Ayer, último domingo de mayo, celebramos el Día de las Madres. Lo hacemos de manera oficial desde el 1926, año en que fue instituido por la ley 370, promulgada por Horacio Vásquez, entonces Presidente de la República e impulsado por su esposa Trina de Moya, autora del himno que aun cantamos a las progenitoras. Ercilia Pepín, insigne maestra santiaguera, fue motor de esa iniciativa para la madre criolla. La primera celebración oficial cayó en un 30 de mayo, como si fuera una fecha reservada en la historia autóctona.

La fiesta se remonta hasta donde alcanza la historia, con los griegos. Los romanos la heredaron y en una fiesta llamada Hilaría, que tenía lugar el 15 de mayo en el Templo de Cibeles o Magna Master, ubicado en Monte Palatino, en Roma, donde por tres días se celebraban ofrendas. Posteriormente, la Iglesia católica instituye el 8 de diciembre, como día de la Inmaculada Concepción, para honrar a María, madre de Jesús. Los ingleses conmemoraban un día dedicado a la virgen, como homenaje a las madres.

En Estados Unidos, Julia Ward, posteriormente Howe por matrimonio, poetisa abolicionista y activista pro derechos de la mujer, escribió una proclama para el día de las madres, en 1870. Ana Jarvis, en 1907, proclamaba la celebración del día de la madre y en 1914, el Congreso de ese país aprobó una resolución conjunta, y el presidente Woodrow Wilson la firmó, para establecer el segundo domingo de mayo, como el día de la madre, haciendo hincapié en el papel de la mujer en la familia. Este presidente americano fue el mismo que ordenó la ocupación del territorio nacional, dos años después.

En su evolución, el día de las madres dominicana deviene en una fiesta con gran énfasis comercial, donde el amor pretende ser medido por la magnitud del regalo a entregar y los establecimientos se enfrascan en una campaña publicitaria saturada de “especiales”, como cebo para endeudarse unos y para sobregastar, otros.

El concepto madre es inspiración de poetas, músicos, artistas, como expresión sublime del lazo entre la dependiente criatura y la protectora madre. Se completa el milagro de la creación de un ser humano, a partir de un acto de amor y entrega. Ese lazo indisoluble, santificado por la leche vital que la criatura demanda y que nutre cuerpo y alma. Ma, mami, mamá o como se diga en cualquier idioma, no hace más que resumir una expresión profunda de gratitud amorosa, consagrada en una relación particular entre hijo y madre. Dichosas las que experimentan esa sublime sensación de amor incondicional de la madre capaz del sacrificio supremo por la criatura concebida y formada en sus entrañas. Honor a todas las madres del universo y a través de ellas a la mía y también a la que me convirtió en padre en tres ocasiones. Que sus almas hayan alcanzado la paz eterna y puedan, desde lo más profundo del Universo, continuar su protección por sus hijos terrenales.

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