La tumba de los imperios: El general Uranio (y 7)

El general uranio, el uranio empobrecido del que se habló al final de la pasada entrega, no distingue entre invadidos e invasores, entre aliados y enemigos, ni entre culpables o inocentes. Mata indiscriminadamente sin reparar en el color o en la…

El general uranio, el uranio empobrecido del que se habló al final de la pasada entrega, no distingue entre invadidos e invasores, entre aliados y enemigos, ni entre culpables o inocentes. Mata indiscriminadamente sin reparar en el color o en la raza y mata lentamente, mata de mala manera, con horribles sufrimientos. Produce cáncer, varios tipos de cáncer, enfermedades respiratorias, nerviosas, alteraciones genéticas, hemorragias internas.

Hace tiempo que los soldados usamericanos están padeciendo enfermedades “misteriosas” (“comenzando a mostrar síntomas de envenenamiento por uranio empobrecido”) y hace más de un siglo que están siendo utilizados como conejillos de indias y material gastable.

De acuerdo con una información que parece exagerada el 75 % de las tropas de Estados Unidos que tomaron parte en la primera guerra del golfo (1990-1991) “están ahora muertos, muriendo o enfermos por el uranio empobrecido”. (http://www.cuttingedge.org/sp/n1843.htm). La cifra de soldados muertos en combate es insignificante en relación a las bajas sufridas a causa del general uranio.

Otras informaciones no menos aterradoras ponen una vez más en entredicho la cordura, la llamada racionalidad de los llamados seres humanos y permiten hacerse una idea de la magnitud del problema que no hace más que empeorar con el paso del tiempo:
“La primera guerra del Golfo dejó en el medio ambiente 350 toneladas de uranio empobrecido y en la atmósfera entre 3 y 6 millones de gramos de aerosoles de uranio empobrecido. Sus consecuencias para la salud humana, conocidas bajo el nombre de síndrome de la guerra del Golfo, consisten en la aparición de afecciones complejas multiorgánicas progresivas e invalidantes, dolores musculares, afecciones dolorosas del esqueleto y de las articulaciones, dolores de cabeza, afecciones neurosiquiátricas, cambios bruscos de los estados de ánimo, confusión mental, problemas con la vista, problemas para caminar, pérdida de la memoria, linfoadenopatías, pérdida de la capacidad respiratoria, impotencia y alteraciones morfológicas y funcionales del sistema urinario. Los conocimientos actuales de las causas son totalmente insuficientes” (“Enfermedades no diagnosticadas y guerra radiológica”, por Asaf Durakovic, http://www.voltairenet.org/article151803.html).

“Durante la Operación Tormenta del Desierto, en sus 110.000 ataques aéreos contra Iraq, los aviones de EEUU lanzaron 940.000 proyectiles con uranio empobrecido, y en la ofensiva terrestre sus tanques dispararon otros 4.000 proyectiles también revestidos de uranio: en total —sin contabilizar los desechos de los ataques que ha sufrido el país desde 1991— se calcula que en Iraq hay esparcidas 320 toneladas de residuos contaminados, principalmente en el sur del país, según señala el investigador norteamericano Dan Fahey, en su trabajo ‘Don’t Look, Don’t Find. Gulf Veterans, the US Goverment and Depleted Uranium 1990- 2000.”

De hecho, tan castigada ha sido esa región que durante un breve período de la administración de Obama los bombardeos fueron tan intensos que superaron la capacidad de producción del complejo militar industrial (el mismo contra el cual advirtió en su época el presidente Ike Eisenhower).

Ese episodio recuerda por cierto el caso de Laos, uno de los países más pobres y pequeños del planeta que fue bombardeado, machacado con explosivos durante ocho o más años en una “guerra que fue silenciada mediáticamente por la CIA”:
“Entre 1965 y 1973, mientras los ojos del mundo miraban a Vietnam, Estados Unidos peleó en Laos la llamada Guerra Secreta lanzando 2.000.000 de toneladas de bombas sobre el país. 500 kilos de explosivos por habitante. Es decir una misión, un bombardeo cada 8 minutos durante casi una década. Todavía hoy, Laos es el país más bombardeado del mundo”. (“Laos, el país más bombardeado del mundo”, http://93metros.com/blog/project/laos-el-pais-mas-bombardeado-del-mundo/).

