En sociedades democráticas las disparidades de criterio, enriquecen el debate y ayudan a encontrar senderos seguros hacia el desarrollo y el fortalecimiento institucional. Un examen a fondo de las realidades nacionales permite establecer, sin embargo, cuánto nos ha costado como nación hacer de nuestras diferencias un puente seguro hacia el desarrollo. Las rivalidades partidarias nos cierran las puertas.

La necesidad de encontrar vías de consenso para enfrentar los desafíos del porvenir de manera alguna significa una renuncia a esas diferencias. Una cosa es la diversidad de opinión, que es la esencia misma de una sana práctica democrática, y otra la rencilla que ha caracterizado buena parte del juego político en el país.

Con todo y lo amargo que pudo ser el 2003, cuando estuvimos a punto de tocar fondo, y muchas otras caídas a lo largo de nuestra historia, no debemos perder la confianza en nuestra fortaleza como nación para salir airosos de las situaciones más difíciles. Lectores dirán que les hablo de otro país, porque en la tradición política nacional el más ligero desacuerdo traba el más importante consenso.

En los últimos años, el país ha cifrado grandes expectativas en la reforma judicial. Con una lentitud que a veces genera mucho escepticismo, los tribunales llevan a cabo procesos que definirán nuestra determinación para hacer cumplir la ley y sentar las bases de un confiable estado de derecho, en el que el respeto a la dignidad humana y no el dinero sea el eje alrededor del cual gire la dinámica social.

Si se me permitiera una reflexión esta sería la de que no permitamos otra vez que la oportunidad pasara ante nuestra indiferencia. Recordando que ella no siempre cruza ante nuestras puertas con ruido de tambor, sino con un ligero toque apenas perceptible para aquellos dispuestos a ver en cada desafío una oportunidad para hacernos grandes y dignos de un mejor futuro.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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