Son bastantes las pruebas de crisis general de que disponemos. Sin embargo, debemos cuidarnos de evitar el argumento de que crisis general equivale a recesión económica, argumento que ha enturbiado completamente gran parte de los estudios sobre la crisis feudal de los siglos XIV y XV. Es evidente que hubo una considerable recesión económica en el siglo XVII. Por primera vez en la historia, el mediterráneo dejó de ser el más importante centro irradiador de influencia económica y política, y eventualmente de influencia cultural convirtiéndose en una zona atrasada y empobrecida. Las potencias de la península Ibérica, Italia, Turquía evidentemente acusaban un retroceso (…) y la metrópoli pirata de Argel, que también operaba un mezzogiorno italiano pudo haberla sufrido, y los asolamientos de mitad de siglo en Alemania y en el este de Francia son bien conocidos. E. J. Hobsbawm[1].

El recién finalizado XII Congreso Dominicano de Historia: El Gran Caribe en el siglo XVII.

Economía, política y sociedad, buscaba colocar este siglo en el centro del debate intelectual en nuestro país, por ser, como ya se ha dicho, un período más que desconocido. Los especialistas que se dieron cita expusieron sus ideas y se esclarecieron algunos aspectos.

Erick Hobsbawm, uno de los grandes historiadores y pensadores del siglo XX, escribió sobre el tema exponiendo ideas distintas a las socorridas y defendidas por otros historiadores durante muchos años. Nacido en Alejandría, Egipto, 9 de junio de 1917, vivió prácticamente toda su vida en Londres, Inglaterra. Allí muere el 1 de octubre de 2012. Este delgado y triste pensador tiene una producción amplísima; pero fue su trilogía sobre las edades las obras que lo catapultaron como el gran intelectual que fue: La era de la revolución: Europa 1789–1848 (1962), La era del capital: 1848-1875 (1975) y La era del imperio: 1875–1914 (1987). A este grupo se le suma The Age of Extremes, publicada en español como Historia del siglo XX en el año 1994. ​

Interesante es que este intelectual fue un activo militante de izquierda y se le consideraba como el historiador marxista del Partido Comunista de Gran Bretaña. Con el pasar de los tiempos, aunque no abandonó su opción y visión por el materialismo histórico y el marxismo como filosofía, no puede ser definido como un marxista ortodoxo. Era demasiado profundo para algo tan absurdo. Se unió más a las filas de intelectuales críticos de izquierda. Su vida académica fue larga y prolífera. A lo largo de su vida recibió muchas distinciones. Solo en el año 2008 fue distinguido por tres Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Viena, Universidad de Carolina en Praga y Universidad de Gerona. Ese año también obtuvo el premio de Historia Bochum otorgado por la Universidad de Ruhr, Alemania.

Este pequeño libro con el que vamos a trabajar en esta entrega hace una revisión de las tesis existentes en Europa sobre la mencionada crisis del siglo XVII, que tuvo, claro está, un impacto tremendo en toda América.

No niega el historiador británico-judío-marxista, que hubo crisis en Europa del siglo XVII, cuestiona la generalización con que han pecado muchos historiadores. Diferencia, como se cita en el epígrafe que engalana el artículo, que crisis no es sinónimo de recesión económica. Uno de los elementos que reflejan la crisis es el tema demográfico. La disminución de la población fue un factor importantísimo en materia económica y social.

Asegura el historiador que la crisis no fue tan grande en materia de producción, no se tienen muchos datos, aunque asegura que algunas áreas sufrieron un claro proceso de desindustrialización. El caso más dramático fue el de Italia que pasó a ser la nación más urbanizada e industrializada de toda Europa, a convertirse en un país típicamente agrario y atrasado. Algo similar ocurrió en Francia, Alemania y Polonia. Sin embargo, en Suiza, Inglaterra y Suecia hubo un aumento de la producción artesanal, urbana y local, hecho este que significaba un aumento de la producción total de esos lugares.

Asegura que a nivel comercial la crisis fue más general. Las dos regiones principales del comercio internacional de entonces, el mar Mediterráneo y el mar Báltico, experimentaron un descenso en el volumen del comercio. En el caso del Báltico lo principales artículos de exportación dejaron de ser los productos alimenticios, que fueron sustituidos por mercancías tales como maderas de construcción, metales y pertrechos navales. El mayor colapso lo vivió en 1620, pudiéndose recuperar a mediados del siglo XVII. La pregunta que se hacía el historiador ¿cuáles fueron las causas de esa crisis? Se preguntaba muy inteligentemente: ¿Por qué la expansión que empieza a fines del siglo XV y continúa durante el siglo XVI, no condujo directamente a la época de la Revolución Industrial de los siglos XVIII y XIX? ¿Cuáles fueron los obstáculos en el camino hacia la expansión capitalista?

Al analizar la crisis del siglo XVII, lo que hacemos realmente es plantear uno de los problemas fundamentales en torno al origen del capitalismo (…) Para que el capitalismo pudiera triunfar, era necesario que estructura social de la sociedad feudal o agraria experimentase una revolución. La división social del trabajo debe estar muy avanzada para que se incremente la productividad (…) mientras no exista un gran ejército de asalariados; mientras la mayoría de los hombres satisfagan sus necesidades con su propia producción o intercambio (…) subsiste una limitación, un obstáculo, para el margen necesario del beneficio capitalista.[2]

Esta afirmación evidencia que el paso de la sociedad feudal a la capitalista no fue un salto automático, sino que esos modos de producción antagónicos debían readecuarse. Y ese proceso produjo, entre otros factores, la gran crisis del siglo XVII. El espíritu empresarial capitalista chocaba no solo con la forma, sino también con el fondo de la sociedad feudal, cerrada y enquistada en sí misma. Hasta la próxima.

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[1] Erick Hobsbawm, La crisis del
siglo XVII, Madrid, Editora Alianza Editorial, 1983, p. 15 y 16.
[2] Ibidem, p. 25 y 26.

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