Me he visto desde noviembre remembrando, casi todos los días, mis aprendizajes durante mi primera experiencia en el Ministerio, como pasante en ese departamento durante el año 2013. Previamente tuve experiencia en una casa de acogida fuera del país, donde me tocaba la guardería; atendiendo y jugando con bebés, niñas y niños, mientras sus mamás recibían asesoramiento legal. A mí me encanta jugar con bebés, pero lo que yo quería de verdad era aprender de las abogadas.

Durante la pasantía, que se tornó cómicamente larga, mi misión fue absorber como una esponja todo el conocimiento posible. Admito que yo preguntaba demasiado. Al principio descubrí la dignidad de servir como una especie de mensajera llevando mandados, papeles y café. Me apodaron ‘Raquelita’ y al día de hoy, no me lo han quitado. Al final, terminé acompañando a la entonces directora de Oficinas Provinciales y Municipales a supervisar las condiciones de las oficinas en el interior. Luego escribíamos reportes sobre su estado y los remitíamos al despacho principal con sugerencias. Más adelante vino otra experiencia como técnica de casas de acogida, pero de eso hablaremos después. Entre las condiciones de la pasantía, pedí que me permitieran hacer horario regular como el resto del equipo, lo cual resultó ser una decisión crucial. Mi momento favorito era cuando tempranito en las mañanas, todas las abogadas, psicólogas y un hombre excepcional que se ganó la oportunidad de ser abogado en esta materia, socializaban los casos, antes de irse a litigar en los tribunales.

Resulta imposible describir cuán inspirador fue para mí observar a este equipo argumentar y contraargumentar, debatir y analizar sobre la violencia machista, desde una perspectiva legal y psicológica. Como todas son brillantes, a veces la situación se tornaba caldeada, pero el objetivo siempre era proveerle a la mujer (“la usuaria”), el mejor asesoramiento y acompañamiento posible. Erradicar la violencia contra la mujer es una causa desgastante y deprimente, pero paradójicamente, esos momentos intensos, bebiendo café y socializando expedientes, alivianaban la carga.

En estos meses, he pensado mucho en la calidez y en el respeto con el que recibían a las mujeres cuando llegaban a la oficina, en las felicitaciones cuando se conseguía una sentencia anhelada y en los abrazos lagrimosos, cuando alguna mujer respiraba aliviada porque su martirio había terminado. También recuerdo la cara de los familiares que llevaban expedientes en representación de sus mamás, hijas o nietas, luego de que algún feminicida las asesinara, las pesadillas horripilantes que me daban frecuentemente y las tantas veces que me fajaba a dar gritos, o en algún baño del Ministerio o en los carros públicos, cuando me iba para mi casa.

Algunas de estas abogadas tienen más de diez años llevando cientos de expedientes al año. Cada expediente lo que contiene es la vida de una mujer y todo lo que ella representa para su familia, sus amistades, su comunidad y el país; una responsabilidad inconmensurable. Por esa razón valoro profundamente la capacidad técnica, la calidad humana y la fortaleza psicológica de este equipo.

Actualmente, no sé si par de gente dentro de la institución me quiera asesinar (metafóricamente), por haber escrito que, si en estos momentos el Ministerio de la Mujer se encuentra en apuros institucionales, es porque la herida ha sido autoinfligida, como consecuencia de que algunas personas claves descuidaran un proyecto de ley que siempre debió ser prioridad y no lo fue. Esta es una verdad dolorosa, pero comprobable.

Sólo sé que dentro de mi corazón sólo hay espacio para un inmenso amor y admiración hacia el equipo que me vio llegar como una muchacha medio mensa, y me tuteló hasta convertirme en una cuasi-abogada, dispuesta a enfrentarme a quien sea para defender los derechos de la mujer. Si usted se ha preguntado de dónde fue que yo saqué mi personalidad litigante, vaya y queréllese ante ese departamento que carga con la mitad de esa responsabilidad. Nadie sabe de dónde yo saqué la otra mitad… Nunca podré agradecer suficientemente a la gestión del año 2013 del Ministerio de la Mujer, permitirme ser parte de este equipo.

Pensando con la cabeza bien fría, resulta perfectamente entendible que un Estado quiera centralizar servicios equivalentes bajo una sola institución: ¿por qué tener dos ministerios ofreciendo servicios directos a víctimas de violencia contra la mujer, cuando se pueden administrar y sintetizar bajo un mismo techo con protocolos y políticas coherentes? No obstante, yo argumentaría que se puede buscar la manera de que ambas instituciones continúen trabajando en colaboración estratégica, potenciando sus fortalezas y construyendo lazos asertivos para superar sus limitaciones.

Si el Ministerio de la Mujer fuese un organismo, el Departamento de No Violencia simbolizaría su corazón. Recordemos que Casas de Acogida es una Coordinación “independiente” del Ministerio, que responde a un Consejo de Dirección conformado por varios actores del sistema. Tener un equipo de mujeres batallando en representación de otras mujeres, contra la violencia machista, representa la esencia de porqué necesitamos esta institución.

El volumen del trabajo de No Violencia, implica que es la cara del Ministerio ante las mujeres en República Dominicana cuando atraviesan su peor momento. Sin esa atribución, la institución sería una curiosa mixtura: mitad ONG de esas que ofrecen talleres educativos y discursos benignos durante tardes de té y mitad enlace burocrático entre organizaciones locales e internacionales. Una labor importante, pero que no representa ninguna amenaza para el patriarcado; el instigador principal de la violencia contra la mujer. Si lo analizamos desde este contexto, es evidente cuán poderoso es ese departamento y por qué enigmáticos sectores querrían debilitarlo o suprimirlo. Sería devastador que por alguna fatídica combinación de descuido interno y sobreempoderamiento externo, la institución perdiese una pieza clave.

El Ministerio de la Mujer necesita un corazón fuerte y enérgico, liderando con experticia y defendiendo con valentía, como lo ha hecho hasta ahora, el derecho a la vida de las mujeres en República Dominicana. Porque después de todo, ¿qué sería de un organismo sin su corazón?

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