El pasado fin de semana Costa Rica tuvo la posibilidad de elegir a un predicador evangélico frente al oficialista del Partido Acción Ciudadana (PAC), Carlos Alvarado. Fabricio Alvarado había liderado la intención de voto y todo parecía que sería el ganador, apoyado en la defensa de valores cristianos y fuerte ataque a la corrupción. Pero en la segunda vuelta hubo una recuperación del oficialismo que logró imponerse con amplia mayoría.

La emergencia de un candidato no convencional había empujado al oficialista a pretender diferenciarse de la política tradicional. Al final su discurso debió aferrarse a la defensa del sistema político vigente, desde una perspectiva liberal.

En 2015, en Guatemala la negación de las convenciones funcionó con la elección del humorista Jimmy Morales. Algo parecido ocurrió en Haití, con Michel Martelly, un cantante con arraigo popular. La gente votó por algo muy distinto a las propuestas de siempre. Había pasado también con Jean Bertrand Aristide. Podría mencionarse también la sorprendente elección de Donald Trump o la de Emmanuel Macron, en Francia.

Vemos comportamientos singulares de los electores, sin importar países, sea con rudimentaria o escasa cultura política o de madurez extraordinaria. Los ciudadanos están decidiendo en cualquier dirección.

Los estudiosos no logran construir las mejores explicaciones a estos fenómenos. Se limitan a encontrar razones en los fracasos de los políticos frente a la inseguridad y la criminalidad, la corrupción o la ineficacia institucional, o ante las más urgentes necesidades humanas, según particulares realidades.

El hecho de que la encuesta Gallup de marzo pasado registre a Luis José Ramfis Rafael Domínguez Trujillo con un 5% de aprobación, sin que fuese sugerido por los encuestadores, es un signo revelador de cualquier cosa y obliga a reflexiones.

Se podría advertir que el individuo no reúne los requisitos para optar por la Presidencia de la República por su nacionalidad norteamericana, pero inquieta que el nieto de Rafael Trujillo despierte simpatías (un recién llegado), más por la asociación al régimen de fuerza de su abuelo que por algún atractivo, modelo o propuesta de sociedad.

¿Se desea un Trujillo? La pregunta no es ociosa.

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