La muerte hace siete años en un accidente de tránsito de Salvatore Licitra, tenor italiano de 43 años, privó al mundo lírico de una de las voces más poderosa del presente siglo. Llegó a considerársele como el heredero natural de Luciano Pavarotti, por la extraordinaria belleza y fuerza de su voz. Poseía, escribieron los críticos, “el sonido más gloriosamente fresco que ha producido un tenor”, en las últimas décadas.

Su voz fue la de un clásico lírico spinto, resonante, llena de color y vibraciones, con un dominio casi perfecto de los recursos técnicos, pletórica de musicalidad y elegancia. Su penetrante y firme registro agudo, a pesar de lo cual lograba un equilibrio poco común en sus distintos registros, hizo de él un cantante excepcional con enorme facilidad para roles muy difíciles, entre los que se citan Un ballo in maschera(Un baile de máscara), ópera con la cual debutó en 1998, con apenas 27 años, y Riggoletto y Aida, también de Verdi, al igual que en Tosca y Madame Butterfly de Puccini, que llegó a interpretar en los más exigentes y famosos teatros del mundo.

En La Scala de Milán, interpretó La forza del destino, de Verdi, un año después de su exitoso debut. Su salto a la cúspide ocurrió, sin embargo, en 2002 cuatro años después, cuando una repentina cancelación de Pavarotti le permitió actuar en el Metropolitan de Nueva York, interpretando en Tosca el rol de Mario Cavaradossi, pintor republicano de ideas liberales, impresionando favorablemente a la crítica con un memorable E lucevan le stelle (Y brillaban las estrellas), la más famosa aria de la obra, y una de las más populares del repertorio lírico, sobrecogedora en su melancólica tonalidad de Si menor, que inicia con un bello solo de clarinete mientras amanece a la espera de su ejecución. Con la muerte accidental de Licitra desapareció una de las voces más hermosa, cálida y de envidiable extensión del bel canto.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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