El paro docente también es corrupción

La corrupción es un cáncer que corroe las sociedades, pero es un error creer que la peor y más dañina de sus modalidades es la del hurto de un bien público.

La corrupción es un cáncer que corroe las sociedades, pero es un error creer que la peor y más dañina de sus modalidades es la del hurto de un bien público. El tema viene a propósito de las consignas y pancartas pronunciadas y exhibidas durante un piquete de los profesores que han abandonado las aulas para exigir un aumento salarial. Protestar por casos de corrupción administrativa cuando se roba el derecho de los niños a una educación que los libere de la esclavitud de la pobreza es una falta mayor, porque no se trata de la extracción indebida de dinero, lo que debe ser severamente sancionado, sino del robo del derecho de nuestros niños y adolescentes a un futuro mejor; a su derecho de recibir una educación de calidad para poder competir con posibilidades en mercados cada vez más exigentes y competitivos. En otras palabras, su derecho a vivir con dignidad como ciudadanos de una nación libre y democrática.

Sabemos que el descalabro de la enseñanza pública, tras décadas de desorden y corrupción, creó una distancia casi insalvable en la calidad de la enseñanza pública y la privada. Y que esa diferenciación se debió en parte al nivel descendente de la preparación de los docentes, que quedaron al margen de los cambios en los sistemas de enseñanza; que cerraron sus libros una vez designados como profesores de escuelas. Y que aquellos consagrados a la actividad magisterial, que honraron en su tiempo la enseñanza pública, no encontraron suplentes de su mismo nivel cuando les llegó la hora del retiro.

Las paralizaciones de profesores en las escuelas públicas, riñe también con la esencia del postulado constitucional que garantiza la obligatoriedad de la enseñanza hasta cierto nivel, responsabilidad irrenunciable del gobierno como de los docentes. El paro escolar es inadmisible y un acto grave de irresponsabilidad condenable.

Posted in Edición Impresa, La columna de Miguel Guerrero, Opiniones

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