Para relajar el ambiente

El poeta francés Nicolás Boileau escribió: “La ignorancia siempre está dispuesta a admirarse”. La sentencia de este genial pensador me vino como relámpago a la mente tras escuchar a un comentarista de la radio referirse al tenor italiano…

El poeta francés Nicolás Boileau escribió: “La ignorancia siempre está dispuesta a admirarse”. La sentencia de este genial pensador me vino como relámpago a la mente tras escuchar a un comentarista de la radio referirse al tenor italiano Enrico Caruso como el mejor intérprete de “todos los tiempos” de Nessun Dorma (¡Que nadie duerma ¡¡ que nadie duerma! ¡También tú, oh Princesa, en tu fría habitación), la famosa aria del tercer acto de Turandot, que Puccini no alcanzó a concluir.

“¡Caramba”, me dije, “habrá sido en el más allá!”, por cuanto el compositor falleció en 1924, tres años después de la muerte del cantante, sin haber terminado la obra. La ópera fue estrenada en La Scala de Milán el 25 de abril de 1926, bajo la conducción de Arturo Toscanini. El papel del príncipe Calaf le correspondió al español Miguel Fleta, una de las más virtuosas voces líricas de la época. Los biógrafos de Puccini sostienen que Nessun Dorma fue ideada para ese cantante y el italiano Giacomo Lauri Volpi, a quienes Puccini consideraba como los dos mejores tenores de su tiempo. El aria, al comienzo del acto final, mientras amanece en Peking, está llena de simbolismo. Es una alabanza al amor, que exalta su victoria sobre el odio. Que nadie duerma hasta que se sepa el nombre del joven héroe que corteja a la cruel princesa Turandot, por cuyo amor parece dispuesto a morir.

Como se sabe, Puccini no llegó a terminar la ópera, una de las más difíciles de interpretar ya que exige recursos y técnicas vocales poco comunes. Se asegura que alcanzó a escribirla hasta el último dueto del tercer acto, pero no conforme con el libreto de ese pasaje decidió cambiarlo, muriendo en la tarea de un cáncer de garganta. Antes de morir hizo arreglos para que su amigo Ricardo Zandonai la concluyera, pero el mérito correspondió a Franco Alfaro por decisión que los biógrafos de Puccini atribuyen a su hijo.

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