La fiesta de los úrsidos

En un club de la Selva Insular, el Club de los Úrsidos, se organiza una fiesta para elegir las mejores máscaras que los representarán en las competencias nacionales organizadas por el Ministerio de Cultura.

En un club de la Selva Insular, el Club de los Úrsidos, se organiza una fiesta para elegir las mejores máscaras que los representarán en las competencias nacionales organizadas por el Ministerio de Cultura. El consejo directivo se ha reunido para ultimar los detalles del colorido evento. Un grupo opina que a la fiesta sólo deben venir socios del club, otros piensan que debe permitirse la entrada libre al evento.

Con un gruñido, dijo el Oso Pardo, “Permitir entrada libre atentaría contra la unidad fraternal que existe en nuestro club y cercena el deseo de afiliación ya que nadie vería útil o conveniente asociarse si de todas formas se puede entrar a sus actividades sin necesidad de portar carnet de socio. Amén de que los costos de los bailes subirían demasiado”.

“Imagínense ustedes –añadió- a lo mejor otros clubes se ponen de acuerdo para mandar su gente y, de esta forma, elegir como ganadores a la máscara más ridícula para que se enfrente, en el concurso nacional, con la mejor máscara de ellos y de esta forma asegurar su triunfo. De concretarse esa loca propuesta, sería impredecible lo que pudiera ocurrir”.

El Oso Gris, líder del otro grupo, dijo: “Creo que llegó el tiempo de que nuestro club abra sus puertas a otros animales. Ya estuvo bien con que sólo los úrsidos disfrutemos de las mejores fiestas que se celebran en la Selva Insular. Permitir entrada a nuestras fiestas a otras personas, asegura que los demás clubes vean con impotencia como nuestras máscaras se alzan con todos los premios en el concurso nacional”.

El viejo Panda, miembro de honor del club, siempre consultado por su gran experiencia pidió la palabra y dijo: “Yo soy de opinión de que cada club es libre de hacer sus fiestas exclusivas para socios o con invitación abierta. Eso sí, me aseguraría de que, en ningún caso se incluyeran como invitados a los monos, y si ellos insistieran en venir, les pusiera como condición dejar sus rabos en casa no vaya a ser que, siguiendo su larga tradición, termine el convite a los rabazos limpios”.

El Oso Pardo, consciente de que lo dicho por el sabio abonaba a su postura, sonrió complacido. El Oso Gris quedó pensativo, acaso con intención de reformular su moción, pero seguro de no abandonar su predilecta propuesta.

Manuel Ulises Bonelly Vega

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