El prestigioso historiador norteamericano Howard Zinn, autor de “La otra historia de los Estados Unidos”, expresa sobre el imperialismo de su país de origen, “la idea misma de que Estados Unidos era un Imperio no se me ocurrió hasta que terminé mi trabajo como bombardero en la Octava Fuerza Aérea británica durante la Segunda Guerra Mundial y regresé a casa. Incluso mientras empezaba a tener dudas sobre la pureza de la ‘Buena Guerra’, incluso después de haberme horrorizado por Hiroshima y Nagasaki, incluso después de haber bombardeado yo mismo ciudades europeas, todavía no había relacionado todo aquello en el contexto de un ‘Imperio’ estadounidense.”

“Yo tenía conciencia, como todo el mundo, del Imperio británico y de las otras potencias imperiales europeas, pero Estados Unidos no era visto de la misma manera. Cuando, después de la guerra, me acogí a la Ley de Derechos del Veterano y fui a la universidad donde cursé Historia de Estados Unidos, me acostumbré a encontrar un capítulo en los textos de historia que se llamaba ‘La era del Imperialismo’. Se refería … a la guerra de 1898 librada entre España y Estados Unidos y la subsiguiente conquista de las islas Filipinas. Daba la impresión de que el Imperialismo estadounidense había durado unos pocos años. No había un punto de vista global sobre la expansión de Estados Unidos que pudiera llevar a la idea de un imperio de ámbito mundial ni de un periodo ‘imperial’.

“Recuerdo el mapa en el aula (titulado ‘Expansión hacia el oeste’) que mostraba la marcha a través del continente como si fuese un fenómeno natural, casi biológico. Aquella enorme adquisición de tierra llamada ‘La compra de Louisiana’, que insinuaba la adquisición de un territorio que era cualquier cosa menos desocupado. Era una insensatez: ese territorio, por entonces ocupado por cientos de tribus indias que debían ser aniquiladas o expulsadas -lo que ahora llamamos ‘limpieza étnica’- para que los blancos pudieran colonizar la tierra y más tarde los ferrocarriles pudiesen cruzarla en uno y otro sentido presagiando así la ‘civilización’ y sus brutales procedimientos.”

Ni las discusiones sobre la ‘democracia jacksoniana’ en las clases de historia ni el libro tan popular de Arthur Schlesinger hijo, The Age of Jackson, me dijeron algo sobre el ‘Sendero de las lágrimas’, la letal marcha forzada de ‘las cinco tribus civilizadas’ en dirección al oeste desde Georgia y Alabama atravesando Mississippi, que dejó 4.000 muertos tras ella. Ningún texto sobre la Guerra Civil mencionaba la masacre de Sand Creek, en la que se asesinó a centenares de pobladores indígenas, justo cuando la administración Lincoln proclamaba la ‘emancipación’ de los negros. El mapa del aula también mostraba una porción del territorio del sur que estaba rotulada como ‘Cesión mexicana’. Se trataba de un práctico eufemismo para referirse a la agresión bélica contra México en 1846, en la que Estados Unidos se apoderó de la mitad del territorio de ese país: California y el gran Suroeste. La expresión ‘Destino manifiesto’, utilizada por aquellos tiempos, naturalmente pronto se convirtió en algo de ámbito universal. En 1898, en vísperas de la guerra España-Estados Unidos, Washington Post vislumbraba más allá de Cuba; ‘Nos enfrentamos a un extraño destino. El sabor del Imperio está en la boca del pueblo como lo está el sabor de la sangre en la jungla’. Continuará.

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