1.- El más profundo analista político no podía llegar a predecir que desde la desaparición física de Rafael Leónidas Trujillo, hasta ahora, la sociedad dominicana llegaría a encontrarse en el estado de deterioro a que ha llegado. Lo que está ocurriendo aquí a nivel de degradación de seguro que resultaría imposible, difícil, muy difícil, de adivinar; algo engorroso de pronosticar. Ni el más perspicaz se acerca a hacer profecías de lo que ocurre. No hay punto de comparación entre lo que fue nuestro país ayer y lo que es hoy.

Lo de ahora es totalmente opuesto a lo anterior, por lo que no hay posibilidad de establecer parangón.

2.- Hablar de lo que fue el medio dominicano anteriormente y lo que es hoy, es opinar de épocas diferentes y de un mismo país. El periodo que vivimos ayer es contrario al que ahora estamos viviendo. Hay una contraposición evidente. La comprensión solo es posible por parte de quienes hemos vivido la etapa pasada y la actual, porque llama la atención el cambio que se ha producido en lo que se refiere al comportamiento de las personas.

3.- Los dominicanos y dominicanas que tenemos la dicha de haber vivido sesenta años o más, por experiencia propia sabemos que nuestro país no es hoy el mismo en lo que se refiere a cómo se comportan las personas en las relaciones que establecen en el diario vivir.

4.- El ser humano con el cual nos tratamos en nuestra niñez, fue sumamente bonachón, altamente bondadoso; en la cara se le veía su sentir humanitario, cordialidad y afabilidad. El trato apacible y de excelente suavidad nos decía que teníamos de frente a un individuo formado en la magnanimidad, en nada reflejaba perversidad.

5.- Anteriormente compartíamos con un individuo presto a decir la verdad; veraz en el sentido amplio de la palabra. La franqueza la dejaba ver en cada palabra que pronunciaba en un lenguaje lleno de autenticidad, sinceridad y lealtad, lo que nos decía que estábamos hablando con un ser libre de mentiras, de doblez.

6.- Antes contábamos con mujeres y hombres que se comportaban con honradez y suma rectitud. La honestidad la manifestaban en cada una de sus actuaciones; la decencia y la integridad, adornaban al ente social con el cual compartíamos. Las virtudes formaban parte integral de su personalidad que se evidenciaba moralmente inmaculada.

7- La comunidad dominicana en la cual nuestra generación nació y se desarrolló, estaba hecha de un material tallado en la responsabilidad. Creía firmemente en el deber de cumplir, llevar a efecto, acatar lo que había prometido hacer o no hacer. Ese ser humano del pasado, en nuestro medio obedecía a lo que su conciencia le recordaba que estaba comprometido a no contravenir, a no desobedecer lo que se había impuesto responsablemente a ejecutar.

8.- El de ayer fue un munícipe dado por entero a la colaboración desinteresada; decidido siempre a ir en auxilio; estar en el lugar donde fuera necesaria su ayuda en interés del medio donde vivía. Se podía contar con su contribución en cualquier ocasión porque participar estaba en la esencia de su formación cívica.

9.- Años han pasado cuando contábamos con un sujeto lleno de bondad; que hacía de la cordialidad su razón de ser. Su magnanimidad y tolerancia las exhibía como prueba de su sensibilidad. No existía el granuloso, desabrido y áspero, ni conocíamos al desagradable, al difícil de tratar.

10.- En tiempos pasados tuvimos la dicha de que se formara un ciudadano para vivir orgulloso, presumido de existir para ser positivamente valorado; enorgullecerse de actuar correctamente; alardear de contar con una educación doméstica que lo hacía honorable y para que sus progenitores jamás se avergonzaran por ser una afrenta.

11.- En otros períodos de la vida dominicana contábamos con comunitarios comunicativos, que disfrutaban y hacían gozar la agradable conversación. Comunicarle al familiar o amigo algo de interés personal o colectivo era signo de confianza, a la vez con gesto de estrecha y franca relación; prueba de trato afable y vínculos que descansaban en el intercambio mutuo que fortalecía la unidad entre familiares y amistades.

12.- Las generaciones anteriores procuraban realizar reuniones familiares, sociales o privadas, con el fin de mediante los encuentros mantener la sana convivencia, la fructífera congregación. Las tertulias se hacían como forma de esparcimiento y solidificación de afectos sinceros, utilizando una celebración como medio de asociación de afines contertulios.

13.- Ayer nos tratábamos con personas que se comportaban con honradez, tenían conciencia de la decencia, de la honestidad. Aquel que sustraía lo ajeno, el ladrón, era visto como una persona que no cabía en el ambiente, porque se tenía la idea de que se comportaba como un extraño. El ratero, el mangante no tenía espacio; su proceder lo marginaba y lo hacía indeseable a la vista de la mayoría de sus conciudadanos.

14.- En el pasado se sentía mal aquel que ejecutaba un acto que lesionaba su amor propio porque su actuación se consideraba un bochorno. El descaro, la desvergüenza se tenía como un deshonor, que iba contra el orgullo de quien hacía algo oprobioso. El indeseable por acciones pecaminosas arrastraba consigo una mancha imposible de lavar, por lo que se convertía en un muerto en vida.

