La insuficiencia del modelo de servicios

El modelo de exportación de servicios se ha mostrado claramente insuficiente para hacer de la dominicana una economía próspera y generadora de bienestar general.

El modelo de exportación de servicios se ha mostrado claramente insuficiente para hacer de la dominicana una economía próspera y generadora de bienestar general.

Cuando se habla del modelo de servicios no se hace referencia solamente a cómo funcionan las zonas francas y el turismo, sino también cómo lo hace el resto de la economía, cómo esos sectores de exportación se vinculan con el resto, y lo que hace y deja de hacer el Estado al respecto.

Por ello, decir que el modelo no funciona no significa objetar a esos sectores sino al arreglo económico general sobre el que éstos se montan y en el que ellos juegan un rol significativo porque conectan a la economía nacional con el resto del mundo.

Una economía dual

Desde finales de los ochenta e inicio de los noventa, la economía dominicana ha sido una dual. Eso significa que ha habido una suerte, dos economías funcionando en paralelo. Una de ellas, la de zonas francas y turismo, nueva, vinculada a la economía internacional, operando bajo excepcionalidad tributaria e institucional, cuya competitividad se basa en los bajos precios de los factores más importantes que usa (el trabajo y los recursos naturales), poco vinculada al resto de la economía y/o con limitada capacidad de arrastre de ella, y cuya dinámica depende de los mercados externos.

La otra, heredada de la sustitución de importaciones, opera bajo el régimen tributario e institucional regular, una parte de ella está protegida por aranceles, aunque hoy en grados mucho más reducidos, y como los vínculos con la economía exportadora de servicios son limitados, su crecimiento depende de la demanda interna.

Desde fines de los ochenta y hasta bien entrado los noventa, el impulso de la “otra economía”, la de zonas francas y turismo, logró hacer rebotar al país de la crisis del azúcar, lo hizo menos vulnerable a los vaivenes de los productos primarios, hicieron que las exportaciones de bienes y servicios no solo volvieran a crecer sino que lo hicieron a ritmos mucho más estables, y contribuyeron a recuperar empleos perdidos en los ochenta.

Una apuesta fallida en el largo plazo

A pesar de eso, esos sectores tenían serios límites para conducir a la economía por una senda de expansión sostenida y de transformación productiva de largo plazo. Primero, porque su competitividad se sentaba (y se sienta) sobre bases frágiles: accesos preferenciales a mercados, en particular el de Estados Unidos, y recursos baratos como los naturales y el trabajo.
Efectivamente, las preferencias han venido erosionándose a medida que Estados Unidos ha venido abriendo su mercado a otros países. Esto ha restado ventajas comparadas al país. Al mismo tiempo, la competencia en base a bajos salarios pone en serios aprietos a una economía de ingreso medio como la dominicana porque siempre habrá algún país más pobre, capaz de tener menores salarios. Se trata de una trampa que genera fuertes presiones para mantener los salarios bajos, lo cual compromete el bienestar.

Segundo, porque creó enclaves, sectores desconectados del resto de la economía. Las zonas francas, inicialmente por las reglas para el comercio de confecciones textiles en Estados Unidos, que obligaba a las empresas exportadoras a ese mercado a usar materiales fabricados en ese país, bloqueando la posibilidad de utilizar insumos nacionales, pero de manera permanente porque las corporaciones buscan aprovechar recursos muy específicos como trabajo barato y ubicación, y no otras cosas.

El turismo porque aunque está más conectado a la economía, por su naturaleza, tiene una limitada capacidad de arrastre. Aparte de servicios como energía, el grueso de sus compras locales para la operación cotidiana es alimentos y bebidas. Al mismo tiempo, aunque el modelo de “todo incluido” fue la forma de impulsar el turismo en su etapa inicial, éste restringe y concentra el gasto de los turistas.

