Los jueces, una discusión

Cada vez es más difícil defender a los jueces dominicanos, las acciones de unos pocos impiden ver lo bueno del conjunto y los empaña a todos. Tengo discusiones constantes con amigos que no creen en nuestro sistema de justicia y dicen barbaridades&#8230

Cada vez es más difícil defender a los jueces dominicanos, las acciones de unos pocos impiden ver lo bueno del conjunto y los empaña a todos. Tengo discusiones constantes con amigos que no creen en nuestro sistema de justicia y dicen barbaridades del mismo. Son disputas interminables que siempre postergan las conclusiones para el próximo encuentro. Ellos en contra del sistema de justicia y yo defendiendo individualmente a muchos jueces.

Argumentan que los jueces son parte de un entramado que afecta el interés público: “En este país no hay un solo juez que sirva, no tienen conciencia de clase ni sentido de la historia. Son unos come-cheques” -, me gritan de forma ensordecedora en medio de la discusión-. Y cuando les respondo que no es así, que conozco jueces probos, que creen en la justicia y el derecho, me dicen, a quemarropa: ¡mencióname un juez que sirva, solo uno! ¡uno! –me repiten-, que no haya dado una decisión por temor o corrupción, en la cual no hayan conculcado un derecho y, peor aún, a conciencia de que lo hacían”.

Les digo que están cegados por sentimientos que les impiden ver con objetividad las cosas y que el sistema de justicia dominicano está lleno de hombres y mujeres que asumen la judicatura como un magisterio, sin mayores ataduras que la Constitución y su conciencia. Y se lo digo con firmeza y convicción. Entonces, se ríen, me interrumpen y vuelven a la carga: “Pero dime uno Arroyo, uno solo: Uno”.

“Permítanme continuar y les diré nombres y más de uno, incluso de varias jurisdicciones” –les digo-. “Entre esas –prosigo-, del Distrito Nacional, de la Provincia Santo Domingo, de Puerto Plata, de Nagua, de Barahona, de San Cristóbal”. Entonces vuelven y me interrumpen. Y se ríen a carcajadas y piden otro café y hablan todos al mismo tiempo y se dan en el pecho y me dicen que deje de hacer chistes así, que deje de soñar, que esto no sirve y los jueces menos. Y la perorata no me permite continuar mi defensa de algunos jueces. Y en eso llega el otro café y la “picadera” y no me dejan dar los nombres por la pausa obligatoria para comer. Luego es tarde y la conversación queda trunca, por lo que coordinamos proseguir con el tema, dejado eternamente a medio camino, para el próximo encuentro. Pero en el próximo encuentro pasa lo mismo: ellos llegan con nuevos datos para fortalecer su tesis de la total podredumbre del judicial, y yo con mi convicción de que aún no hemos caído al abismo y de que muchos jueces honran la toga y son recipientes de la moral que algunos pueden no tener.

Dicen que defiendo lo indefendible, que los jueces no merecen ser defendidos, que todos tienen cola que le pisen. Pero no es así, aún no tocamos fondo. Me resisto a creer que hemos perdido, lo que Rodó llamó, “la sublime terquedad de la esperanza”.

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