La corrupción

Hace poco me llegó un escrito de un crítico político de esos que pintados de objetividad apoyan colores partidarios, aprovechando los rasgos de imaginación de sus lectores para guiarlos hacia sus preconcebidos señalamientos de culpabilidad. Así&#823

Corrupción

La corrupción, abusar del poder público para beneficio personal, es un delito que frena el desarrollo económico y social en todas las sociedades. Igualmente, los Estados que no reprimen la corrupción pierden legitimidad y confianza ante sus ciudadanos

La corrupción

En los tiempos de las utopías se decía que la corrupción es sistémica, propia del capitalismo, cuando esa organización social era el referente concreto frente al llamado socialismo real, cerrado y desconocido, hasta que con el tiempo se fueron…

La corrupción

Antes de que cayera el muro de Berlín, mucho antes, cuando las utopías socialistas estaban bien acendradas en las mentes de los jóvenes y mucha gente madura que creían en un estado de justicia y felicidad perfectas, de igualdad absoluta, más allá&#8

Corrupción

La cuestión de la corrupción administrativa siempre está latente en el país. El suicidio del arquitecto David Rodríguez García en la OISOE puso fuertemente el tema sobre el tapete, tocando directamente a la presente administración. Casualmente&#823

Hace poco me llegó un escrito de un crítico político de esos que pintados de objetividad apoyan colores partidarios, aprovechando los rasgos de imaginación de sus lectores para guiarlos hacia sus preconcebidos señalamientos de culpabilidad. Así muestra la perversa corrupción de quien ha tenido toda una vida de honestidad hasta que un día decide abrazarla, lo cual representaría una escisión instantánea de la personalidad que lo pondría en contradicción consigo mismo, quizás sin posibilidades de adaptación.

Es indudable la existencia de la corrupción como fenómeno y de la práctica corrupta de muchos. Pero este no es fenómeno nuevo ni particular ni exclusivo de esta sociedad, sino conducta desviada de las normas y valores sociales, que muchas veces ni siquiera representan prácticas conductuales aceptables.

Sin embargo, los individuos no son proclives a cambiar sus valores ni su personalidad de sopetón. Ya desde hace más de un siglo, Sygmund Freud señaló que la personalidad del hombre se desarrolla durante los primeros cinco años de vida y permanece estable para siempre, a menos que medie un proceso de aculturación. Otros científicos de la conducta humana han ratificado tal permanencia en muchas otras instancias. Al evaluar el desarrollo de cualquier sociedad nos damos cuenta de que sus normas y valores no permanecen estáticos, así como de que los cambios representan por sí mismos los momentos cuando aparece la corrupción del conjunto normativo, utilitario y ontológico que para la conducta individual define la sociedad.

Las implicaciones de esta aseveración son múltiples. Primero, es mandatorio que las instituciones que instalan los contenidos de las normas y valores sociales definan cada nuevo contenido siguiendo un diagnóstico de la integridad o corrupción de los existentes, para actualizarlos y para hacer una prognosis de la conducta social como respuesta a lo nuevo. También se requiere del diseño de los procesos o procedimientos de instalación de lo nuevo para garantizar que la conducta individual se corresponda con la esperada.

Segundo, es imprescindible la construcción de un sistema de sanciones para castigar las violaciones, así como mecanismos correctivos para encausar los violadores.

Tercero, asegurar que la institución que vela por el cumplimiento de normas y valores inicie acciones correctivas en cada violación asegurando que los violadores sean sancionados.

Las instituciones encargadas del mantenimiento de las normas y valores son más culpables de la corrupción que los violadores. Me refiero a los padres, la escuela, la Iglesia, los clubes, la legislatura y la Justicia. Por último, la falla del mecanismo señalado es principal fuente de corrupción de valores y normas, porque, después de todo, son éstos los que corrompidos corrompen a los individuos y a la cultura.

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La corrupción, abusar del poder público para beneficio personal, es un delito que frena el desarrollo económico y social en todas las sociedades. Igualmente, los Estados que no reprimen la corrupción pierden legitimidad y confianza ante sus ciudadanos. Nuestro país sigue ocupando lugares altos en los índices internacionales de percepción de corrupción. Es particularmente perturbador que la legitimamos (Ej. las exoneraciones y fondos asistenciales de los congresistas) o la relativizamos. El Día Internacional Contra la Corrupción es ocasión para sensibilizar y concienciar sobre este mal, íntimamente relacionado con el grado de desarrollo de un país. Debemos aspirar, para comenzar, que se cumpla la ley que obliga a los funcionarios a presentar sus declaraciones juradas de bienes. ¿Seguiremos lejos de ello? l

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En los tiempos de las utopías se decía que la corrupción es sistémica, propia del capitalismo, cuando esa organización social era el referente concreto frente al llamado socialismo real, cerrado y desconocido, hasta que con el tiempo se fueron develando misterios. Tanta o más corrupción como en la generalidad de los países donde predomina el capitalismo. China, que ha instaurado un régimen económico y social bajo la bandera del socialismo, ha devenido en una economía de mercado, donde la corrupción no es extraña, aunque suele ser castigada hasta con la pena capital.

