En memoria de doña Nuris Jacobo (2 de 2)

IntroducciónEn mi primera entrega hice una larga introducción explicando por qué era para mí un deber de amistad, gratitud y admiración hacer esta Memoria. Que para ello, se me había ocurrido que la mejor manera…

Introducción

En mi primera entrega hice una larga introducción explicando por qué era para mí un deber de amistad, gratitud y admiración hacer esta Memoria. Que para ello, se me había ocurrido que la mejor manera de hacerlo era reproduciendo en esta página, mediante dos entregas, los hermosos y dicientes testimonios y palabras, en torno a ella, de su hermana Gladys, sus hijos, nietos y el padre Carlos Santana, a quien no sé si denominar amigo muy cercano o hijo espiritual de ella. Así en la primera, reproduje testimonios de Gladys, su hermana, Flavio Darío, su hijo, y nietos; hoy reproduzco, la homilía del P. Carlos Santana y el artículo de su hija Rosario.

1. Homilía del padre Carlos Santana en la misa exequial
“Hermanos todos muy queridos.

Una vez más nos convoca nuestra querida Nuris. Esta vez para acompañarla en su tránsito hacia el país de la vida, a los brazos del Padre Celestial. La partida inesperada de Nuris hacia la Jerusalén celeste nos ha sorprendido y tocado profundamente. Se nos fue como vivió: tranquila, sin aparatajes ni sobresaltos, con paz. Si tuviéramos que describir a nuestra amada Nuris en una sola frase, diríamos simplemente: “Amó la vida”.
Esa fue Nuris Jacobo de Espinal: una mujer que amó la vida y que la vivió intensamente, sin desperdicios, transmitiendo a todos los que la rodeamos esa misma pasión. Por tanto, queridos hermanos, no nos encontramos aquí para llorar la muerte de Nuris, sino para celebrar su vida. Esta acción litúrgica es un canto de esperanza, un grito a la vida: de esa vida que, apasionadamente, ella vivió.

Aunque su separación física de nosotros no deja de tocar profundamente nuestros sentimientos, los que la conocimos sabemos que, en un momento como este, nuestra querida Nuris no hubiera permitido manifestación de duelo o de tristeza alguna. Toda su vida fue una fiesta; toda su vida fue alegría, fue música, fue poesía, fue arte, fue servicio…fue amor.

La Palabra de Dios siempre nos orienta y consuela. Fijémonos en algunas ideas que las lecturas bíblicas apenas escuchadas nos ofrecen. La primera lectura que hemos proclamado, tomada del libro de Job es una profesión de fe, brotada de la firme convicción de la existencia de Dios, que se manifiesta aun en las circunstancias más adversas de la vida. Este texto es un canto a la esperanza. No por casualidad, en el Mesías de Haendel, obra musical que tanto gustaba a Nuris, luego de que el coro proclama de manera vibrante el triunfo de Cristo sobre la muerte con aquel “Aleluya” que todos conocemos, sigue una delicada y refinada aria que lleva por texto precisamente los versículos del capítulo 19 del libro de Job que hemos leído. Es la serena interiorización de esta verdad de fe: “Creo que mi Redentor vive”.

Es interesante destacar que Haendel confía la interpretación de esta parte a una mujer: una soprano, la más aguda entre las voces femeninas, casi como si quisiera decir que es la mujer, con la dulzura y la agudeza mental que le son características, es la más indicada a penetrar y asumir la profundidad de este gran misterio: la resurrección.

Nuris, como mujer de fe y como amante de las bellas artes, escuchaba con gran placer este oratorio musical, el cual es también una profesión de fe y un canto a la vida. Como mujer de fe, Nuris también creyó en Aquel que es la fuente de la vida, Jesucristo. Y también la acompañó la firme convicción de ver con sus propios ojos a su Creador y Salvador. Es por ello que su partida es una fiesta. Por esa razón, Nuris ha exclamado con el salmista: “¡Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la Casa del Señor”. Su entrada a esa tierra nueva, de la que nos ha hablado el libro del Apocalipsis, donde no hay llanto, ni sufrimiento ni dolor, es, sin lugar a dudas, una fiesta.

Como hemos dicho, Nuris amó apasionadamente la vida. Una vida que recibió como un don del Señor y que, como administradora fiel, multiplicó los talentos que le fueron confiados. ¡He ahí los frutos!: la familia que, sobre la base de los más altos valores morales y cristianos, procreó junto al excepcional compañero de su vida. ¡He ahí los frutos!: una vida de servicio desinteresado a la sociedad, a la Iglesia, a los más necesitados.

¡He ahí los frutos!: su arte, su música, su poesía. ¡He ahí los frutos!: el amor que brotaba por sus poros y la pasión por la vida que a todos nos transmitió. Es por ello que, al devolver con creces al Señor los talentos recibidos, ha escuchado las mismas palabras que, en el Evangelio que hemos proclamado, se dirigen al siervo diligente: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor”.

Si bien es cierto que Nuris era una mujer culta y refinada, nunca ostentó de su saber. Nunca buscó protagonismos humanos, nunca buscó los primeros puestos. Sin embargo, el Señor le ha otorgado el galardón reservado a aquellos que, como ella, han vivido la vida como la aventura de una desinteresada y servicial entrega a los demás.

