las mismas para pagar con ellas los compromisos a que no supimos hacer honor. En 1913 tuvimos que aceptar nuevamente el sonrojo de un control financiero sin precedentes en la historia de América. En 1916, poco antes de entrar los Estados Unidos en la primera guerra mundial, era tan patente nuestra ineptitud para el Gobierno, que por fuerza, y como medida elemental de preservación estratégica, tuvo el Gobierno de Wilson que ordenar la ocupación militar de nuestro país. Hasta 1924 se mantuvo este estado de cosas.

Es bueno que usted sepa que en el enderezamiento de la democracia dominicana se quedaron las buenas intenciones de hombres tan sinceros, tan puros y capaces como Francisco Gregorio Billini, Ulises Francisco Espaillat y Francisco Henríquez y Carvajal, verdaderos y condignos ejemplares de probidad y sabiduría. Billini fue tan puro como Madero. Espaillat y Henríquez tan sabios y tan buenos como Estrada Palma y como Restrepo.

Pero los tres cayeron presionados por el espíritu levantisco y la manía sediciosa de los dominicanos. Con todo, conviene determinar las causas íntimas de tan lamentable estado de ánimo. En el proceso de nuestros infortunios se ve la mano de un beneficiario: en 1878 el congreso de la República Dominicana votó un decreto por el cual declaró práctica vergonzosa la que realizaban algunos políticos dominicanos al recibir de Haití elementos y facilidades para mantener a nuestro país en la guerra intestina. Toda la funesta política fronteriza del General Heureaux se afincó sobre las entregas de dinero que recibía y espera recibir de los Gobiernos haitianos. La guerra civil que destrozó a la República desde la muerte de Heureaux hasta la ocupación americana se sostuvo con armas y dinero haitianos. La carabina europea que importó Haití en los primeros años del siglo y que en nuestros campos se conoció con el nombre de belga-haitiana, fue el arma de nuestras guerras intestinas desde el año once al diez y seis. Se las llevaron todas los americanos y muchas de ellas son hoy piezas de museos militares.

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En los párrafos siguientes de la carta a Mañach, Peña Batlle se refiere ampliamente a la relación de República Dominicana con Haití y vamos a reproducir muchos de los conceptos emitidos por él entre 1920 y 1929. Pero antes de empezar nuestra reseña, llama la atención que la tecnología de avanzada para esa época era la toma taquigráfica de las notas de las reuniones, las cuales se archivaban y servían de prueba de lo dicho, tal como sucede ahora con las grabadoras.

Con referencia a Haití, es mucho lo que Peña Batlle escribió, todo muy esclarecedor para tener una idea clara de cuál fue siempre su pensamiento con relación a este importante tema. Trataré de ir en orden cronológico.

El 10 de marzo de 1927, Peña Batlle hace una reseña de la visita a República Dominicana del presidente de Haití, que en ese momento lo era Louis Bornó, licenciado en Derecho en París, director de la Escuela de Derecho de Puerto y de otros cargos de importancia, incluyendo el de embajador en nuestro país. Con referencia a esa visita, Peña Batlle indica que “está bien demostrado que el hábil político ha hecho de la cuestión fronteriza, un punto de su programa de gobierno y más que eso, un pretexto de propaganda política interior haitiana. Además, el hecho de que la isla esté sometida a la influencia directa del Departamento de Estado de los Estados Unidos, quienes mantienen en ocupación militar la vecina República, ha dado un aspecto completamente nuevo al problema domínico-haitiano.” Y acota “para edificar su propio concepto y resguardar los intereses del país, el Presidente Vásquez ha debido rodearse, discretamente, de todos aquellos dominicanos capaces de considerar técnicamente, el problema de fronteras y de orientar su tesis. … Entre nosotros todo se improvisa, la última hora es suprema y lo que ha debido concluirse en dos años de estudio y consideración, se festina en dos días. Casi siempre hemos tratado así el problema haitiano.”

El 8 de diciembre de 1928, el Listín Diario publicó una nota de Peña Batlle en que decía: “El señor Presidente de la República (Horacio Vásquez) nos concedió el honor de solicitar nuestro humilde concurso para ser utilizado en la posible solución del viejo problema pendiente con Haití y se lo ofrecimos después de un maduro y detenido examen del criterio mantenido por el gobierno sobre el sentido general de la cuestión fronteriza. Nosotros hemos estado desde el primer momento solidarizados con ese criterio, habiendo contribuido de un modo directo y decidido a definirlo y a consagrarlo dentro de una posible solución, convenida con el gobierno haitiano, a base de una equitativa avenencia de aspiraciones y de una leal comprensión de los intereses recíprocos de ambos pueblos. De más estaría decir que consideramos oportuno el momento para solucionar la cuestión, ya que las buenas relaciones existentes entre ambos gobiernos y el intercambio de ideas establecido entre uno y otro pueblo, son la más segura garantía del éxito de las negociaciones que puedan iniciarse en ese sentido.”

