Siempre será loable que haya preocupación por los millones de personas que pasan hambre, drama desgarrador que en algunas latitudes cobra dimensiones indescriptibles, como simplemente morir por falta de un pan o un vaso de leche.

Los organismos de las Naciones Unidas estiman que no menos de 800 millones de personas no pueden alimentarse de manera saludable. Y la gran mayoría de esas personas viven en países pobres, donde el 12.9% de la población presenta desnutrición.

La pobreza estructural en los países pobres se acrecienta con fenómenos o desastres naturales. Puerto Rico, un conglomerado donde el hambre no era motivo de atención de los organismos internacionales, ha visto degradar las condiciones de vida de sus pobladores tras el paso del huracán María.

Las sequías también agudizan las condiciones de vida en los países más pobres. Y son causas eficientes de escasez. Pero el planeta produce lo suficiente para alimentar los siete mil millones de habitantes.

Las riquezas no están bien distribuidas y el mismo planeta no presenta uniformidad geográfica. Unas regiones tienen mejores recursos y condiciones naturales que otras. En cualquier caso, el elemento esencial es la condena de la pobreza, y con ella, el hambre.

Al margen de la pobre asistencia para la producción de alimentos en los países menos favorecidos, vemos cómo buena parte de los alimentos se desperdician, 1.3 mil millones de toneladas, según las Naciones Unidas.

Pero la única forma de liberar al mundo del hambre es necesariamente la generación de condiciones materiales para disminuir la inequidad y políticas públicas específicas para disminuirla.

Desde cualquier punto de vista, es loable que la Vicepresidencia de la República se acompañe del Programa Mundial de Alimentos (PMA) y de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), para avanzar en una “Hoja de Ruta para lograr el Objetivo de Desarrollo Sostenible 2” para erradicar el hambre en el país, antes de 2030. La idea sería no sólo “llenar la barriga”, sino mejorar la calidad, promover la seguridad alimentaria y estimular a los productores más pobres.
Pero el empeño debe ser de todo el gobierno y la sociedad para encarar el hambre como reflejo de la pobreza, de la exclusión y la injusticia social.

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