Incapacidad de cerrar la brecha externa

El modelo de servicios evidenció además su incapacidad para cerrar la brecha externa. El déficit de Cuenta Corriente de la Balanza de Pagos ha persistido. Los superávits que se han registrado han sido en medio de severas crisis que han hecho derrumbar las importaciones. Ninguno ha sido derivado de un buen desempeño exportador. Al mismo tiempo, la economía sigue siendo muy vulnerable frente a shocks externos, en especial los petroleros.

Esto apunta a la debilidad de las políticas de desarrollo productivo y de cambio tecnológico que incrementen la productividad y con ello mejoren en desempeño exportador. Como he escrito en tantas otras ocasiones, nos hemos conformado con exenciones fiscales y bajos salarios para sostener la competitividad, ignorando las políticas que transforman la producción y el empleo. También resulta de la falta de acciones efectivas de promoción de exportaciones (p.e. servicios de inteligencia de mercado, información de cómo colocar productos en ciertos países, y apoyo para identificar clientes y cerrar negocios).

El resultado es que la economía sigue dependiendo intensamente del ahorro externo para cerrar la brecha, esto es, de las remesas y la inversión extranjera, con la agravante de que esta última hay que “pagarla” repatriando utilidades. En 2016, el monto de utilidades repatriadas superó el flujo de inversión extranjera.

Recomposición compensadora

Es cierto que la oferta de exportación ha cambiado de forma notable en años recientes. Se han diversificado tanto productos como mercados. Las exportaciones de confecciones textiles hacia Estados Unidos fueron reemplazadas por otros productos (p.e. dispositivos médicos y aparatos eléctricos) y mercados (principalmente Haití).

Pero eso no ha significado un nuevo impulso exportador sino apenas una compensación, revelando nueva vez, que hay un problema de fondo: que no se puede pretender competir con éxito y generar bienestar general apostando a exportar trabajo, sol y arena baratos, sin una estrategia clara de aprendizaje, escalamiento tecnológico y encadenamientos productivos.

No se trata de pretender producir y vender lo que no tenemos, o lo que en lo inmediato no podríamos producir con razonable eficiencia y calidad. Más bien, se trata de aprovechar las ventajas comparativas actuales para aprender a hacer cosas más complejas, esto es, crear capacidades a mediano y largo plazo en la producción y exportación de bienes y servicios con más impacto en el bienestar, que arrastren más empresas y que creen más y mejores empleos.

La tercera economía

La fragilidad de la competitividad, la limitada capacidad de arrastre de los servicios de exportación y una economía doméstica que depende de las divisas de esos servicios para crecer y que sólo lo puede hacer en base a la demanda doméstica producen una “tercera economía”: la de la marginalidad y la informalidad. Esta resulta de la incapacidad de las otras dos de generar empleos suficientes y de más calidad, y del esfuerzo propio de la gente por subsistir en un entorno de precariedad.
La tercera economía provee algunos bienes y servicios a esas otras dos y vende productos de la economía doméstica (comercio informal) pero más que nada recibe a toda la fuerza de trabajo que ellas no emplean, ayudando a anclar los salarios, y a asegurar costos laborales persistentemente bajos.

Superando el monstruo de dos cabezas

Zonas francas y turismo son y seguirán siendo sectores imprescindibles para la economía. Las preguntas son cómo cambiar a mediano y largo plazo la forma en que operan y se vinculan al resto de la economía, cómo cambiar las fuentes de competitividad de éstos hacia unas más robustas, qué hacer para que la economía doméstica sea capaz de articularse con esos sectores, cómo hacer de la economía nacional una más productiva, innovadora y competitiva, y cómo ir haciendo de la tercera economía una más pequeña y menos influyente.

La tarea es titánica, porque por décadas hemos alimentado este monstruo de dos cabezas, una economía dual que no apuesta por el cambio sino por la continuidad, perpetuando la precariedad, la informalidad y la pobreza. Superar esa dualidad y diversificar e innovar en turismo parecen pasos imprescindibles para romper con la inercia.

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