El 15 de diciembre de 1928, el Listín trataba a Peña Batlle de “culto y distinguido letrado” e indicaba que era “uno de los miembros de la sub-Comisión que ha estudiado el problema de la frontera” y se consideraba que “en ese momento ningún asunto nacional tenía más importancia que el acuerdo con el vecino Estado de Haití” y propugnaba para que el gobierno dominicano contara “con todos los medios de arreglo aceptados por el derecho internacional, para llegar a la solución pacífica del conflicto fronterizo pendiente con la República de Haití.”
El 21 de enero de 1929, con Peña Batlle presidiendo la Comisión de Fronteras, la República Dominicana y Haití, suscribieron un Tratado en virtud del cual se fijaron los límites fronterizos entre los dos países, firmado por Horacio Vásquez y Louis Bornó. Los conceptos de Peña Batlle con referencia al diferendo fronterizo son de extrema importancia para aclarar su posición con este tema en los años subsiguientes, ya en el gobierno de Trujillo.

La próxima semana analizaremos la situación de República Dominicana, especialmente con relación a Cuba, en el momento en que se produjo el intercambio de comunicación Mañach/Peña Batlle en 1945.

Sigue la carta a Mañach:

Esa lucha, tan sorda como intensa, no podrá resolverse sino en uno de estos sentidos: o se fusionan en una sola entidad social los elementos que la sostienen (solución haitianizante) o se divorcian con carácter radical y absoluto, para que uno permanezca dentro de sus linderos (solución dominicana, de realización poco menos que imposible, porque ni la historia ni la biología pueden convertirse en expresión estática de dos pueblos cuya expansión está contenida por la geografía. Somos una isla y no podemos colonizar el mar, por obligación tenemos que encontrarnos, haitianos y dominicanos, en el pequeño espacio de la tierra común)

Piense bien, Ministro, en que los dominicanos, para gobernarnos, debemos tener muy en cuenta la situación dualista existente en la isla. En la República Dominicana no puede, no debe producirse un régimen de gobierno tan desinteresado de la fuerza que se convierta, como ha sucedido muchas veces, en agente de la expansión haitiana. La democracia, como la entienden y ejercitan algunos países, es lujo que no podemos gastarnos nosotros. ¿Cuándo entenderán ustedes, los cubanos, nuestros vecinos más entrañablemente queridos, esa verdad? Sépalo bien, Ministro, desde que los haitianos nos pierden el miedo, nos dan la dentellada: a las callandas, sigilosamente, sin que ustedes ni nadie lo sepan.

La primera Constitución dominicana, votada en 1844, al nacer la República, es un monumento de sabiduría, previsión y técnica democráticas. De seguro usted no la conoce. Pues bien, para hacerla efectiva y valedera, para acomodarla a la realidad de nuestra convivencia con Haití, fue necesario intercalar en el texto de aquella Carta el Artículo 210, destinado a mantener la dictadura como único medio posible de contener el espíritu de expansión de los haitianos. Se tomó la medida con carácter transitorio; el Artículo 210 es una superposición, inexplicable para muchos en la Carta pero, en sus términos estaba condensado todo el drama de la vida social dominicana.

Los métodos de la disciplina, si se quiere hasta exagerados, son imprescindibles en el vivir de los dominicanos. Estamos obligados a mantenernos pendientes de que no se nos vaya de entre las manos el sentido inicial de nuestra vida colectiva. Si constantemente hemos perdido la tierra, por lo menos conservamos la característica hispana de la nacionalidad. Menéndez y Pelayo no oculta su sombro y su admiración ante esta hazaña.

Ninguno de los pueblos organizados en las Américas han sido tan acerbamente castigados como el nuestro. Por eso ninguno es tan recto, tan hermético y tan escéptico. Nosotros no tenemos ni derecho ni razón para creer en muchas cosas abstractas cuya hermosura sólo hemos presentido, pero jamás disfrutado.

