1.- Todo ser humano que vive en sociedad está expuesto a asimilar los vicios que en ella se generan, sin importar el lugar que ocupe en la clasificación de las clases sociales. La condición social no impide que el individuo sea tocado por fenómenos positivos o negativos siempre presentes, porque nadie puede decidir permanecer relegado por más insociable que sea. La colectividad cuenta, eso sí, con unos integrantes que se dejan dominar más que otros por las taras sociales. Aquel que está viciado es una crápula víctima de las fallas del ordenamiento bajo el cual está viviendo.

2.- Históricamente, por toda una serie de diferentes factores, los habitantes de la ciudad de Santiago de los Caballeros han exhibido una conducta distinta a los residentes en otras regiones y pueblos de la República Dominicana. Pero ocurre que, en los últimos años, los moradores de Santiago han cambiado su forma de comportarse y han asimilado modos de vida que los separan muy poco, o en nada, del proceder de los pobladores de otras urbes del territorio nacional.

3.- Las santiagueras y los santiagueros de ayer observaban escrupulosamente las reglas, y mantenían posiciones sumamente formalistas; se movían en forma ordenada respondiendo así a tradiciones ceremoniosas. Con su accionar habitual demostraban espontaneísmo protocolario. Pero hoy ya todo ha cambiado en el código de actuar del hombre y la mujer de Santiago. La informalidad, la ligereza, el descuido, la inconsistencia y la puerilidad han desplazado de la mente del santiaguero todo lo que significa responsabilidad y cumplimiento de las normas que caracterizan el comportamiento de un buen ciudadano.

4.- Sin mucho esfuerzo comprobamos que la ciudad de Santiago de los Caballeros ha cambiado no solo en su composición clasista, sino también en su actitud. Lo normal es ver a santiagueros y santiagueras comportarse con patanería, ordinariez y zafiedad. La educación exquisita de mis coterráneos del pasado ha
desaparecido. Están sobresaliendo las actuaciones groseras; dominando la ignorancia y la ridiculez; la tosquedad y la nadería; el palurdo y el ordinario.

5.- Parece ser que el nuevo habitante de Santiago de los Caballeros, no adquirió, en su formación hogareña y escolar, ninguna buena costumbre, y si la aprendió, ya la olvidó, y se ha desacostumbrado al decente vivir. Muchos de mis coterráneos prueban con sus actos que ya no se familiarizan a convivir en los marcos del correcto proceder, y si adquirieron normas de buen actuar, ya la han olvidado. Comportarse en forma contraria a lo que mandan las buenas costumbres, es demostración de que lo que era bueno ya es extraño, anómalo, se dañó por el tiempo o por el mal uso por parte del ente social.

6.- Cada habitante de la hidalga ciudad de Santiago de los Caballeros, era un modelo de urbanidad que expresaba en sus actuaciones lo que es el comunitario que actúa dominado por un espíritu de cortesía, finura y buenos modales. La manera fina como se comportaban los inquilinos de Santiago revelaba sus modos elegantes de compartir. La tosquedad, la aspereza le era extraña al santiaguero, porque allí donde dice presente la exquisitez se espanta la chapucería.

7.- Aunque la ciudad de Santiago de los Caballeros estaba rodeada de pequeñas aldeas y sus habitantes tenían aspecto de pueblerinos, su porte era de personas dotadas de gracia, buen gusto y sencillez; eran de buen desenvolvimiento; enseñaban gallardía y proceder selecto. La población del Santiago pasado se podía considerar como elegida para servir de modelo de lo que debe ser el munícipe de una época caracterizada por la persona sociable y bien pulida en la decencia.

8.- Aquel que habitualmente había vivido en Santiago se destacaba por cualidades que servían para diferenciarlo de los que habían nacido y desarrollado en otras villas. Las condiciones que sobresalían no eran solo de civilización, sino también en el trato caballeroso; la gentileza mostrada; el sentido de la generosidad; el manifiesto altruismo y liberalismo en lo político. En el santiaguero no se destacaba egoísmo, grosería ni vulgaridad.

9.- En sentido general, dentro de sus posibilidades, las mujeres y los hombres de Santiago se cubrían con ropa adecuada a la ocasión. Dependiendo de la ubicación social, cada quien trataba de adornarse con el traje que estaba a su alcance económico. Siempre aseado, zapatos bien lustrados; la cabeza cubierta con un sombrero, su pelo bien recortado. En realidad, con ropa costosa o barata el santiaguero se preocupaba por estar bien ataviado. Por lo menos, nunca descuidado. La higiene personal demostraba que aquel individuo, aun en momentos de muchas limitaciones económicas, se interesaba por conservarse diáfano, y nunca zarrapastroso.

10.- Anteriormente, expresarse diciendo ciudad de Santiago, significaba lo mismo que decir Yaque o Águilas Cibaeñas; comunidad de ciudadanos de pensamiento desarrollista; decentes y disciplinados, pero ahora significa descomponer, desestructurar, anarquizar y alborotar; vivir sin orden ni concierto; manga por hombro; volver patas arriba; moverse como a cada quien le da la real gana y como le venga en gana.

11.- Si ayer el santiaguero se identificaba como el munícipe bien educado, el de ahora puede ser ubicado, en su generalidad, como mal educado, grosero, malacostumbrado, insolente, irrespetuoso, descarado y desaprensivo. Andar por una calle cualquiera de Santiago, es exponerse a que un disparatado, irracional y sin conciencia alguna, le tire encima un vehículo, aunque usted camine normalmente por la calzada. Precisamente, para que se compruebe el desbarajuste en Santiago, me permito ubicar algunas fotos en las cuales se ve cómo desordenados mentales dan riendas sueltas a su falta de civismo.

Lo que reflejan las fotos antes indicadas, jamás ocurrió en el Santiago de los Caballeros del pasado, cuando en mi querida ciudad imperaba el civismo.

Posted in Opiniones

Más de opiniones

Más leídas de opiniones

Las Más leídas