Siempre he expresado mis reservas en torno a dedicarles días específicos a temas que deben ser objeto de análisis permanente. Pienso que esas fechas “especiales” convierten las temáticas de que se trate en piezas de moda que sólo tienen vigencia en ciertas temporadas.

Sin embargo, es un ejercicio interesante aprovechar esas conmemoraciones para profundizar en la necesidad de adquirir mayores niveles de conciencia. Por ejemplo, un tema tan fundamental como la familia no puede languidecer al finalizar un mes (por decreto del 1971, noviembre queda instituido como el Mes de la Familia).

La responsabilidad del Estado debe ir más allá. Las transformaciones sociales afectan todo el curso de nuestras vidas, trayendo consigo elementos nocivos y perturbadores, que de no atenderse con estrategias puntuales seríamos incapaces de detener el progresivo deterioro que imprimen esos cambios a la estructura familiar.

Entonces, revertir el impacto negativo de esos procesos de cambio y convertirlo en insumo para el fortalecimiento de nuestras familias ha de ser el reto que debemos asumir con firmeza y transmitirlo entre generaciones. Por eso, aprovechando esta dedicatoria, apelo a la obligación de luchar porque tengamos familias fuertes, unidas, que se empeñen en formar correctamente a sus hijos. Familias que den seguimiento cercano a sus descendientes y estén al tanto de sus progresos o necesidades en todos los aspectos: emocional, afectivo, intelectual, escolar, humano (…)

De este modo, se pueden lograr resultados alentadores en procura de un desarrollo personal íntegro, adecuado y en armonía. Sería un ángulo inverso a la realidad que nos muestra hogares deshechos por la violencia y la desunión, ausentes de amor, respeto, tolerancia y comprensión.

Nada es más importante para un ser humano que la influencia positiva de sus padres. Y son los padres los que contribuyen en mayor medida a que la vida de sus hijos sea luego sana y libre de trastornos.

Hay una frase de un hermoso poema sobre los hijos del escritor libanés Khalil Gibran, que dice: “Tú eres el arco del cual tus hijos, como flechas vivas, son lanzados (…).Deja que la inclinación en tu mano de arquero sea hacia la felicidad”.

Los niños tienen frente a sus progenitores muchos caminos y direcciones posibles, y son ellos los responsables de proporcionarles una educación integral, de crear esa base necesaria y fomentar actitudes que les ayuden en el futuro a tomar decisiones acertadas y productivas.

Familias unidas, con padres amorosos y un ambiente sano de seguridad y donde se refuerce la autoestima, garantizan que podamos ir erradicando lacras como la violencia, falta de civismo y de honestidad.

Sí, se puede; sólo basta proponérnoslo. Que no nos sea indiferente. Son los padres los principales garantes de promover este cambio. Sigamos intentàndolo.

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