Es difícil olvidar la escena de aquella película en que Natalie Wood -en el papel de una muchacha neurótica, todo un manojo de nervios-, explica a sus compañeros de clase el significado de unos versos de William Wordsworth, el poeta romántico inglés por excelencia (1770–1850). Alguien tan justamente celebrado como su sombrío colega Samuel Taylor Coleridge, el cantor de Kubla Khan, o del palacio de Kubla(i) Khan.

Wordsworth tocó un tema muy sensible en su famosa oda “Intimations of Immortality from Recollections of Early Childhood”, y desde entonces el poema se ha convertido en un objeto de culto. Muchos lo traducen como “Insinuaciones de inmortalidad de la temprana infancia” o simplemente como “Oda a la inmortalidad”. Quizás la traducción que más se acerca al resbaladizo significado del título es “Atisbos de la inmortalidad en los recuerdos de la primera infancia”. Insinuaciones, atisbos o indicios. ¿La precaria inmortalidad de los recuerdos de la infancia?
Con la naturalidad y sencillez que gobiernan su poesía, Wordsworth evoca, describe el mundo en que vivió sus años jóvenes o quizás la juventud del mundo en que vivió, aquel mundo a veces mágico y furtivo, siempre furtivo, en el que las palabras corren, fluyen junto a los elementos que designan:

“Hubo un tiempo en que prados, bosquecillos, arroyos, / la tierra, y toda vista acostumbrada, / me parecían ser, en luz celeste / ornada, la gloria, la frescura de un sueño / Hoy ya no es como fue, / me vuelva a donde quiera, / de día o por la noche: / las cosas que veía no puedo verlas ya. / El Arco Iris sale y se retira, / deliciosa es la Rosa, / la Luna, con deleite, / mira en torno si el cielo está sin nubes; / en la noche estrellada, el agua corre / hermosa y deliciosa; / el Sol brilla en glorioso nacimiento, / pero, por donde vaya, /sé que se fue una gloria de la tierra”.

La fragilidad del fragmento poético corre pareja con la fragilidad de la vida. Nada dura ni perdura, “las cosas que veía no puedo verlas ya”, sólo en la memoria se insinúa la inmortalidad. ¿La precaria, quebradiza inmortalidad de los recuerdos?

“Criaturas benditas, escuché la llamada / que os hacéis unas a otras; y veo con vosotras / a los cielos reír en vuestro jubileo: / en vuestro festival entra mi corazón, / mi cabeza se ciñe de guirnalda, / la plenitud de vuestra dicha siento: lo siento todo. / Oh mal día, si estuviera ceñudo / mientras la misma tierra se ha adornado / esta dulce mañana de mayo, cuando están / los Niños recogiendo, / por todas partes, frescas / flores, en tantos valles a lo lejos, / mientras brilla el sol tibio, / y el Niñito pequeño salta en brazos / de la Madre: yo escucho, ¡con alegría escucho! / pero hay un Árbol, entre muchos, uno, / un cierto Campo que he mirado tanto, / y ambos me dicen de algo que se fue: / ante mis pies, la flor del pensamiento / repite un cuento siempre: / ¿a dónde huyó aquel brillo visionario? / ¿dónde están hoy las glorias y los sueños?”.

Lo anterior es también una manera de decir “las cosas que veía no puedo verlas ya”, casi lo mismo que decir “por donde vaya, / sé que se fue una gloria de la tierra”. O, como traducen otros, “dondequiera vaya, bien advierto / que un esplendor ya se apagó en el mundo”.

Las cosas que veía ya no las puede ver. El poeta tiene los mismos ojos, las cosas son las mismas, pero la mirada ha cambiado con el tiempo, ha cambiado su forma de mirar.

Wordsworth celebra la vida y llora la decadencia y, sin embargo piensa, “¡Oh alborozo (…), en nuestras brasas / hay algo que perdura”:

“¡Oh gozo! En nuestras ascuas / hay algo que está vivo, que la naturaleza recuerda todavía / cómo fue tan fugaz. / Pensar en nuestros años pasados en mí engendra / perpetua bendición…”
Al final se refugia en la divinidad y en la filosofía, entona un himno a la alegría o al optimismo:

“Así, pues, cantad, Pájaros, / ¡cantad un canto alegre! / ¡Y salten los borregos / como al son del tambor! / En nuestros pensamientos iremos agolpados / con vosotros, flautistas, vosotros que jugáis, los que sentís en vuestro corazón / la alegría de mayo. / Aunque el resplandor que en otro tiempo fue tan brillante / hoy esté por siempre oculto a mis miradas, / aunque nada nos devolverá la hora / de esplendor en la hierba, de la gloria en la flor, / no lamentaremos, hallaremos fuerza / en lo que nos queda, / en aquella primaria simpatía, / que, habiendo sido, durará ya por siempre; / en aquellos pensares tranquilos, que brotaron / de las humanas cuitas; / en la fe que traspasa las lindes de la muerte; / en los años, que traen la mente reflexiva”.
Eran estos los versos que hacían temblar de emoción a Natalie Wood en aquella película de Elía Kazan tan difícil de olvidar: “Esplendor en la hierba”. Versos amados de uno de mis poemas favoritos, que no me canso de repetir:

Aunque “las cosas que veía no puedo verlas ya…”, “Aunque el resplandor que en otro tiempo fue tan brillante / hoy esté por siempre oculto a mis miradas, / aunque nada nos devolverá la hora / de esplendor en la hierba, de la gloria en la flor, / no lamentaremos, hallaremos fuerza / en lo que nos queda…”

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