Capitalismo salvaje

La tan frecuente expresión “capitalismo salvaje” se usa para identificar al capitalismo como un sistema despiadado, sin reglas, donde la ambición desmedida del hombre desplaza a los débiles, y empobrece a la mayoría de la gente. Hablar en otros términos resulta hoy día hasta medio inmoral.

La tan frecuente expresión “capitalismo salvaje” se usa para identificar al capitalismo como un sistema despiadado, sin reglas, donde la ambición desmedida del hombre desplaza a los débiles, y empobrece a la mayoría de la gente. Hablar en otros términos resulta hoy día hasta medio inmoral.

Lo que no está muy claro es eso de que el capitalismo haya funcionado alguna vez sin reglas (y mucho menos ahora, cuando el mercado en todas partes está tan regulado).

Tampoco está muy claro eso de la “ambición desmedida”. Parecería que quieren que creamos que solo los hombres de negocios son codiciosos. Y nos dicen, por ejemplo, que cuando hay corrupción política, siempre está el corruptor por otro lado (ese malvado empresario tentando al funcionario).

Pero esto es un contrasentido. Porque para que haya robo tiene que haber algo que robar. Esto es, propiedad privada. Y esta pertenece a quien la creó y la cuidó, que es el empresario y no el funcionario.

Por otro lado, decir que es un sistema despiadado es otra forma de manipularnos. El sistema anticapitalista por excelencia asesinó a más de cien millones de trabajadores, pero los políticamente correctos jamás hablarán de un “socialismo salvaje”.

Y eso de que el capitalismo empobrece a la mayoría de la gente, ¿con qué se compara? ¿Con el socialismo en Cuba, Venezuela o Nicaragua? ¿O con los millones de chinos que murieron de hambre antes de que se introdujera el sistema capitalista en su país?

El discurso anticapitalista (propiciado sobre todo por políticos y autoridades a través de sus propios medios de comunicación) nos quiere encaminar a un nuevo orden: con más coerción y más impuestos.

Parece que no es suficiente que en tantos países ya la mitad de lo que se produce haya que entregársela al Estado. Hay que arrebatarle más, porque lo despiadado para la sociedad sería que esa riqueza quedara en las manos de sus legítimos dueños.

Los políticos serán los protagonistas de este nuevo orden (cuando de más está probado que no saben dirigir el destino de una nación). Y los ciudadanos seremos sus humildes servidores.

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