No seamos tan confianzudos

En el restaurante noté que una amiga dejó su cartera encima de la mesa y se dirigió al baño. Entonces alguien se acercó y con disimulo intentó robarla, pero al verme desistió. Cuando ella regresó le conté lo sucedido y le dije, con aire paternal,

En el restaurante noté que una amiga dejó su cartera encima de la mesa y se dirigió al baño. Entonces alguien se acercó y con disimulo intentó robarla, pero al verme desistió. Cuando ella regresó le conté lo sucedido y le dije, con aire paternal, que debía ser más cuidadosa.

Los dominicanos somos muy crédulos, confiamos en la gente rápido, como si el peligro no existiera. Para nosotros, el prójimo es bueno. En cualquier encuentro nos encariñamos con el primero que nos simpatice y hasta lo invitamos a nuestro hogar. Saludamos, incluso, a quienes nunca hemos visto, sin reparar qué hace o de qué vive ese ciudadano.

Cuando conversamos con alguien nos esforzamos por “salir familia”, aunque parientes lejanos. Buscamos la forma de conocer personas en común para luego exclamar: ¡qué mundo más pequeño!

Nos caracterizamos, además, por demostrar que contamos con muchos amigos y si alguien menciona un nombre, decimos: ¡ese es como mi hermano! Esta conducta demuestra la nobleza del corazón de nuestro pueblo y, en principio, es preferible ser así que vivir con delirio de persecución, con el ánimo alterado, pensando que todo el mundo quiere engañarnos y que en cualquier esquina céntrica e iluminada pueden asaltarnos, porque vemos un villano en cada rostro.

Ahora bien, llegó el momento de frenar un poco eso de creer en cualquier extraño que aparezca y de andar con tanta soltura. Hay que estar más alerta en nuestra cotidianidad, pues hasta en ambientes normales han surgido problemas serios con antisociales.

El espacio de la delincuencia crece más rápido que el de la paz. Ya nuestro país cambió. Necesitamos perder algo de nuestra inocencia para no arriesgar nuestras vidas y propiedades. Es crudo decirlo. Debemos saber bien por dónde vamos, a quién visitamos y el ambiente que rodea ese lugar, independientemente de que en cualquier sitio puede ocurrirnos una desgracia, por más decentes y prudentes que seamos.

Aunque la mayoría de los dominicanos son buenos, hay algunos desalmados que por unos pesitos son capaces de asesinar y de destruir familias. Y generalmente las drogas están detrás de cada violación a la ley. Nuestra libertad de tránsito ya está limitada.

Este problema traspasa lo legal. Para vencerlo se requiere una mayor equidad social e igualdad de oportunidades para todos, combinadas con políticas preventivas de los crímenes y delitos y de instituciones que investiguen y sancionen, que no cedan espacio a la impunidad, reconociendo que hemos avanzado en el Poder Judicial, el Ministerio Público y la Policía Nacional.

Pero mientras los cambios llegan o se profundizan, recordemos que la seguridad ciudadana también depende de nosotros, de cómo nos cuidemos para que no nos maten ni nos roben.

Posted in Sin categoría

Más de

Más leídas de

Las Más leídas