Para ser enfrentada, la corrupción requiere políticas de prevención, vigilancia y persecución. Leyes claras, liderazgo comprometido con la transparencia y un aparato judicial empeñado en hacer cumplir dichas leyes.

Entre los dominicanos la lucha contra la corrupción puede compararse con un carro en el que se montan todos los que están fuera del poder y aspiran a conseguirlo. Suelen ser implacables, pero desde que tienen un carguito, se tornan irremediablemente corruptos.
Balaguer solía decir que la corrupción se detenía en la puerta de su despacho, pero sus favorecidos entraban y salían con todas las canonjías que se pudieran imaginar.

En el pasado más lejano, la corrupción se concentraba en una familia que disfrutaba de todos los poderes, de la vida de la República entera.

Con la democratización de la sociedad, la corrupción se popularizó. Dejó de ser pecado, hasta que ha ido despertando una conciencia crítica que la condena con pasión y verdadero sentido de ciudadanía honrada.

El gobierno actual está sometido al escrutinio público. Al decir del director de Ética e Integridad Gubernamental (Digeig), existe el mayor empeño, incluso un mandato directo del presidente de la República, de perseguir la corrupción en el Estado.

Ahora está el caso del soborno para la compra de los aviones Tucano a la empresa brasileña Embraer. Las autoridades del Ministerio Público y los jueces tienen una oportunidad para descubrir todo lo que encierra el mismo y establecer responsabilidades.

Pero la corrupción disminuirá sólo en la medida en que los dominicanos entendamos que a las instituciones se va a servir, no a robar.

Asimismo, tendremos menos corrupción cuando la conducta individual sea auténtica, negadora de la farsa del discurso público.

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Antes de que cayera el muro de Berlín, mucho antes, cuando las utopías socialistas estaban bien acendradas en las mentes de los jóvenes y mucha gente madura que creían en un estado de justicia y felicidad perfectas, de igualdad absoluta, más allá de las burocracias del partido, se decía que la corrupción, en el más amplio sentido de esa palabra, era propia del modelo capitalista.

Quienes conocían mínimamente la historia se reían, porque estaban persuadidos de que ese mal que taladra la humanidad está asociado a todos los estadios, y ha afectado las sociedades desde sus orígenes, desde la familia hasta los más altos niveles de gobierno, en las sociedades civiles y las públicas.

La corrupción es sistémica, se decía, pero realidad al canto: de todos los sistemas. Y más que sistémica, de los hombres y de las mujeres. Hay corruptos por naturaleza, esencialmente corruptos, y hay corruptos a la primera oportunidad que le ofrece la vida.

Y entre todos los corruptos están los favoritos, los que no queremos ver, que a veces son parte de nosotros. Quien alguna vez hablara de los “corruptos favoritos” también llegó a decir: “Aquí somos todos corruptos”. O los corruptos que se llenan todos los días la boca hablando de integridad y transparencia.
El germen de la corrupción está en el ser humano. Se aprende en la familia. Se aprende en cualquier esquina, en las escuelas, en el trabajo. Es, a fin de cuentas, una cuestión de la mismidad del ser. Se es o no se es corrupto. Simplemente.

Las organizaciones privadas y los Estados, manejados por tantas personas, tienden a propiciar las vías que facilitan la corrupción.

Pero erradicarla es fundamental para la sana administración de la cosa ajena. Pero no basta con un discurso, con palabras que se las lleva el viento.

En el Estado y en las empresas privadas deben establecerse las regulaciones y los controles para reducirla al mínimo. Es la mejor forma de prevenirla.

Perseguirla y castigarla será siempre más difícil. A veces sus persecutores resultan tan corruptos como sus perseguidos. Ese es uno de los problemas de la lucha contra el crimen organizado y contra la corrupción pública y privada.

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La cuestión de la corrupción administrativa siempre está latente en el país. El suicidio del arquitecto David Rodríguez García en la OISOE puso fuertemente el tema sobre el tapete, tocando directamente a la presente administración. Casualmente me topé con un artículo sobre este problema en un muy visitado portal ruso, que pude leer traducido gracias al milagro de la tecnología. Resaltaba que, más allá de la economía, la corrupción es una de las razones de la pérdida de confianza del público hacia las autoridades, así como de la degradación de los valores sociales y en última instancia, del deterioro de la calidad de vida de los ciudadanos. Llamó a implantar mecanismos de educación cívica para desarraigarla. Y cero impunidad, añadimos por aquí. 

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República Dominicana ratificó en 1999 la Convención Interamericana Contra la Corrupción, adoptada en Venezuela en 1996.

El acuerdo nos compromete a impulsar la legislación interna necesaria para combatir la corrupción pública. Contamos avances: leyes de declaración jurada de bienes, contra el soborno, de contrataciones públicas, códigos de ética, entre otras normas.

Hay un gran pendiente: La Convención llama a tipificar como delito “el incremento del patrimonio de un funcionario público con significativo exceso respecto de sus ingresos legítimos durante el ejercicio de sus funciones y que no pueda ser razonablemente justificado por él”.

El enriquecimiento ilícito no existe como figura penal en el país, gran hueco contra la corrupción y la impunidad.

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