Hay que celebrar en grande el establecimiento de relaciones con la verdadera China, en tiempos en que, para entenderse con ellos, ya no es necesario llevar en el bolsillo el Libro Rojo del camarada Mao, sino aprender a decir “business are business” en mandarín. Entonces, ¿ahora qué hacemos si nos piden un millón de racimos de plátanos, para empezar a probar, o tres millones de piñas para tantear el mercado, o una probadita de cincuenta mil cajas de ron? ¿Qué hacemos si un par de millones de turistas chinos optara por asolearse en estas playas?… ¿Estamos preparados para todo eso? (Buena pregunta, esta última).

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