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Los párrafos de la carta a Mañach que reproducimos en esta entrega de Retro evidencian el nacionalismo que caracterizó su norma de vida. Éste se reflejó desde los primeros artículos de prensa que publicó en 1922, a sus 20 años de edad, hasta el momento de su muerte en 1954. Y nadie mejor que el propio Peña Batlle para indicarnos su sentir, según podemos corroborar en una carta pública dirigida al Comité Ejecutivo del Partido Nacionalista, el 6 de febrero de 1925, señores Américo Lugo y J. Rafael Bordas, en la cual Peña Batlle indica que “Desde hace tiempo, desde que, en los albores de mi adolescencia, me di cuenta de cuál era el papel que las circunstancias del momento, imperativamente, imponían a los dominicanos de vergüenza, afronté la tarea de aunar todos mis esfuerzos, muchas veces superiores a mis capacidades físicas, en bien de la República. Porque, es verdad, que, ninguna generación de dominicanos ha abordado un problema tan serio y tan trascendental, como el que las circunstancias han deparado a esta generación dominicana. Desde entonces, sin desmayar un solo instante, y cediendo solamente, ante la necesidad de reponer fuerzas perdidas, me he consagrado en cuerpo y alma, a cumplir el sagrado deber, el inaplazable deber, de contribuir, desinteresadamente, sin miras ulteriores, a la erección del dique que los dominicanos hemos de oponer a la influencia imperialista, desintegradora y desconcertante, que los Estados Unidos están ejerciendo sobre la entidad moral de nuestro pueblo. Es verdad, que en esa labor tal vez mis esfuerzos hayan sido de los más insignificantes, pero no por eso dejarán de enaltecerme, ya que en las luchas sociales, en las contiendas del honor, tiene tanta trascendencia, la sinceridad, que muchas veces la magnitud material del esfuerzo cede ante la grandeza moral que lo inspira.

“Desde hace tiempo, mi espíritu conturbado por el triunfo material que alcanzó el oprobioso instrumento imperialista conocido con el nombre de Plan Hughes-Peynado, se había dado a la tarea de esperar, cuáles habían de ser las consecuencias que derivarían de ese fatal instrumento de servilismo y abyección, los hombres que concurrieron a consagrarlo como desconcertante realidad nacional.”

El 6 de junio de 1927, en carta aparecida en el Listín Diario, Peña Batlle renunció del Partido Nacionalista, lo que provocó un comentario de Francisco Svelty Jr, publicado al día siguiente, en que decía que “en un arrebato de trascendental dignidad nacionalista, presenta ante dicho organismo su formal renuncia como miembro del Partido…” “Al renunciar del Partido Nacionalista por los motivos expuestos en el documento público a que me refiero, no de sus ideas nacionalistas, el Lic. Peña Batlle ha dado la más alta nota de radical nacionalismo.” “Un gran ejemplo y una gran lección es ciertamente lo que acaba de dar este joven paladín al demostrar, con hechos, que su vida pública no tiene más orientación ni otra ambición que la verdad”.

En la entrega de la próxima semana incluiremos el pensamiento de Peña Batlle con referencia a la cuestión fronteriza.

Continuación de la carta a Mañach

Estoy seguro de que usted, humanista y sociólogo enteramente dedicado al estudio y a la exaltación de las glorias de Cuba, tan puras, no ha hecho un pequeño resquicio en su labor para preocuparse por las ignoradas y recónditas peripecias de esta humilde congregación nacional que se llama República Dominicana. ¿Sabe usted que esta humilde congregación nacional que se llama República Dominicana subsiste como tal, solo porque su recio espíritu hispánico, homenajeado por un Menéndez y Pelayo, se ha mostrado más duro y resistente que todos los elementos corrosivos, que un hado enemigo ha puesto en su camino? ¿Sabe usted, Ministro, que en contraste con el esplendoroso y sugestivo destino de Cuba, Santo Domingo, ha hecho vida de hondonada, oscura, incierta, angustiosa, desolada? Usted no puede estar enterado de estas cosas porque ella no ha sido nunca materia para desvelo de los grandes espíritus de América. Con la única excepción de Eugenio Ma. De Hostos, maestro amado de los dominicanos, las cabezas señeras del Continente no han mirado la encrucijada en que nos debatimos los hijos de esta tierra. Pasar por encima de nosotros en un avión, para, desde lo alto, lanzarnos un hiriente dicterio, no vale. Venga a lo hondo, Ministro, descienda. Amase el sudor, las lágrimas y la sangre de un pueblo pobre, pero altivo, estudie sus miserias pero compruebe también sus virtudes; mida debidamente las perspectivas de un escenario muy diferente de aquel en que usted construyó sus brillantes cualidades de hombre público y luego estará usted en condiciones de formar juicios definitivos.

