Un pasaje de Papini

Giovanni Papini abrevó de múltiples literaturas y culturas. Era un lector que leía por el puro placer de leer. De su biografía sabemos que fue “hijo de un modesto comerciante de muebles”, y que luego fue “anárquico y revolucionario, despreciador de toda regla y disciplina” y que estuvo “acuciado desde la más temprana edad por la quimera imposible de escribir una enciclopedia donde se resumieran todas las culturas”.

Giovanni Papini abrevó de múltiples literaturas y culturas. Era un lector que leía por el puro placer de leer. De su biografía sabemos que fue “hijo de un modesto comerciante de muebles”, y que luego fue “anárquico y revolucionario, despreciador de toda regla y disciplina” y que estuvo “acuciado desde la más temprana edad por la quimera imposible de escribir una enciclopedia donde se resumieran todas las culturas”.

Nació en Italia en 1881, ideológicamente sostuvo, a lo largo de su vida, doctrinas antagónicas, incluso justificó el facismo. Fue azote del catolicismo, conoció las filosofías y literaturas antiguas y de su época. Fue académico y periodista, cuentista, novelista y poeta. Luego, hacia 1921, se convirtió al catolicismo. Murió en 1956.

Para Borges, en su “Biblioteca Personal. Prólogos, (1988)”: “Si alguien en este siglo es equiparable al egipcio Proteo, ese alguien es Giovanni Papini, que alguna vez firmó Gian Falco, historiador de la literatura y poeta, pragmatista y romántico, ateo y después teólogo. No sabemos cuál es su cara, porque fueron muchas sus máscaras. (…) Hay estilos que no permiten al autor hablar en voz baja. Papini, en la polémica, solía ser sonoro y enfático. Negó al Decamerón y negó a Hamlet”.

De su amplia obra, recreo un pasaje de “Gog” que, al decir de Borges, por ser una obra maestra “requiere cierta inocencia de parte del autor”, y complicidad del lector, agregamos.

Gog, pudo decir en una de sus cartas fechada en Ginebra, el 18 de agosto, que: La monja fue la única sobreviviente de un multitudinario naufragio del cual se tienen noticias imprecisas. Al despertar, en la playa, se encontró rodeada por una decena de melanesios papúes, que la miraban con extrañeza y cierta admiración. La isla, singularísima, estaba abandonada en medio del Pacífico y era desconocida por marineros y geólogos.

La monja miró al cielo y pensó que era la voluntad divina. La llevaron frente al Consejo de ancianos, compuesto por brujos, trúhanes y guerreros, que hacía de máxima autoridad. Allí su tez blanca resaltaba. Los ancianos pensaron que era una enviada divina y a ella le gustó la idea. Aprendió el extraño idioma y al poco tiempo era la mediadora entre el pueblo y el Consejo, pero abusaba de forma irresponsable del poder que ostentaba.
Mandaba a encerrar habitantes dentro de un saco, incluso, por no saludarla con pleitesía al pasar frente a su choza. Al tiempo la noticia llegó hasta uno de los viejecitos del Consejo, quien convocó a los demás y, en asamblea popular, la destituyeron como mediadora entre ellos y la tribu, recluyéndola en una choza pequeña y sin techo, en un extremo de la isla, donde consumiéndose en sus propios humores, se moja cada vez que llueve. Allí ora y pide perdón a Dios por haberlo olvidado.

“Gog” y “El libro negro” de Giovanni Papini merecen estar a la mano, como parte de nuestros libros de cabecera. Tienen muchas enseñanzas, muchos guiños y son pasibles de múltiples lecturas.

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