Los dominicanos se resisten a vivir con la violencia que imponen los criminales, los rateros y los grupos organizados con medios y recursos. Incluso, presentes en las filas policiales o militares. Recientemente fue identificado un raso de la Policía como el responsable del asesinato del estudiante universitario Albert Ramírez, justamente un día antes de su graduación.

Hay que decir que los criminales no discriminan. Atacan a cualquier ciudadano. Caen también policías y militares activos, retirados, sea para atracarlos, o simplemente, para despojarlos de sus armas.

Cuando se tiene la ilusión de que disminuyen los crímenes, surge una oleada de violencia, con saldos trágicos que llevan tanto dolor a las familias. Los últimos quince días han sido testigos de esos hechos.

Los crímenes no son exclusivos de determinados polos urbanos. Ocurren en cualquier lugar. El asesinato de un comerciante en La Cabuya de La Vega, Henry Hernández, popularmente identificado como Catey, estremeció a sus pobladores. A plena luz del día, a las 4:30 de la tarde, lo mataron simplemente para arrebatarle un motor.

Precisamente, algunos pobladores reaccionaron y uno de los atacantes fue linchado. Una suerte de “venganza social”. Para algunos, ese proceder al margen de la ley es una respuesta a la violencia expandida y a la falta de respuesta oportuna de las autoridades, sean las represivas o los administradores de justicia.

Vivimos una situación de grave violencia que cobra un nuevo matiz en la medida en que algunos pobladores se toman la justicia con sus propias manos.

Todo esto merece más que una declaración de que no se es culpable de esos hechos. La sociedad debe inquietarse, pero las autoridades deben responder con medidas de prevención y represión más eficaces. Los jueces igual deben ser más rígidos en cada caso. Quejarse de la falta de consistencia en la presentación de cargos por el Ministerio Público en nada ayuda.

Los poderes públicos deben ponerse en la piel del simple ciudadano que aún alerta ante la inseguridad no puede evitar que lo victimicen, como al capitán policial Cándido Medina Sánchez, asesinado el lunes 19 en Herrera, pese a que vivía advirtiendo sobre la necesidad de “andar precavido”.

Deploramos estos ciclos recurrentes de violencia.

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