Intelectuales cabizbajos

Los enfrentamientos ocurridos en la ciudad de Charlottesville, Virginia, en Estados Unidos, entre partidarios de tumbar los monumentos que glorifican a los soldados de la Confederación de los estados sureños esclavistas, y aquellos que son partidarios de la supremacía blanca, han tenido el efecto de un terremoto social.

Los enfrentamientos ocurridos en la ciudad de Charlottesville, Virginia, en Estados Unidos, entre partidarios de tumbar los monumentos que glorifican a los soldados de la Confederación de los estados sureños esclavistas, y aquellos que son partidarios de la supremacía blanca, han tenido el efecto de un terremoto social. Pues estos hechos han develado dolorosas fracturas que se creían superadas, después de 150 años de terminada la guerra civil, y luego de una larga lucha por los derechos civiles de la minoría negra, para superar un pasado de discriminación de “iguales, pero separados”, que resultó ser separados y muy desiguales. El conflicto escenificado en Charlottesville estuvo cargado de simbolismo, pues ocurrió en Virginia, el estado sureño que más hijos perdió en la guerra contra la Unión, y que ha venido ganándose la reputación de ser parte importante del “Nuevo Sur,” más abierto, más diverso, más tolerante.

No cabe duda, pues, que las fracturas sociales dejadas por la esclavitud y su secuela de discriminación y conflictos raciales requieren de un prolongado tiempo para cicatrizar, como ha ocurrido en Haití y en los Estados Unidos. Sin embargo, en nuestro país los esclavos fueron una minoría de la población, y su trato no fue el trato cruel de la colonia del Saint Domingue francés. En 1796, Moreau de Saint-Méry afirmó que la colonia de Saint Domingue era “ la más bella colonia que la industria europea había creado en el Nuevo Mundo”, indiferente al sufrimiento humano en que se fundamentaba. Sin embargo, también comentó que los esclavos de nuestro lado eran “más compañeros, que esclavos” y eran alimentados con la misma comida de sus amos. Y es que como bien apuntó Bosch la pobreza secular de nuestra sociedad nivelaba las diferencias de clases. En 1846, el joven teniente, y futuro almirante, Dixon Porter visitó el país y escribió: “Ese prejuicio tan fuerte en otras naciones, y que pone un muro entre los blancos y los negros, no se considera en Santo Domingo”. Y es que la sociedad dominicana, que en ningún aspecto es perfecta, por lo menos, puede mostrar unas relaciones raciales mucho más armoniosas, que muchos países más avanzados. Y sin embargo, esto no es aceptado por extranjeros, que en el fondo no pueden admitir que nuestro país pueda enseñar alguna superioridad, en algo. De ahí el argumento de que nuestra sociedad es tan discriminatoria como aquellas “avanzadas” que impusieron la esclavitud en América. Argumento absurdo, repetido por algunos intelectuales dominicanos, que se olvidan de nuestro mestizaje racial. Y es que por cada intelectual extranjero, disimuladamente colonialista, bajo argumentos liberales, debe haber una contraparte local dispuesta a bajar la cabeza. Nada nuevo en un país, donde Báez estaba negociando su independencia, antes de que los trinitarios la proclamaran…

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