Los efectos en los partidos políticos, particularmente en el PRM y el PLD a consecuencia del procesamiento de dirigentes por los sobornos de Odebrecht ya son perceptibles, y no habría que descartar que se desaten pugnas tendentes a anular no sólo a quienes han sido afectados de manera directa, sino a figuras que cuentan con un determinado potencial de aprobación popular.
Sería una pena para el sistema de partidos, y sobre todo para los dos grandes, que la lección que están recibiendo termine en rebatiñas que no generen los resultados esperados.
Es inevitable que surjan inconvenientes cuando dirigentes al más alto nivel han sido señalados, pero sería una falta de visión si sólo condujeran a resentimientos y estigmas.
Lo que interesa a la sociedad es que sirva como oportunidad para desterrar conductas negativas en el ejercicio de la política, y por esa vía, en la búsqueda del poder.
Que la política no sea vista como un medio de ascenso social y enriquecimiento fácil, sino como la asunción de una responsabilidad de cara a los ciudadanos. Que para canalizar una determinada aspiración no haya que asumir costos tremendamente onerosos para las economías personales y a fin de cuentas para su integridad.
Lo que ha de esperarse es que una cosa mala, como ha sucedido, sea convertida en buena. Como lección de lo que nunca debe hacerse.
Los atisbos de riñas y malquerencias sólo ahondarían las vergonzosas heridas.
Deben ver lo que está pasando en las calles. No es sólo la manifestación de quienes marchan a partir de una determinada convocatoria previamente organizada. Es un sentimiento muy extendido que se pudo verificar desde el momento mismo de la salida de celda de Ciudad Nueva hasta la cárcel de Najayo.
Los partidos deben percibir el resentimiento que se ha anidado en una amplia franja de la población que se siente estafada.
Deben aprender.