15.- En nuestro país, la persona del pasado fue bienintencionada; en ella se podía depositar absoluta confianza porque en el fondo de su alma no guardaba lo maligno ni lo perverso. Nos tratábamos con lealtad porque la baraja marcada no formaba parte de las relaciones que se desarrollaban en forma recta, libre de sinuosidad; ausencia de ardid y disimulo.

16.- El afecto, la inclinación entre los integrantes de la comunidad, era algo mutuo. Las personas de ayer, por su forma de ser y carácter, se hacían agradables, generaban atracción, gracia. El individuo hosco era poco común en nuestro medio. Por lo general, nos encontrábamos con entes sociales que siempre exhibían cordialidad y llana simpatía.
17.- Anteriormente, en el ambiente nuestro primaba la camaradería; el compañerismo fue la base sobre la cual descansaban las relaciones fraternas entre amigas y amigos. Aquel que desde niño conociste en la escuelita, o fue tu condiscípulo en la intermedia o secundaria, de seguro que se ha mantenido ese afecto resultante de la fraternización.

Entre los cofrades del pasado no había fisura que llegara a la hostilidad.

18.- La armonía era la línea, la norma que regulaba las anteriores relaciones entre los hombres y las mujeres. Existía la voluntad, el buen deseo de armonizar para construir una sincera amistad que perdurara con cordialidad, efusividad y sencillez, rodeada de cariño y franqueza. El trato posibilita la permanencia de mutua simpatía.

19.- El ser humano dominicano de ayer se desarrolló y formó en un ambiente sano, libre de perversidades, ausente de maldades. En la conciencia de los nuestros no estaba la intención rencorosa, la crueldad, la inquina ni la fobia. Sobresalía el sentir afectuoso, dulce, cariñoso y bondadoso.

20.- Compartíamos personas no propensas al rencor ni al estado de rabia. A cada momento nos encontrábamos con compueblanos pacíficos, que no conocían la maldad para aplicarla a los demás. El sanguinario y vengativo no fue integrante de la sociedad nuestra del pasado. El cruel no estaba en la codificación del dominicano, por lo que el desalmado, despiadado y sádico tampoco formaba parte de la comunidad en la que nos formamos.

21.- Nuestra vida se desarrollaba calmada y alegre. No vivíamos en sobresaltos, espantos ni con el miedo escalofriante. Nadie se sentía intimidado por el delincuente común, el atracador, el asaltante. La presencia en el hogar de un ladrón nocturno o diurno no era motivo de inquietud.

22.- Una existencia excitada en demasía, no era posible por la alteración del estado de ánimo generado por la continuidad de la criminalidad, ni por la existencia de acciones criminales salvajes permanentes. Las operaciones de sicariato, secuestros, narcotráfico y el feminicidio no eran habituales en nuestro medio. El malhechor no fue un delincuente vinculado con los crímenes que ahora causan terror en la sociedad dominicana.

23.- Al hacer referencia del medio social dominicano de ayer, no queremos pintarlo como el ideal, que tenía todas las cualidades deseadas o requeridas. Aquel ambiente no era la excelencia, pero era viable, y con imperfecciones que no lo convertían en un infierno, insufrible e irritante.

24.- El entorno que compartimos hoy las dominicanas y los dominicanos no es el mismo que disfrutamos aquellos que nos formamos en épocas pasadas, el cual, con todas sus limitaciones, contaba con un mejor ser humano.

25.- El país que estamos viendo hoy difiere en lo absoluto del nuestro en el pasado. La persona noble y digna con la cual compartíamos anteriormente, se ha convertido en extraña, porque ese ser humano sano ahora está en desuso, y cuando hace acto de presencia le vemos como un advenedizo, pura y simplemente un ajeno al medio.

26.- Al recordar lo que fue la colectividad dominicana en el pasado, no estamos siendo románticos, idealistas ni soñadores. Tratamos de pintar la realidad pasada y la presente, sin querer embellecer el ambiente en el que nos formamos, ni degradar el actual.

27.- No aspiramos a tener idéntica sociedad dominicana ahora, que aquella que estaba organizada hace sesenta años. Lo que hemos querido destacar es el cambio negativo que se ha efectuado en el ser humano de hoy, en comparación con el proceder positivo del de ayer. No resulta difícil identificar lo que fue el hombre y la mujer del pasado en nuestro país, con los entes sociales de ahora. La conducta ejemplar, instructiva y emblemática de los nuestros ayer, ni por asomo puede equipararse con la de hoy.

28.- La dialéctica nos dice, por las leyes que rigen el desarrollo de la sociedad humana, que un hombre y una mujer nueva van a surgir con la llegada de un sistema social diferente al actual. El ser humano maravilloso, fascinante, será el del futuro, que necesariamente va a venir lleno de amor, comprensión, sensibilidad y total expresión de solidaridad.

29.- Con un ser humano nuevo vamos a contar una vez cambie la superestructura levantada sobre el actual ordenamiento económico y social; nuevas ideas sociales, instituciones y órganos políticos estarán presentes por el cambio de régimen económico que inexorablemente ha de llegar.

30.- El comportamiento de la generalidad de los dominicanos y de las dominicanas de hoy, solo será recordado como triste recuerdo de lo que nunca debió ser el proceder de la especie humana. Lo dañino, perjudicial y desfavorable no debe prevalecer sobre lo beneficioso y bondadoso.

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