La Ciudad de Salónica, que había sido conquistada por los turcos en 1430, volvió a manos de los griegos en 1912 a raíz de la primera guerra balcánica. Allí, paradójicamente, habían nacido Mustafá Kemal y el movimiento de los Jóvenes turcos, financiado en parte por la población mayoritariamente judía de la ciudad.
Salónica, la ciudad de los espíritus, era la única en su época donde los judíos constituían una mayoría, unos ochenta mil de un total de ciento veinte mil habitantes. Por eso también le llamaban entonces la Jerusalén de los Balcanes, y su destino sería trágico a manos de los nazis durante la segunda guerra mundial, aunque no tanto como el de la verdadera Jerusalén a manos de los cristianos de las cruzadas en 1099, cuando la liberaron de los musulmanes. Los cruzados pasaron a cuchillo o por la hoguera a toda la población, incluyendo hombres, mujeres y niños.
Derramaron -como dice Henry Pirenne en su “Historia de Europa”- “torrentes de sangre en nombre del Dios del amor y de la paz, del cual se estaba conquistando la tumba”.

El imperio otomano o imperio turco, como se le quiera llamar, había surgido oficialmente en el año 1299 y debía su nombre a la dinastía fundada por Osman I. En el período de mayor expansión se extendía por tres continentes: la costa norte de África, el medio oriente y los Balcanes y otros territorios del sureste de Europa, y ocupaba un área de más de cinco millones de kilómetros cuadrados, tenía veinte y nueve provincias (un poco menos que la República Dominicana) y un montón de estados vasallos, incluyendo a Crimea. Era un estado multiétnico y multi confesional que respetó y protegió en lo esencial a todas las minorías y muy en especial a los judíos que expulsaron de España, los sefarditas.

En la época de Mustafá Kemal el imperio se había reducido considerablemente a causa de las guerras con Rusia y el “estallido del nacionalismo balcánico, concretado en guerras de liberación” nacional y una inmensa ola de descontento popular. La violencia estatal contra ese descontento popular se materializó en la rebelión de los Jóvenes Turcos (con el llamado Enver Bey o Enver Pasha a la cabeza), los cuales presionaron al sultán para que aceptara una constitución y luego, en 1909, lo derrocaron y pusieron a su hermano.

De hecho, lo suplantaron, conservando las apariencias y desde entonces hasta 1818 el poder estuvo en sus manos:
“En julio de 1908, siendo (Mustafá Kemal) jefe de estado mayor de Sawqat, participó en el levantamiento del ejército de Macedonia que a punto estuvo de derrocar al sultán. La revuelta militar obligó a Abdül-Hamid II a poner en vigor la Constitución de 1876, lo que significaba de hecho la caída del régimen absolutista. El sultán siguió siendo líder religioso del Imperio, en cuanto que califa, pero el sultanato sólo conservó su apariencia nominal. Desde entonces hasta el fin de la Primera Guerra Mundial, los Jóvenes Turcos -liderados por dos oficiales, Cemal Bey y Enver Bey, y un funcionario, Talaat Bey- dirigieron el destino de Turquía. En 1909, al intentar un retroceso a la situación anterior, Abdül-Hamid fue depuesto y sustituido por su hermano, Mehmet V”.

Mustafá Kemal simpatizaba hasta un cierto punto con el movimiento, aunque tenía también profundas diferencias y tomó distancia del poder político, se mantuvo en un segundo plano y se consagró astutamente a su carrera militar. Al parecer estaba interesado mayormente en mantener el territorio donde predominaba la población turca, específicamente la de Anatolia o Asia menor, y estaba convencido de la necesidad de abolir el imperio, cuya vastedad y diversidad étnica y cultural eran ya inmanejables. A su juicio, la monarquía y el islamismo constituían una retranca histórica.

Entre los Jóvenes Turcos prevalecía en cambio la idea “de preservar la estructura imperialista otomana al tiempo que intentaban reformar sus estructuras políticas”. En consecuencia, no vacilaron en perpetrar la terrible represión contra los armenios, el llamado genocidio armenio, el primero del siglo XX, que costó la vida a más de un millón de personas.

Kemal no parece haber estado involucrado en el sangriento episodio, aunque algunas fuentes afirman lo contrario, pero evidentemente no veía con buenos ojos la causa separatista de los armenios en la frontera con su archienemigo ruso.

La alianza del desgastado imperio otomano con el imperio alemán y austrohúngaro contra Inglaterra, Francia y Rusia en la primera guerra mundial terminó siendo un desastre, pero era en el fondo una alianza natural. Hacía tiempo que estas naciones estaban, de hecho, en guerra no declarada contra el imperio otomano. Lo hostigaban continuamente, fomentaban los movimientos separatistas, ambicionaban el territorio en todo o en parte. En Egipto, que se había independizado en 1805, los ingleses se habían hecho dueños del canal de Suez, lo compraron compulsivamente con un jugoso préstamo proporcionado por los superbanqueros judíos de la casa Rothschild.

Durante la guerra, los Jóvenes Turcos sufrieron derrota tras derrota al tiempo que Mustafá Kemal acumulaba victoria tras victoria. Con anterioridad había librado una brillante campaña contra los invasores italianos en el territorio de lo que entonces recibía el nombre de Tripolitania y luego Libia. La Libia que el imperio usamericano y sus aliados convirtieron en confeti en años recientes. Luego se impuso a los británicos en Gallípoli, se cubrió literalmente de gloria al derrotarlos e impedirles el paso hacia el estrecho de los Dardanelos, salvar a Constantinopla y obligar a los invasores a retirarse. En el frente oriental paró en seco a las tropas del ejército ruso, y en Siria y Palestina volvió a combatir y enseñarles un poco de humildad a los británicos.

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