No nos desprecie sin conocernos, no nos ataque sin poseer un verdadero dominio de las causas que han determinado la integración del estado social en que nosotros vivimos. Martí mismo pasó, todo absorto en sus sueños cubanistas, por esas tierras, sin tiempo para vernos el alma desgarrada. Pasó en busca de nuestros jugos, de nuestras virtudes humanas, apersonadas en aquel gigante que fue Máximo Gómez. De la “mano de valientes” que embarcó en Monte Cristy, dos dedos eran de nuestra sangre: Gómez y Marcos del Rosario, se los llevó Martí a pelear por la libertad de Cuba.

Con ellos se desangraron muchas vidas dominicanas en los ardidos campos de la revolución cubana. En tanto nosotros permanecíamos sumidos en el ignorado y espantoso drama de una vida sin sentido y sin relieve: impotentes ante el continuo avance de factores sociales absolutamente negativos de nuestra razón de ser española y católica.

Probablemente hasta usted no haya llegado la noticia de que los dominicanos hemos vivido frente a un dilema consistentemente para la civilización o perecemos absorbidos por esos factores negativos de que le hablo más arriba. Por no haber podido hasta ahora dar suficiente consistencia económica y social a la nacionalidad perdimos mucho más de la tercera parte del territorio de la isla que fue nuestra en el principio y que hoy compartimos con los causahabientes de filibusteros, ladrones y malhechores de toda laya. Los errores políticos de la España decadente y estadiza del Conde Duque los estamos pagando nosotros todavía con sangre y sudores. Francia canalizó contra España las fuerzas proditorias del bucanerismo y sentó reales en la isla desde el segundo tercio del siglo XVII para afincar allí una colonia que ni siquiera aprendió a hablar francés. Desde entonces se inició en la isla de Santo Domingo una lucha tremenda entre dos fuerzas sociales opuestas cuya determinación no es previsible todavía.

Continúa la próxima semana.

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En estos días ha estado circulando por Internet una carta que Manuel Arturo Peña Batlle escribió en referencia a una crónica titulada “Jornada de las Islas”, de la autoría del cubano Jorge Mañach, crónica que ha sido imposible de localizar. La misiva de Peña Batlle se explica por sí misma, pero es conveniente contextualizar ambas para que se entiendan las circunstancias que las ocasionaron.

Los escritos se produjeron en noviembre de 1945, cuando ambos firmantes eran cancilleres de sus respectivos países. La contestación de Peña Batlle no fue publicada en la prensa nacional porque según él mismo explica “esta carta, escrita para el amigo, no está destinada a la publicación. La pongo en sus manos como la mejor prenda de mi afecto, de mi admiración y de mi respeto hacia usted”, y ha sido reproducida en varias ocasiones, especialmente en el libro de Ramón Emilio Saviñón M., “Memorias de la Era de Trujillo: 1916-1961”.
La carta de Peña Batlle refleja el amor que siempre le tuvo a su país. Y con referencia a esta observación, se recomienda la lectura del libro “Manuel Arturo Peña Batlle. Previo a la dictadura. La etapa liberal”, que es una compilación de los artículos periódicos escritos por Peña Batlle, presentados y comentados por Bernardo Vega, libro publicado en 1991. Este volumen se refiere a una etapa muy poco conocida y mucho menos estudiada del personaje que ocupa la investigación de esta semana y de las próximas.

Con Vega decimos que “pocos conocen al Peña Batlle liberal, al fogoso joven nacionalista de los años veinte.” Es conveniente estudiar los numerosos artículos escritos por Peña Batlle durante los últimos tres años de la ocupación militar norteamericana, bajo el régimen de Horacio Vásquez, y los escasos trabajos que dio a conocer durante su exilio interno (1930-1941), período en que se mantuvo hostil a Trujillo”.