Yugoslavia, o mejor dicho lo que quedaba de Yugoslavia, también recibió su bautizo de uranio empobrecido durante la intervención de la OTAN en 1999. La filántropica organización, inspirada en razones humanitarias que conmovieron al presidente Clinton, empleó todos sus buenos oficios para detener una limpieza étnica mediática en Kosovo, inventada por la prenstituta, la prensa prostituta (algo que podría ocurrir en cualquier momento en nuestro país, el llamado apartheid del Caribe). De esta suerte, “la fuerza área norteamericana lanzó unos 30.000 proyectiles de uranio empobrecido, lo que supone algo más de 10 toneladas de residuos. Gran Bretaña empleó asimismo munición de uranio empobrecido. EEUU ya había utilizado este tipo de munición en 1995-96 en Bosnia. (“Uranio empobrecido: Del Síndrome de la Guerra del Golfo al Síndrome de los Balcanes, https://www.rebelion.org/hemeroteca/ecologia/uranio090201.htm).

En cuanto a lo que se refiere a Afganistán, el panorama no podría ser más desolador. La tumba de los imperios se está convirtiendo en la tumba prematura del pueblo afgano:
“Después de la Operación Anaconda , realizada en Afganistán en 2002, nuestro equipo examinó a la población en las regiones de Jalalabad, Spin Gar, Tora Bora y Kabul y comprobó que los civiles presentaban síntomas similares a los de la guerra del Golfo.

“El estudio de las muestras recogidas en 2002 reveló, en los distritos de Tora Bora, Yaka Trot, Lal Mal, Makam Khan Farm, Bibi Mahre, Poli Cherki y el aeropuerto de Kabul, concentraciones de uranio 200 veces más importantes que las del grupo de comprobación [recogidas en zonas no afectadas]. Las tasas de uranio en las muestras de suelo de los lugares bombardeados son dos o tres veces más elevadas que los límites mundiales de concentración de 2 a 3 mg/kg y las concentraciones en el agua son significativamente superiores a las tasas máximas tolerables que establece la OMS. Estas pruebas, cada vez más numerosas, convierten el problema de la prevención y de la respuesta a la contaminación por uranio empobrecido en una necesidad prioritaria”. (“Enfermedades no diagnosticadas y guerra radiológica”, por Asaf Durakovic, http://www.voltairenet.org/article151803.html).

Lo peor es que tras casi diecisiete años de guerra en Afganistán los Estados Unidos no han logrado ni siquiera estabilizar el país. Miles de soldados usamericanos todavía permanecen dando apoyo a un régimen corrupto en un territorio ingobernables donde provincias enteras permanecen en control de grupos opositores.

Aparentemente no se vislumbra un fin para la guerra en Afganistán, sobre todo ahora que el presidente Trump ha mostrado su firme determinación de continuar con más brío la perpetua “guerra contra el terrorismo”. Una guerra que incluye planes para contener la agresividad, el expansionismo ruso, “que acerca cada día más sus fronteras a las bases de la OTAN.” Una guerra que incluye planes para frustrar el proyecto de desarrollo de China en la ruta de la seda, el proyecto que podría transformar Asia Central (la región que ocupan la mayoría de los países que terminan en istan), y crear un inmenso mercado euroasiático desde el estrecho de Gibraltar hasta el Pacífico.

Por el momento, la guerra se la pueden permitir gracias a las inmensas riquezas minerales que han sido descubiertas en Afganistán y el inmenso botín que representa la producción del 90 % de la heroína que se consume en el mundo. Lo importante, además, no es ganar la guerra sino perpetuarla:

“En el mundo orwelliano que la OTAN nos diseña –dice Manlio Dinucci-, las guerras son procesos que permiten transferir las riquezas de los pueblos hacia las cajas registradoras de las multinacionales que se dedican a la fabricación de armas”.

En la guerra infinita el general uranio juega un papel tenebroso. Casi todo el cercano oriente y países como Libia están contaminados de cabo a rabo, condenados a seguir librando una guerra a muerte después de la guerra, si acaso hay un después. El general uranio continuará durante siglos ejecutando su silenciosa operación limpieza

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