La redención que los encadena

En esta sociedad de “explotación del hombre por el hombre”, sus enemigos se valen de la prensa controlada por el dinero extraído del sudor de los trabajadores, para combatir el sistema y abogar por su destrucción. En el mundo de la sociedad…

En esta sociedad de “explotación del hombre por el hombre”, sus enemigos se valen de la prensa controlada por el dinero extraído del sudor de los trabajadores, para combatir el sistema y abogar por su destrucción. En el mundo de la sociedad sin clases, cuyos más patéticos ejemplos son Cuba y Corea del Norte, los abanderados del marxismo ahogan sus sueños de redención en diarios que los obligan a convivir en la más sofocante e indignante sumisión de las que están libres en la sociedad que tanto odian y combaten, y en donde encuentran, además, espacios de confort y comodidad reservados en sus lugares de ensueños a los miembros de una selecta, anacrónica y sedentaria burocracia de monárquica vocación.

En la sociedad donde el fuerte se traga al pequeño, los ilusos soñadores de una redención basada en la abolición del lucro proveniente del trabajo y la lícita acumulación que de él resulta, publican artículos y libros que promueven su destrucción, encontrando en ellas editores y medios que los acogen, algo imposible en aquellas que promueven, donde los lineamientos y la directrices del partido, constriñen su inspiración y terminan sometiéndolos a una rigurosa y callada disciplina. En la repugnante sociedad de diferencias de clases, las oportunidades permiten que de los más bajos estratos sociales surjan muchas veces los líderes en la política, la cátedra y los negocios. En la igualitaria sociedad sin clases, los más vulnerables deben esperar medio siglo de revolución para tener el derecho a pequeñas propiedades que con ella una vez perdieron.

Bajo el “capitalismo salvaje”, sus enemigos y detractores forman partidos y sindicatos, se gradúan en las universidades, forman empresas, imparten clases y se mueven bajo la protección de leyes y constituciones. En la redentora sociedad sin clases, la cárcel y el exilio, no el aula ni el teatro, se abren al más mínimo suspiro o aliento de libertad.

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