Yago…, un Shakespeare caribeño

En un espacio chiquito se muestra una tragedia grande en una historia que ronda alrededor de la traición, el rencor, la venganza y la envidia.

En un espacio chiquito se muestra una tragedia grande en una historia que ronda alrededor de la traición, el rencor, la venganza y la envidia. Yago es un personaje de Otelo, obra escrita por W. Shakespeare, que lleva 400 años de culpas como genio del chisme.

Escenificada en una versión libre, una vez más toma Yago el protagonismo de esas tragedias provocadas por celos infundados, esos mismos que provocan tantas muertes de mujeres e innúmeros huérfanos.

Escoger a este Yago es acertado. Y más aún en el tipo de escenario de “teatro arena” en que se desarrollan los acontecimientos: una gallera. Sí, un ring, una lona, un cuadrilátero de pelea a muerte. Porque es que de eso trata la obra, de la mentira, del chisme que provoca tragedias. Un ruedo, un círculo imprevisible, donde se crean las condiciones que llevan a la mujer a la muerte, y ahí mismo a la sociedad en declive imparable.

Pues bien. Otelo es el tipo ambivalente, psicótico, perfectamente articulado para la tragedia atiborrada de racismo, lucha por el poder, seducción sexual, marrullería y discrepancia política. Una trama fértil para el impacto de su egocentrismo, su impulsividad, incapaz de amar, de rabia explosiva.

Yago es su álter ego. Y, como tal, la pieza perfecta cuya conducta sociópata desencuadra el tejido social para satisfacer su ego, sin remordimientos, creyéndose por encima de los demás, seductor inteligente que juega con aparentar sentimientos e impresionar a sus víctimas.

Que el escenario sea un gallinero, es un símil sobre la tragedia moral en que vivimos, miseria muy latente en las sociedades por los siglos de los siglos, y, reconocer eso, informarse al respecto, es asunto oportuno para no vivir ni aceptar falsas esperanzas de un mundo mejor que promete que lo hará fulano apoyado por mengano. La gallera, para quien nunca ha ido alguna vez, es un sitio alejado de Dios, un infierno, un mar de degradación moral que alberga una discutible caballerosidad expresa en esa frase que se habla mucho como sinónimo de honestidad y/o ´palabra de hombre´: “palabra de gallero”.

¿Qué podemos decir de Desdémona, un nombre que en griego significa “desventurada”? Sí, la infortunada mujer que, como esposa, devela todo el caudal interior de Otelo en la trama, en el calvario impuesto por Yago que se auxilia en Casio al que atolondra y envuelve para emboscarlo en sus redes de intriga.

Hablamos de todo esto porque es precisamente lo que se percibe en el montaje y adaptación a partir del Otelo de Shakespeare, porque es obvio que lo entendieron y así mismo lo meten en escena. Además se valen de actuaciones modernas y adecuadas para transferir a la platea el planteamiento ideológico y político, así como una peculiar manera de interpretar al gran dramaturgo inglés. Que, por cierto, este Otelo y este Yago, son los más debatidos y analizados del teatro shakesperiano.

Eso sí, en la actuación, pese a ser muy bien lograda, hay momentos que boicotea el trabajo logrado, verbigracia el final con Otelo triste, interpretado por Johnnié Mercedes (con más carisma que en sus personajes del cine, siempre), pues ese momento en que ante el cadáver de su ´amada´ Desdémona lanza un grito mudo. No, ese gesto, aun siendo muy bien actuado no se corresponde con el Otelo de Shakespeare, y ahí el director debió de ser más riguroso y menos “libre”. Ese gesto obstaculiza al personaje y a la obra y pierde la oportunidad de dar un colofón correspondiente con el psicotismo de Otelo.

Visto en el Palacio de Bellas Artes es digno de que llegue a las masas esta obra maestra, que pueda enriquecer el sentir y contribuya a generar madurez en la percepción de conductas indolentes en la sociedad dominicana. Pero es un anhelo de presentar buen teatro, bien actuado y bien proyectado que llegue al menos a precios asequibles y de preferencia espectáculos gratuitos por tratarse de un órgano estatal. Verlo, por ejemplo, en una gallera real, en un club o un coliseo gallístico debe ser una experiencia deslumbrante y única.

Como se sabe, un aspecto súper interesante, cautivante diría yo, es ver el rostro del público, como se dibuja el entendimiento, así es como vemos la escena, y del otro lado aparecen rostros inquietos del público. Y esa es una de las mejores partes de asistir a un montaje teatral con un escenario circular rodeado por el auditorio. La elección es ajustada a la táctica de lograr una relación más íntima entre público y actores.

Ficha técnica

La Compañía Nacional de Teatro crea este “Yago, yo no soy el que soy”, versión libre de “Otelo” de William Shakespeare, en un montaje de dos horas de duración. Con la adaptación y dirección de Fausto Rojas, director de la Compañía Nacional de Teatro.

La historia cuenta con las actuaciones de Wilson Ureña, Orestes Amador, Johnnié Mercedes, Yorlla Lina Castillo, Nileny Dipton, Manuel Raposo, Ernesto Báez, Cristela Gómez, Gilberto Hernández, Miguel Bucarrelly, Yamilé Scheker, Pachy Méndez, Alejandro Moscoco y Maggy Liranzo. El equipo técnico se compone de Fidel López en la escenografía, Bienvenido Miranda en las luces, Cromcin Domínguez en el vestuario, Nadia Nicola en dirección vocal, Nancy Vizcaíno, dirección técnica y Henssy Pichardo en la producción.

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