Desde mediados de los años setenta, cuando René Rodríguez Soriano se dedicaba a la creatividad publicitaria, aprendió a trabajar sobre un estribo en movimiento, iba del Norte al Sur por aire o por tierra, y creaba, producía… Desde hace más de veinte años, cambió de rumbo, y va de un lado a otro con su cosecha a cuestas y haciendo literatura en toda la extensión de la palabra: lee, escribe y edita textos literarios, periodísticos y libros. “Así nació Mediaisla, una revista que en sus inicios circulaba semanalmente compartiendo materiales relacionados con la literatura, el arte y la cultura; hoy, 15 años después, se ha convertido en una importante editorial alternativa, que cuenta con un catálogo de algo más de 80 títulos publicados, en español y en inglés, y en géneros tales como narrativa, poesía, ensayo, teatro e historia”, sostiene Rodríguez Soriano, escritor dominicano radicado en Estados Unidos.

¿Con cuáles colores definiría el mundo en el que publicó su primer libro; el cual, tengo entendido era de poesía, cuántos años tenía usted cuando publicó “Raíces”?
Tiempo bipolar el de ese entonces. El Sexto Batallón de Cazadores de Montaña y la Banda Colorá campeaban por sus fueros. Poema de horror y espanto, al viejo déspota ilustrado, capaz de leer un poema sin letra a la luz de una lámpara apagada, no le temblaba la voz a la hora de espolear su jauría contra uno. Y aun así, se escribía. El mundo era un curtido pañuelo de sangre y pus. A los veintisiete años, en medio de la marabunta y en plena contrainsurgencia, o se era toro o se era vaca. Eso sí, no estaban permitidos ni el daltonismo ni la doblez.

 ¿Cuántos libros lleva publicados? ¿Existe preferencia sobre alguno en especial?
Son como los hijos: tan distintos, tan iguales. Imposibles de etiquetar o acomodar en peldaños o estancos. Uno los ve crecer, dar los primeros pasos y, en cierto modo, partir. Y aunque casi haya tiempo de contarlos, presumo que sobrepasan la veintena. Por supuesto, hay que agregar los escritos a cuatro manos y a toda complicidad con Ramón Tejada Holguín: “Probablemente es virgen, todavía” (1993), “Y así llegaste tú” (1994), “Blasfemia angelical” (1995) y “Pas de deux” (2008); “Salvo el insomnio” (2002) junto a Plinio Chahín.

Con más de una veintena de libros publicados y una intensa labor de difusión de las letras y la cultura dominicana en el exterior, ¿siente que hace falta una mayor proyección de nuestra literatura fuera del país?
Falta tanto por hacer, por dejar de posponer… creo que de eso hablaba Pedro Mir cuando decía: “Faltan hombres que arrodillen los árboles y entonces / los alcen contra el sol y la distancia. / Contra las leyes de la gravedad…”. Yo sólo agregaría: Y falta una intención. No estamos solos en el bosque, del otro.

Ha publicado libros en distintos géneros, incluyendo poesía, novela, ensayo y relato, ¿cuál es el género en el que se siente como pez en el agua?
Escribo como respiro, como lo exijan mis dedos. Son ellos los que piensan y escriben. En realidad, no sé si escriben o si danzan. Se sienten tan felices al tabletear sobre el teclado. Se ensanchan. Se distienden, como las branquias de los peces. Vivos en mar o en el estanque. Escribo o urdo artefactos, propuestas literarias que no tienen otra intención que aprovechar el cada vez más escaso ocio del lector. Escribo seducido y sordo, como si lo hiciera con poca lumbre y a toda complicidad con un lector con mucha sed cerca o lejos de la fuente.

¿Qué extraña y qué aprendió en los patios de la UASD?
A pesar de las pateaduras de los caballos desbocados del régimen, de la vocinglería congénita y los bandereos y falsas promesas de los falsos profetas, los atardeceres eran tranquilos; apacibles y mansos como los festivales que con tanto placer disfrutábamos en el cine universitario o frente a la estatua de Mitre y la vieja cafetería de Humanidades. Aprendí a leer entrelíneas, a no trocar gato por liebre entre las discrepancias estructurales de un Alberto Malagón y un González Tirado. Extraño las bandejas del comedor universitario y aquella serie final entre los universitarios y la Policía Nacional en el Estadio Quisqueya, en pleno balaguerato.