Los artículos presentados fueron escritos cuando el autor apenas contaba con 20 años y al leerlos no puede menos que pensarse que se debían a una mente privilegiada. A esa edad era capaz de hacer exhaustivos análisis de la constitución dominicana, profundas consideraciones de la ocupación norteamericana de nuestro país de principios del siglo XX, sus apreciaciones de que la ocupación norteamericana debía finalizar con el concepto que se denominó “la pura y simple”, con lo cual se quería decir que los norteamericanos simplemente debían abandonar el país ocupado sin ningún tipo de acuerdo, y su oposición al pacto que finalmente se firmó con este propósito, que se denominó el “Plan Hughes-Peynado”, al cual Peña Batlle se opuso haciendo uso de toda su exaltación dominicanista. A esa edad, 20 años, ya dominaba varios idiomas, había leído grandes autores del derecho y las leyes y obtuvo el título de Licenciado en Derecho en 1923. Fue un fecundo articulista cuyas reseñas aparecían en la prensa diaria y a los 22 años, en 1925, fue llevado a prisión por “querer hacer triunfar la dignidad de la lucha que, sin temores , libra la juventud dominicana contra las sombras, contra los pantanos, contra las inmundicias… . …estará en la prisión con valiente estoicismo, sabiendo que así cumple el mandato de vergüenza, decoro y de valor que su edad y su ilustración le imponen”, en palabras de Francisco Prats-Ramírez en artículo aparecido el 27 de mayo de 1925, en el Listín Diario y que se refería a la oposición de Peña Batlle a la Convención de 1907 en virtud de la cual Estados Unidos pasaría a administrar las aduanas dominicanas. Al reseñar la causa seguida a Peña Batlle, el Listín indicó que se le condenaba por “haber llamado traidor en el mismo discurso al actual presidente de la República”. Se refería a Horacio Vásquez, aunque durante cuyo gobierno se respetaron los derechos humanos y las libertades públicas.

Para no hacer demasiado larga esta introducción, pasamos a copiar los párrafos iniciales de la carta, y en las próximas entregas de esta Página continuaremos reseñando consideraciones de las circunstancias en que vivía República Dominicana en 1945, y las situaciones en las cuales Manuel Arturo Peña Batlle se vio obligado a colaborar con el régimen de Trujillo.
Carta tomada de Ramón Emilio
Saviñón M. Memorias de la Era
de Trujillo 1916-1961:
Carta del Lic. Manuel A. Peña Batlle,
Secretario de Estado de Relaciones
Exteriores, al Dr. Jorge Mañach,
Ministro de Relaciones Exteriores, Habana, Cuba.

Ciudad Trujillo,
Distrito de Santo Domingo
6 de noviembre de 1945.

Su Excelencia
Dr. Jorge Mañach
Ministro de Relaciones Exteriores
Habana, Cuba
Mi querido y admirado Ministro:
Ha sido regalo de mis avatares oficiales la lectura de su hermosa crónica intitulada “Jornada de las Islas” que publicó Diario de la Marina del 31 de octubre retropróximo.

El párrafo que dedica usted a describir su breve estada en el aeropuerto de esta Capital de seguro que no hubiera tenido los tonos de sombría prevención con que usted lo escribiera si hubiéramos recibido nosotros el privilegio del aviso de su visita.

Desde hace tiempo usted conoce mi deseo de recibir su visita a este país, para que usted con toda su sagacidad crítica y con todo su penetrante sentido de observación pueda estudiar el caso dominicano, tan interesante y tan lleno de sorpresas. Desde la periferia y con la ayuda de una corta mirada de viajero no puede abarcarse, mi querido Ministro, todo el drama histórico y social que constituye la formación del pueblo dominicano.

Cuba y los cubanos, han sido extraños en ese drama. Nunca pusieron ustedes ojos de solidaridad en nuestros padecimientos. Muy pocas veces oímos voces de aliento desde la tierra de Martí y Céspedes. Jamás una mano cubana o una mentalidad cubana se asociaron a lo que yo llamo el proceso de formación de la nacionalidad dominicana. Dominicanidad y cubanidad no han sido nunca floración de un mismo tallo. Nosotros, Ministro, hemos vivido solos, y solo hemos sufrido y solos hemos presenciado el cercamiento de nuestras posibilidades esenciales como país y como nación. Cuba es un poco la beneficiaria de nuestros padecimientos. Sería muy largo explicarle el fundamento de esta afirmación, pero es cierto tanto en el orden histórico como en el economismo.

Resulta ahora que nosotros, solos como siempre estamos consolidando las esencias de nuestro futuro destino nacional y con ello nos vamos ganando la repulsa de quienes no han querido ayudarnos en la adversidad. Esa es una actitud injusta. Ministro: hombres como usted, espíritus como el suyo, no pueden pedir que se ensombrezca el aire que respiramos los dominicanos sin enterarse a fondo de que ese mal deseo envuelve una profunda negación de virtudes y grandezas que nadie, Ministro, puede desconocer en el alma colectiva de nuestro pueblo.

Continúa la próxima semana.

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