Quienes la conocimos más íntimamente sabíamos muy bien que ella decía que el día más feliz de su vida era el día después de su cumpleaños. Para ella, el día de su cumpleaños era una experiencia traumática, ya que, en realidad, representaba una reducción progresiva de esa vida que amaba con locura. Para ella, el paso de los años era una herida a aquella juventud perenne que siempre vivió. Recuerdo que un día, delante de unos cuantos amigos –algunos de ellos aquí presentes- le dijo espontánea y jocosamente a monseñor Ramón de la Rosa: “Monseñor, yo no sé cuándo es que me va a llegar la vejez”.

Esta vez, para nuestra Nuris, ha llegado el día más feliz de su vida. No el día después de su cumpleaños, sino el día sin ocaso en la presencia de su Señor. Ella ha entrado ya en el gozo de su Señor. Y por ello, aunque sintamos el vacío de su presencia física, nos conforta el saber que desde la Casa del Padre Celestial, un ángel nos acompaña.

Permanecerás siempre entre nosotros, querida Nuris. Nos quedamos con el recuerdo de tu sonrisa, de tu simplicidad, de tus ocurrencias, de tu amor por la vida, de la refinada manera de servirnos el café en una de esas finísimas tazas de tu hermosísima colección, y que no vacilabas en contarnos con entusiasmo la ocurrente historia de cada una de ellas. Permanecerás viva en tu arte, en tu vida. Sabemos que Dios tiene para ti un lugar especial, así como un lugar especial ocuparás por siempre en nuestros corazones.
¡Hasta pronto, en la eternidad!”

2. A mi madre
Artículo de Rosario Espinal, publicado el 1 de septiembre de 2016 en el periódico HOY:
“A los 84 años mi madre ha partido de esta tierra. Vino a buscarla mi padre, diría yo. Aunque desde hace años tenía achaques, no estaba particularmente enferma, cuando el domingo 28 de agosto comenzó a sentirse mal. Rápidamente fue trasladada a la clínica y poco después falleció de un infarto.

Dije que vino a buscarla mi padre, fallecido en septiembre de 2003, porque el sábado en la noche, es decir, la noche antes de morir, se soñó que mi papá la llamaba constantemente, según contó ella misma el domingo cuando se levantó.

En esas cábalas de sueños, la señora que trabaja en la casa le dijo que alguien se iba a morir, y, efectivamente, murió ese mismo día un primo de mi madre. Con esa muerte parecía resuelto el enigma del sueño. Horas después mi madre comenzó a sentirse mal y falleció rápidamente.

Perder una madre es perder una parte importantísima de uno mismo. Venimos al mundo conectados biológicamente de la madre, y desde entonces, son inmensos e innumerables los cuidados que recibimos. Son tantos, que con frecuencia olvidamos muchos. Y es tan misterioso el cuidado, que recordamos poco de lo que nos sucede en los primeros años de vida, cuando las madres se empeñan en amantarnos, alimentarnos, bañarnos, cuidarnos y pasearnos.

Mis primeros recuerdos se remontan a un bañito en el patio de la casa, tendría yo algunos tres años, donde mi madre nos ponía a refrescarnos. Supongo que era tal delicia, que cuando tuve a mi hija, una de las actividades que más disfrutaba era ponerla en un bañito azul a refrescarla.

Recuerdo nuestros viajes anuales a Jarabacoa; era el ritual de verano. Ahí mi madre leía mientras nos echaba el ojo en la piscina o en el caballo, y fue ahí donde se me grabó la idea de leer como diversión.

Recuerdo a la madre política que acompañó a mi padre en sus aventuras del post-trujillismo. Mis primeras caravanas políticas fueron en aquel Volkswagen (cepillito) azul con canciones en la travesía.

Recuerdo a la madre anfitriona de fiestas familiares. Era la matrona, la que congregaba, la que unía. Siento que a partir de ahora nadie en la familia podrá ocupar ese lugar. Sus zapatos nos quedan grandes a todos.

Recuerdo a la madre que cuando llegaron las computadoras al país le dijo a mi padre: “quiero una”. Tomó un curso para aprender a usarla, se hizo adicta al internet, y un día proclamó: “primero Dios y después el internet.” No sé cómo ni cuándo tendré fuerzas para remover la laptop de su habitación.

Ahí escribió dos libros. El primero ya publicado a sus 80 años sobre la vida de un hermano de La Salle, su buen amigo, el Hermano Rafael. Y el segundo que está en revisión, sobre la vida inusual de una monja dominicana. Ese está en las manos del Hermano Pedro Acevedo para posible publicación. Sin pretenderlo ni imaginarlo, sin haber estudiado ciencias sociales, terminó siendo investigadora de vidas y escribiendo.

Nunca olvidaré a la madre disciplinaria que nos enseñó a ser responsables, honestos, y a tener compasión humana. Vivimos con el desafío de no fallarle.

Mi madre era de las primeras lectoras de mis artículos periodísticos. Cada miércoles por la mañana, tomaba el periódico HOY para ver lo que yo escribía. Cuando no compartía mis planteamientos, me lo decía siempre con respeto y tolerancia. Tomaba sus comentarios para aprender a comunicarme con las personas que piensan y no piensan como yo.

Mami, donde estés, estoy segura que seguirás acompañándome y orientándome. Un beso en el infinito”.

Conclusión

CERTIFICO que siempre admiré a Doña Nuris Jacobo por su amor a la vida y su dinamismo y que murió como ella quería morir: caminando en plena vida, sin guardar cama, como un pajarito, que se acuesta y se muere.

DOY FE en Santiago de los Caballeros a los nueve días del mes de octubre del año del Señor 2016, a los cuarenta días de la separación del alma y el cuerpo de Doña Nurys Jacobo viuda Espinal.

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