¿Cuáles autores lee?
Forman legiones, los que leo y los que releo; leo con igual o con más sed de la que escribo, para salvarme del tedio, para evitar los tapones del tráfico y, sobre todo, el parloteo de la tele y los medios repitiendo la cháchara de las redes sociales. En los cafés de media tarde, con un doble expreso y unas rosquillas sin azúcar, releo un poco de herbolaria y algo de poesía.

¿Cuál es el mayor premio que le ha dado la escritura?
El que me otorgara en 2007 aquella señora entrada en años que, al culminar una de mis lecturas en el Primer Festival de Poesía en el Caribe, en Barranquilla, Colombia, cruzó todo el salón auxiliándose entre las sillas para colgarme su rosario blanco gastado en el cuello. Supongo que, por haber dicho que “una mujer es del color del grito que la parte en dos”, ella me consideró merecedor de tan preciado talismán que desde entonces me acompaña.

¿De qué escribe en la actualidad, tienen que ver los dominicanos?
Acaba de salir en Popayán, Colombia, la tercera edición de “Rumor de pez”, libro ganador del Premio Uce de poesía 2008; está en proceso de impresión “Voces propias”, un libro que recoge más de una treintena de entrevistas con artistas y escritores nacionales y extranjeros. Conversaciones que, más allá del arte y la literatura, rozan diversos tópicos del acontecer y el padecer de nuestros pueblos y paisajes. Es un volumen que he ido fraguando a lo largo de más de treinta años de viajar y compartir con figuras de la talla de un Marcio Veloz Maggiolo, Casandra Damirón, Juan Carlos Mieses o Manuel Salvador Gautier, dominicanos; así como también, Sergio Ramírez, Mery Sananes, Pérez Celiz y Luis López Nieves, del ámbito internacional.

¿Qué aportan sus obras al mundo de la literatura? ¿Cómo las reciben la crítica, sus lectores…?
No tengo pretensión de que aporten algo, con que insinúen siquiera puentes me conformo. En cuanto a la generosidad de mis lectores y la crítica, en realidad, me quedo corto en agradecimiento y compromiso de mejorar mis intentos por hacerlo cada vez lo mejor que puedo. El año pasado, antes de terminar la primavera, ya habían salido cinco libros dedicados a la valoración o promoción de mi trabajo: “Para leer a René Rodríguez Soriano (sin maestro)”, de Miguel Ángel Fornerín; “A toda lágrima y a toda sed… Conversaciones con René Rodríguez Soriano”, “Jugar al sol (trece historias sin historia)”, selección y prólogo de Máximo Vega; “Diáspora. Narrativa breve en español de Estados Unidos”, selección y prólogo de Gerardo Cárdenas; y “Antología esencial del cuento dominicano”, selección y prólogo de Miguel Ángel Fornerín.

Vive fuera del país desde hace mucho tiempo, ¿cuál ha sido su experiencia, qué se siente vivir fuera de su tierra?
En principio, demasiado frío o alguna especie de calor de otra ralea. Después, pasando algunos días, uno empieza a extrañar ciertas cosas (en mi caso las pechugas de Pollos Victorina de antes). Finalmente, uno mira, sin querer, la suela del zapato y ve la tierra que, aunque no es la misma tierra, puede ser tan fértil como la tierra de uno y uno no vuelve a sentir frío ni calor. Se deja ir por ahí, arando, buscando sombra o conversación. Ya lo decía Picasso: “Yo no busco, sólo encuentro”. De eso, precisamente, se trata, encontrar el equilibrio, vivir en comunión con el de al lado y el de más allá, sobre todo, con el vecino más próximo no importan ni la lengua ni el color de piel.

Lucro
A la vuelta de casi 20 años en estos menesteres, he logrado ser parte de una gran familia interesada en dar y recibir afectos y conocimientos”.

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